REPORTAJE

Sensorialidad y sonido de los edificios

Los cinco sentidos: el oído. Escuchar la arquitectura.

El oído es el primer sentido que desarrollamos en el útero de nuestra madre. Es uno de los sentidos más sensibles que tenemos y gracias a él recibimos una serie de información que abarca todos los aspectos posibles, desde el razonamiento, el conocimiento, la percepción, la memoria, hasta una información más afectiva y emocional. El sonido se percibe pero no se ve ni se puede tocar. Aprovecha la materia para trasladarse, pero no es materia. Deleita a quien espera deleite y sin embargo molesta cuando no se desea. Cuando nos referimos a la relación entre el sonido y la arquitectura tratamos especialmente de la propagación de éste en un espacio concreto.


La arquitectura suena. Todo edificio tiene un sonido característico. Todo espacio arquitectónico funciona como un gran instrumento, mezcla los sonidos, los amplifica, los transmite a todas partes y muchas veces es preciso ajustar la forma, la función y el diseño de un edificio para permitir una perfecta comunión de las diferentes disciplinas sonoras.


Un ejemplo de todo ello lo tenemos en los teatros griegos. La acústica es excelente, cualquier pequeño ruido en el escenario se recoge perfectamente en todo el anfiteatro. Para ello se juega con un escenario con un fondo muy pesado y un graderío escalonado que sirve de reflector. Además se colocan entre las gradas unas ánforas de bronce afinadas con las notas musicales para mejorar el reverbero de la voz y dirigir el sonido hacia una dirección diferente a la inicial.


Si en el anfiteatro el sonido llega a todos por igual, en una catedral, su propia forma con sus elevadas bóvedas, contribuye a que el espacio desintegre el sonido en silencio, murmullo y voz, que en ocasiones deben conjugarse para alcanzar una predicación total.


Otros ejemplos de cómo la configuración formal de un espacio está ligada con la acústica lo podemos ver en algunos edificios identificados especialmente con la música. Así, en la Ópera de Sydney, obra del arquitecto J. Utzon, la forma de concha, al igual que una caracola marina, nos permite una mejor percepción de ese sonido del mar construido.


En la Filarmónica de Berlín, obra del arquitecto H. Scharoun, el espacio actúa como una fuerza positiva en donde se mezcla el hombre con el sonido, y en donde éste último, toma especial primacía. En un espacio central con forma de valle, y con techo con aspecto de carpa, o de tienda de campaña, consigue esparcir, repartir y difundir uniformemente la música por toda la sala. El sonido emerge desde la profundidad, desde el centro para dispersarse envolviendo completamente a los espectadores. Todo ello apoyado en las paredes quebradas, que gracias a sus formas, difunden mucho mejor el sonido.


Vemos cómo la forma y la función son determinantes a la hora de plantearnos cómo sonará un edificio y si servirá para su función. Habrá que pensar en ese diálogo que se establece entre el usuario y el edificio. Un diálogo directo y perfectamente comprensible a través del sonido.


Acústica y rumor

Además, cuando percibimos un espacio, gracias al oído y al sonido podemos recibir una serie de información fundamental para identificarnos con él. Desde los sonidos y silencios propios del edificio y su uso, que lo definen como característicos de ese contexto, (no suena igual una catedral gótica, que una estación o una biblioteca), hasta sus cualidades espaciales que nos permiten percibir conceptos propios como si nos encontramos en un ambiente abierto o cerrado; grande o pequeño.


De igual modo, todo edificio puede transmitir un mensaje, una intención, nos puede hacer sentir, nos puede transmitir equilibrio y serenidad, y todo ello podemos alcanzarlo a través del oído.


Por esta razón en la cultura árabe siempre se ha tenido en cuenta la incorporación de fuentes o conducciones de agua en la arquitectura, pues asociamos la sonoridad de líquidos en movimiento a una sensación placentera. Algo parecido ocurre en la Casa de la Cascada de Frank LLoyd Wright, el sonido del agua cayendo es omnipresente en todos los rincones de la casa.


Se puede escuchar en diferentes intensidades dependiendo de la habitación en la que nos encontremos. Se trata de un rumor constante y relajante, íntimamente ligado al proceso arquitectónico.


Y ese sonido, con su profundidad sensorial, también se materializa en el Museo Judío de Berlín, obra del arquitecto D. Libeskind, en donde podemos llegar a escuchar el sonido por su ausencia a través del vacío, y recibir la sensación angustiosa de los propios judíos en su persecución.


En definitiva, el sonido, apoyado de la forma, la función y el espacio, consigue materializar la energía, la tensión y la sensación, y es un gran referente expresionista de la personalidad de cada arquitectura.