NARRATIVA NORTEAMERICANA

No es lugar para críos

Alfabia publica la novela ?Sukkwan Island? de David Vann, que narra el suicidio de su padre.

Uno de los sueños más profundamente instalados en el imaginario de los estadounidenses es el de la vida plena del hombre en el bosque, solo y libre. Quien primero lo llevó a cabo fue H. D. Thoreau (1817-1862), y se convirtió en su principal teórico gracias a su ensayo ‘Walden, la vida en los bosques’ (Cátedra), que ha permeado no sólo la ficción sino también la vida real, como evidencia el poder del movimiento hippy.


Jim, el protagonista de ‘Sukkwan Island’, es un dentista que también sueña con vivir libremente en los bosques, con el objetivo de recomponerse interiormente y poder afrontar sus problemas sentimentales, que son muchos y difícilmente solucionables con su proyecto autoterapéutico. Consigue que en esa peregrina aventura, que deberá durar bastantes meses, le acompañe su hijo de trece años, Roy, a quien lo que más le interesa son las pajas y sus amigos. El lugar que Jim elige es una cabaña, apenas preparada para pasar unos días, en una pequeña isla de Alaska, deshabitada y aislada y helada, cuyo contacto con el exterior es una avioneta que les suministrará víveres muy de vez en cuando.


La novela está dividida en dos partes, completamente diferenciadas. En la primera, que podría ser toda la novela, se relata, atendiendo más a los conflictos del hijo, Roy, las dificultades para sobrevivir en el bosque y la incapacidad del padre para solucionar los innumerables problemas que surgen a cada paso (y que van desde las agresiones de osos a las complicaciones para moverse por el territorio; desde las nimiedades domésticas al pasmo climático; desde la falta de alimentos a la logística más elemental).


Toda esa convivencia que se va volviendo infernal (o bíblica, y del ‘Antiguo Testamento’, por utilizar una expresión del propio autor), es un muestrario de la infinita estupidez humana, que siempre puede ir un paso más allá.


Invirtiendo los papeles naturales, Roy se muestra mucho más inquieto que su padre, quien cree estar a salvo de los peligros por el simple hecho de simular que no existen. Y existen. Continuamente. Y un chaval de trece años, aislado de su entorno, de su madre y de sus amigos y hasta de la posibilidad de hacerse pajas a su bola, tiene dificultades para superarlos. Su cabeza, alimentada constantemente con los llantos de su padre, hace crack y se suicida pegándose un tiro: la sangre de Roy salpica al lector, que ya tenía el miedo en el cuerpo desde muchas páginas atrás.


La segunda parte de ‘Sukkwan Island’ es más espeluznante todavía. Se pasa de contemplar el minuto a minuto de la estupidez de un hombre a entrar en la casa de su locura. Cada decisión de Jim será más y más delirante. Y la de romper la radio y cualquier medio de comunicación con el exterior, preso de la ira, son las primeras que toma.

Siguiendo sus pasos, arrastrando el cadáver de su hijo dentro de un saco de dormir, me acordaba del Jack Nicholson de ‘El resplandor’, que también albergaba anhelos de mejora tras su temporada invernal aislado en la naturaleza, y creía que su familia era un obstáculo en su carrera de escritor.


La segunda parte es, además, el relato de un náufrago, pero a diferencia de los clásicos del género, como ‘Robinson Crusoe’, no se trata de un canto de la preservación de la identidad humana aun en las circunstancias más adversas, sino de la evidencia de la animalización del hombre cuando renuncia a vivir en la “civilización”. Jim pierde la noción de bien y de mal, de acción y de consecuencia, de lógica cronológica. Y ni siquiera tendrá un Viernes que le ayude a reorganizar su dañado cerebro.


El final de la novela resulta menos interesante, porque el paso por las leyes humanas, que recuerdan a las aplicadas a Meursault en ‘El extranjero’, ya no tiene sentido para Jim, que habría podido acabar con sus problemas, como terminará haciéndolo, mucho antes. Pero David Vann no podía permitirse eludir esa vuelta a la realidad, ese desprecio social, ese aislamiento. Estamos en el extremo, pero Alaska sigue siendo territorio estadounidense y sin condena expresa de sus contemporáneos es como si no hubiera resolución verdadera del conflicto.


Me interesa mucho más la primera parte de la novela que la segunda, cuyo sentido alegórico va creciendo por encima de la acción, lastrándola notablemente. Me interesa mucho más Roy, que trata de encontrar un sentido en el sinsentido, que Jim, incapaz de mirar honradamente dentro de sí mismo, y no solo a sus emociones: él, que opera todo los días las bocas de sus pacientes, se niega a ser sometido a una intervención para paliar su sinusitis, que le aliviaría sus terribles dolores de cabeza.


‘Sukkwan Island’ se ha convertido en un éxito internacional, cuya última recompensa ha sido el Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia, sin embargo hay algo que me rechinaba cuando la leía, como si estuviera viendo la tramoya, y eso me impedía sentir la emoción honda con la que quería escribir David Vann.