POLÍTICA Y ENSAYO

Cuida todo lo que amas

John Berger publica un polémico libro y vuelve a criticar a Estados Unidos e Israel.

Muchos de los textos que se incluyen en este libro, que despotrica una y otra vez contra la democracia y sus limitaciones, se publicó, primero, en un periódico libre, ‘La jornada’, de un país democrático, México; después, reunidos junto a otros textos, se publicaron en libro en un país democrático, Reino Unido, en una editorial libre, y también en Estados Unidos, la bestia negra de John Berger, donde recibió críticas elogiosas. Muchos de los textos los escribió John Berger (Londres, 1926), porque así lo dice, en su casa de París, la capital de un país democrático, donde también se tradujo y se publicó el libro. Y ahora, se publica en otro país democrático, España, y en una editorial de campanillas.


Durante la escritura de los textos, porque así lo afirma, John Berger viajó libremente, varias veces a Palestina, a Madrid, al Finisterre francés; compró libros, que se habían editado sin ningún tipo de censura ni de restricción, libremente; escuchó música, creada sin censura y sin restricciones, libremente; visitó exposiciones, que no fueron censuradas, libremente; se reunió, libremente, con quien quiso (ya fueran fotógrafas checas o campesinos italianos); tuvo acceso a un teléfono móvil; se conectó a Internet... y pudo hacer todo eso porque vivía amparado por estados democráticos. De haber nacido mujer y en un país musulmán, Irán o Pakistán, por ejemplo, no habría podido hacer nada de lo que hizo. De haber nacido en Cuba, en China, en media África, no habría podido hacer lo que hizo. Y no habría podido hacerlo porque esas actividades –viajar, leer libros, escuchar música, exponer, escribir, reunirse, usar Internet...- están completamente prohibidas en esos países que, oh, casualidad, no son tambaleantes democracias sino, sí, verdaderos regímenes totalitarios.


Y aunque lo dejo para el final, me parece muy importante: John Berger, de haber nacido mujer y en la mayoría de los países del mundo, no habría podido desear libremente, ni tener sexo libremente, ni amar libremente... su modelo, como expone en ‘Un otro lado del deseo’, un texto atípico en este libro fundamentalmente político.


En su querida Palestina, los crímenes de honor (eufemismo que encubre los asesinatos de mujeres que han decidido vivir su vida sexual al margen de las “costumbres” de la comunidad) son, desgraciadamente, cotidianos. Y en esos “crímenes de honor” nada tienen que ver los Estados Unidos ni Israel ni estas democracias occidentales que John Berger cree que no son más que basura. Tampoco son culpables de que Yasir Arafat, a quien Berger considera una “montaña”, “desvío” el dinero de todos los palestinos, cientos de millones de dólares, a sus cuentas privadas. Los responsables son palestinos, y quienes toleran sus actuaciones también son palestinos. Y a mí no me vale el argumento, “son pobres”, tras el que se camufla Berger.


Creo, como lo cree John Berger y como lo creen miles de israelíes, entre ellos buenos intérpretes del conflicto, como Amos Oz, sufridor en primera línea, que Palestina debe de tener un estado... pero me parece un desastre que ese estado sea gobernado por Hamás. En ‘Con la esperanza entre los dientes’, John Berger comprende y justifica el terrorismo. Quien quiera leer una refutación a este “pensamiento” de John Berger, y otros pensamiento igual de absurdos, pues abundan, lo mejor es que lea el estupendo ensayo ‘Occidentalismo’ (Península), de Ian Buruma y Avishai Margalit.


En su anhelo de mostrar cómo las democracias son tiranías, con más lirismo, eso sí, que Noam Chomsky, John Berger utiliza un impresionismo completamente falto de rigor, como la de su interpretación de la 2ª Guerra Mundial, que es penosa, y un discurso de buenos y malos que da risa. Sus malos, oh, sorpresa, son EE. UU. e Israel, y sus buenos son todos los que se oponen, de una manera u otra, a Estados Unidos y a Israel. Es cierto que las decisiones de política exterior de la administración Bush, y en especial la desafortunada guerra de Irak, no fueron muy buenas, pero los estadounidenses, votando democráticamente, pudieron echar a Bush del gobierno.


Creo que es estúpido recordar que Hamás no defiende un programa político, sino que trata de aplicar a la población un programa moral: imponer la religión islámica como forma de gobierno, y aplicar la sharía como código de justicia (es decir: lapidación para las adúlteras; cárcel para quienes beban alcohol...). Amnistía Internacional condena continuamente los métodos de Hamás.


No contento con hacernos tragar su “mundo al revés”, heredero de Jean Genet, interpreta el arte de algunos creadores, en especial el de Francis Bacon, a quien mientras estaba vivo castigaba, a su favor; como si esos cuerpos luchando fueran una metáfora de un mundo, cómo no, dividido en dos. Qué fatiga.