COLECCIÓN STERLING CLARK

Renoir o la pasión por la mujer

El Museo del Prado exhibe la primera muestra monográfica en España sobre Renoir.

El fotógrafo retrata el lienzo ¿Muchacha dormida¿ (1880) de Pierre August Renoir.
Renoir o la pasión por la mujer
EFE/PACO CAMPOS

Elde2010 ha sido un año prolífico en exposiciones sobre el impresionismo. Comenzó con una apabullante muestra en la fundación Mapfre titulada ‘Impresionismo, un nuevo renacimiento’ y terminará con la inaugurada el pasado 15 de noviembre sobre los ‘Jardines impresionistas’ en el Museo Thyssen y en la fundación Cajamadrid. Entre una y otra, el Thyssen revisó la influencia de Monet en la abstracción de mitad de los cincuenta del siglo XX y el Prado ha abierto hace unas semanas la que titula con un sugerente ‘Pasión por Renoir’.


Poner título a una exposición es tarea complicada. En esta ocasión, el acierto es total, pues se trata de una valiosa muestra de la pasión que por el pintor francés tuvo el coleccionista norteamericano Robert Sterling Clark (1877-1856). Los 31 cuadros de la muestra suponen la primera exposición monográfica dedicada a Pierre August Renoir (1841-1919) en nuestro país. Toda exposición que descansa en una colección privada viene definida por una doble característica: primero, su lógica limitación en el número de cuadros; segundo, responder al gusto particular de su propietario. Cuando Clark inició las compras de Renoir, no estaban de moda los impresionistas, considerados a principios de siglo una antigualla decimonónica sin conexión con los movimientos revolucionarios que dominaban el arte del momento.


El principio de todo

Tampoco lo debía de tener muy claro, pues en el contrato de adquisición de su primer lienzo, ‘Muchacha haciendo ganchillo’ (1875), se reservó el derecho a devolverlo en caso de posterior arrepentimiento. No solo no se arrepintió sino que fue atesorando una colección en la que está presente la práctica totalidad de los géneros del pintor: retratos, paisajes, floreros, bodegones y desnudos.


La exposición del Prado muestra bien a las claras la doble cara de Renoir: el pintor que colabora en los primeros años setenta del XIX en el desarrollo del impresionismo, y por lo tanto en la renovación de la pintura, y, a semejanza de Edouard Manet, el buen conocedor de un legado artístico del que se sentirá heredero. Este último Renoir aparece, en la colección Sterling Clark, en los cuadros que pintó tras su viaje a Italia entre 1881 y 1882, en los que apuesta por el dibujo y por el trazado de líneas para delimitar los contornos de sus modelos.


Son desnudos de formas marcadas como ‘Bañista rubia’ (1881) o ‘Bañista peinándose’ (1885), muy ingrianos ambos, y que complementan a la magnífica ‘Maternité’ (1885), que se conserva en el Museo D’Orsay. Mientras que los impresionistas, liderados por Monet, caminaban a pasos agigantados hacia la abstracción, otros como Pisarro o Renoir huían de la “doctrina” al no renunciar a la figuración.


No obstante, antes de 1880, en plena etapa impresionista, ya dejó bien clara su atracción por la figura humana como objeto pictórico, y en concreto por la mujer. Quizá sea Renoir con Degas el pintor impresionista más figurativo. Entre 1875 y 1880 pinta tres obras maestras: ‘Torso de mujer al sol’ (1875), ‘El columpio’ (1876) y ‘Baile en el Moulin de la Galette’ (1876), los tres en el D’Orsay.


Sensualidad y color

La colección de Clark posee muestras del talento de esta época: ‘Muchacha con abanico’ (1879), ‘Palco en el teatro’ (1880), ‘Muchacha dormida’ (1880) o ese inquietante y extraño cuadro, ‘Niña con ave’ (1882), pintado tras su segundo viaje a Argelia.


Son obras de una gran sensualidad, coloristas, de contornos diluidos, de pinceladas cortas que provocan pequeñas manchas en el cuadro. Las mujeres aparecen captadas en diferentes posturas y en escenas cotidianas, pero con un erotismo que atrapa la mirada. Es sin duda este género el más interesante de la exposición, por delante de los paisajes –capital para un impresionismo que intenta captar la naturaleza con la mayor objetividad posible y con una pincelada amplia, con manchas evanescentes y colores aterciopelados-, correspondientes al primer Renoir, o a esas delicadezas que son los bodegones: ‘Cebollas’ (1881) o ‘Frutero con manzanas’, de un innegable sabor a Cezanne (1883).