PERFIL

La invención de la realidad o la virtud de escribir

Armas Marcelo escribió la biografía de Vargas Llosa con el título 'El vicio de escribir'. Vicio ha de tener quien tanto ha escrito, pero se trata de un vicio virtuoso, o lo que en términos más habituales llamamos vocación.

Vargas Llosa.
La invención de la realidad o la virtud de escribir

Una de las cosas que me unen a Mario Vargas Llosa -Varguitas para los amigos del 'boom' hispano de aquellos años setenta- es que ambos fuimos educados por los hermanos de La Salle. Desde luego, no es la más importante, tratándose de una personalidad como la suya. Lo es mucho más que, a pesar de los años transcurridos, casi medio siglo después, siga escuchando los desolados ladridos de aquellos perros de "su" colegio militar, el Leoncio Prado, símbolo de la brutalidad, de la opresión, de la negación de toda sensibilidad ideológica y espiritual. Un espejo de muchas sociedades, de lugares de nuestro mundo, de entonces y de ahora.


Su huella, el eco de aquellos ladridos, es difícil que desaparezca de nuestro imaginario. Luego vendrían otros ladridos, también imprescindibles, aunque de 'cachorros' se tratara, y frisos narrativos donde historia y ficción se funden en una amalgama reveladora: la invención de la realidad, la creación literaria, en suma. 'La casa verde', 'Conversación en La Catedral', 'La guerra del fin del mundo', 'Lituma en los Andes', 'El Paraíso en la otra esquina'... nos ponen en contacto con un creador de tan largo aliento como de minuciosa introspección.


Como analista, como crítico literario, Vargas Llosa es tan riguroso como brillante, tan enjundioso como creativo. La 'Historia de un deicidio', un ensayo dedicado a su amigo, y contrincante ideológico, García Márquez, es un ejemplo de acercamiento no solo a un autor y su obra, sino a los entresijos más íntimos de su proceso creador; como lo fue 'La orgía perpetua', en relación con Madame Bovary y Flaubert, o 'La tentación de lo imposible', respecto a 'Los miserables' y Víctor Hugo. El bisturí de Varguitas ha sido implacable, en esta y otras operaciones de cirugía literaria. Para el escritor peruano-español, la literatura no es, desde luego, un mero juego literario -por muy jugosas que sean 'Pantaleón y las visitadoras' o 'La tía Julia y el escribidor'-, sino una forma de conocimiento, de la sensibilidad y de la moralidad del mundo.


Esta pulsión moral es la que llevó a Vargas Llosa a la política, más allá de lo que un discurso político pueda satisfacerse en las páginas de un libro, o en un artículo de prensa, a los que tan habitual es el escritor. Hizo política activa en su Perú natal, país de un continente tan necesitado de espíritus liberales como el suyo, cívico y moderador, antídoto a tantas tentaciones populistas, totalitarias y fanáticas como amenazan América Latina, y no solo el continente hispano. Por suerte para la literatura, para sus muchos lectores, su proyecto político resultó frustrado -que la política tiene unos recursos estratégicos que el intelectual no conoce, y no hace falta que nos remontemos a Azaña-, pero dejándonos la incógnita de si una personalidad de sus características, inteligente y creativa, falta de sectarismos, democráticamente estructurada, hubiera sido capaz de contribuir a enderezar la deriva social que nos zarandea, el desconcierto y la confusión que nos invaden.


Intimidades intelectuales

Hace unos años, en mayo de 2003, en Alicante, tuve ocasión de conocer a Vargas Llosa, en un encuentro que le dedicó el aula de cultura CAM. Allí el escritor -rodeado de algunos fieles, Jorge Edwards, Caballero Bonald, Juan Cruz...- nos habló de su última novela, 'El paraíso en la otra esquina', sobre las relaciones de la luchadora social Flora Tristán y del pintor Paul Gauguin, nieto de la activista. Por cierto que Jorge Edwards, el escritor chileno, nos contó algunas intimidades intelectuales de Vargas Llosa. Por ejemplo, que en el cine lo que le gusta es el western, y no las películas de Bergman o de Fellini; que prefiere Tolstoy a Dostoievsky, del que le enfada su psicologismo; que es un decidido defensor de las novelas de caballería, que prefiere a la visión irónica y subjetiva de don Quijote... "Es una arbitrariedad literaria muy atractiva", comentaba muy ladinamente el escritor chileno de esto último.


Vargas Llosa, en su disertación sobre 'El paraíso en la otra esquina', declaraba que si Gauguin había decidido cambiar su vida, Flora Tristán, su abuela, había decidido cambiar el mundo. Vargas Llosa, a su manera, cuando decidió embarcarse en la política, también había decidido cambiar un poco el mundo, o intentarlo... Recuerdo sus palabras sobre aquella experiencia, que llamó temporal, aunque el proyecto "era muy realista, no esperábamos alcanzar el paraíso". Pero aquella experiencia le sirvió de algo al escritor: "Aprendí -confesaba- que para ser un político o novelista hace falta una vocación. Yo no la tenía, me la impuse. Por razones cívicas, morales... Por eso fracasé" Y como conclusión relativista de aquella decepción, resumía: "A veces buenas ideas no triunfan, y, a veces, malas ideas sí".


Y declaraba a la prensa local que "la democracia es el antídoto de la visión utópica de la sociedad", con su explicación correspondiente: "Las utopías sociales que en el siglo XIX fueron proyectos intelectuales, en el XX se intentaron materializar. Fue entonces cuando quedó demostrado que las grandes ideologías eran sueños utópicos. De ahí que la constatación de la irracionalidad de utopías como el nazismo, el comunismo o el maoísmo, que derivaron en sueños macabros, ha llevado a que en este siglo XXI prevalezca una actitud escéptica, ya que esas utopías han provocado guerra, sufrimiento y regímenes desprovistos de libertad".


Ello, matizaba el escritor, no obsta para que debamos renunciar a las utopías, sobre todo en el campo de la creatividad, "en el que no es quimérica la idea del absoluto y de la perfección", al igual que en el plano individual. Esto ha producido -afirmaba- "una reorganización de las utopías hacia ámbitos no estrictamente políticos o sociales".


Ahora, la Academia Sueca -pensando quizá que las tentaciones políticas de Vargas Llosa han sido abandonadas, y que ya no le quedan, a la izquierda, escritores que premiar- le otorga el Nobel, que hace tantos años mereció. Bueno, está bien, aunque ya el premio sueco esté tocado desde hace años por su permanente sectarismo. Dejémoslo en que la concesión de este galardón a Vargas Llosa, Varguitas por su antiguos amigos y enemigos, es una alegría para quienes compartimos su lengua, su paisanaje y algunas, o muchas, de sus convicciones políticas. Las literarias, sus ladridos creadores, se escuchan permanentemente en nuestro corazón de lector. Y ese es el mejor premio para cualquier escritor.