JAVIER SOLANA

Hablar sin decir

El político dialoga con Lluís Bassets sobre relaciones internacionales.

Javier Solana, en la presentación de su libro en Madrid
Hablar sin decir
BALLESTEROS/EFE

Son legión los personajes públicos que al ser entrevistados adoptan una actitud recelosa o preventiva, como si estuvieran ante un inquisidor. Aunque el periodista sea una persona conocida por el interpelado, este mantiene con frecuencia una gran cautela, sobre todo si sus declaraciones van a ser publicadas. Este es el caso del libro ‘Reivindicación de la política. Veinte años de relaciones internacionales’.


Señala la portada que se trata una conversación de Javier Solana con Lluís Bassets. No obstante, es más bien una larga entrevista de 267 páginas con quien hasta el pasado mes de diciembre fue el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea. Y, si bien se conocen desde hace años por haber coincidido profesionalmente en su añorada Bruselas, el político socialista mantiene esta postura cauta, cuasi profesoral e incluso distante, muy ligada a la diplomacia de viejo cuño.


Tal es así, que en la presentación del volumen la semana pasada en Madrid, su amigo Felipe González comentó con ironía que Solana es tan “autocontenido que habiendo conocido a todos los bichos que pululan por ahí en los últimos veinticinco años, solo habla un poquito mal de dos, con los que parece que no se lleva bien y se irrita”.


El que fuera ministro entre 1982 y 1995, secretario general de la OTAN (1995-1999) y rostro visible de la UE (1999-2009), aborda una amplia panoplia de temas de la actualidad internacional que le plantea su interlocutor. Lo hace con sutileza, nadando y guardando siempre la ropa, acaso porque aún se siente demasiado ligado a la actividad diplomática que ejerce desde 1992, cuando fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Analiza los avatares de la política internacional de los últimos veinte años, en los que ha estado involucrado directamente y en los que ha tratado a todos los mandatarios de las grandes potencias. Habla de la desaparición de la URSS y del estrechamiento de las relaciones de Rusia con Occidente tras la caída del Muro de Berlín, de la lucha contra el terrorismo islámico, de las guerras de los Balcanes, de la de Iraq y del deseo de los neoconservadores estadounidenses de reorganizar todo Oriente Próximo y Medio con el predominio de Israel, de la necesidad de no romper puentes con dirigentes como Ahmadineyad o Gadafi, del euroescepticismo y la complicada ampliación de la UE, de la política mediterránea y, sobre todo, del eterno conflicto árabe-israelí. Muchos temas, pero pocas novedades. No desvela nada que no se supiera, apenas critica a alguien, rehúye los asuntos escabrosos y pasa de puntillas sobre los fracasos en los que él ha participado por su cargo.


Esta actitud reservada hace que su análisis de los diferentes contenciosos internacionales contenga posiciones ya muy conocidas y demasiados tópicos: “La guerra de Iraq fue un gran error” (pág. 93), “Los Balcanes fueron un gran fracaso” (pág. 102), “Israel solo confía de verdad en Estados Unidos” (pág. 202). Si el entrevistador insiste en algún aspecto más comprometido, el entrevistado no tiene ningún pudor en advertir que guardará silencio: “Prefiero no añadir nada más sobre esta cuestión” (pág. 239). “Prefiero no juzgar las palabras de Aznar al respecto” (pág. 245). Siempre es de agradecer que el periodista deje constancia por escrito de esta negativa a responder.


Es la de Javier Solana una de las figuras españolas con más proyección internacional al haber ocupado dos cargos de relumbre, en los que ha contado con la aquiescencia tanto de Estados Unidos como de los socios europeos. Tanto que el Rey le ha concedido la más alta distinción que otorga la Casa Real, el Toisón de Oro, un reconocimiento que solo ha entregado a otros ocho españoles en sus 34 años de reinado. Se suma a otros muchos reconocimientos que ha recibido, como el premio Carlomagno. Por ello, aún resulta más desconcertante este libro, donde tan poco aporta un personaje que guarda en su maleta múltiples secretos, datos, análisis, dosieres y transcripciones de conversaciones cruciales. ¿Busca, acaso, mantenerse en el candelero ahora que los focos de las cámaras de prensa ya no le enfocan constantemente? ¿Cree que todavía le queda por interpretar el gran papel en la política nacional?


Es previsible que Javier Solana atesore sus revelaciones para dentro de unos años, cuando, definitivamente apartado del escenario público, sucumba a la tentación de publicar sus memorias como protagonista y testigo de los acontecimientos más relevantes del final del segundo milenio y del comienzo del tercero. Como relata Lluís Bassets, para ello cuenta con centenares de agendas y cuadernos de notas. Entonces, no ahora, Solana podría narrar lo que ocurrió entre bambalinas en las relaciones del poder mundial con Clinton, Bush, Obama, Kohl, Merkel, Mitterrand, Sarkozy, Arafat, Sharon, Netanyahu, Aznar, Zapatero y muchos otros.


Mientras tanto, mientras llegan unas auténticas memorias, esta larga entrevista se podría haber recortado generosamente para dejarla en una doble página de periódico. Pues, no por ser archiconocida, la vieja sentencia de Gracián pierde vigencia: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aún lo malo, si breve, no tan malo”.