HISTORIA DE ARAGÓN

Banderas contra el Rey

La gélida ocupación de Juan de Lanuza.
Banderas contra el Rey
MARIANO BARBASÁN

Alzar banderas contra su rey

‘La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II’. Jesús Gascón. PUZ e IFC. Zaragoza, 2010, 688 páginas.


Uno de los sucesos más tremendos de la historia aragonesa y española fue el que, en 1591, concluyó con la sentencia de muerte ejecutada en Zaragoza por tropas de Felipe II contra el Justicia del Reino, Juan de Lanuza, joven caballero que, atendiendo a sus obligaciones, había dado amparo a Antonio Pérez, ex secretario del rey y traidor a la Corona. Enseguida hubo plumas que apuntaron a voluntades extrañas a los aragoneses para exculparlos.


¿Plebe o aristocracia?

El cronista Céspedes, ya en 1622, escribía que del alzamiento no tuvieron culpa los zaragozanos, sino el “vulgo ignorante, bestia feroz que cuanto más ajeno se juzga del peligro, el azote y la cadena, más se embravece y se precipita”. Así era el vulgo servil de Zaragoza -sigue el escribidor-, compuesto casi todo de extraños: bearneses, forajidos de Castilla, Valencia y Cataluña, miserables que abusaban de la ciudad que los amparaba, plebe vagabunda y ociosa de quienes se valieron los amigos del felón Pérez. Olvidaba de intento que en la oposición al rey hubo aristócratas, infanzones, juristas y clérigos, labradores y menestrales.

La exculpación era descaradamente falsa. La realidad fue muy diferente y se han escrito obras de calidad sobre unos sucesos que, tras más de cuatro siglos, aún configuran lo que muchos aragoneses creen que debe recordarse de su pasado histórico. Hay estudios recientes monumentales, como el de Víctor Fairén sobre los procesos que el rey urdió contra Pérez, pues el caso sigue en debate y está lleno de interés: intrigas, secretos de Estado, legitimidades contrapuestas, política internacional, abusos de poder, vulneración de leyes, fraudes de ley (Pérez fue acusado de judaizante y sodomita), represión mediante penas capitales (decapitación y garrote o ahorcamiento con descuartizamiento ulterior), pasquines, mercedes, etc.


Aragón, hervidero de problemas

De los que conozco, el libro que mejor da cuenta de lo que se sabía y de lo que puede hoy saberse sobre estas trascendentes “alteraciones” (que fueron vividas como una defensa de las leyes y no como rebelión contra la Monarquía) es el recién aparecido de Jesús Gascón, editado por la Institución “Fernando el Católico” y las Prensas Universitarias de Zaragoza. Se llama ‘Alzar banderas contra su rey. La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II’ y sintetiza un esfuerzo admirable de investigación inteligente y documentada. No bajarán, sin contar las fuentes documentales, del medio millar las obras manejadas para poder enmarcar el relato, complejo, rico y sostenido con buen pulso narrativo.

El suceso no se presenta descolgado, centrado en sí mismo, sino inserto en un panorama que lo hace inteligible desde un punto de vista de política general: como señaló un autor en 1619, las tierras de Aragón “hervían en pleytos”, que venían de atrás y afectaban desde la Ribagorza hasta los confines meridionales del reino, incluidos problemas de bandidaje y de moriscos. Y, lo mismo en Zaragoza que en Albarracín o Teruel, la receta del rey sería idéntica: Inquisición y soldados.


Agravio político, no económico

Sobre eso, se trazan los enrevesados entresijos del caso, en la Corte y en Aragón y Zaragoza: las redes sociales y clientelares, bien estudiadas -poniendo caras a la multitud-, las tentativas de mediación... No fue una pugna económica sino política: era una cuestión de principio. El diputado y aristócrata, de ascendencia regia, Francisco de Aragón, un Villahermosa nada hostil al rey, lo consignó así: “No podemos mostrar que pueden torcerse las leyes sino en la misma fragua donde se forjaron, que son las Cortes”. Al rey, en solitario, no debía reconocérsele tal potestad. En efecto, era eso lo que estaba en juego. Las instituciones aragonesas apostaron y perdieron frente a la fuerza arrolladora del rey más poderoso del mundo.

Tiene razón Joseph Pérez, en su texto preambular, al calificar a este libro como “un clásico”, así esté recién nacido. Y en su ardorosa presentación, Gregorio Colás, mentor científico de Gascón, aclara quién es este y por qué es capaz de trabajo tan solvente, que nadie podrá ignorar si quiere estar al tanto de los mejores progresos de la rica historiografía aragonesa.