MARTÍNEZ TENDERO, PINTOR

"El lienzo es un espacio lleno de misterios y hay que definirlo"

En el palacio de Sástago se expone una retrospectiva de su obra, un total de 86 obras, representativas de sus distintas etapas y paisajes.

Martínez Tendero, ante una de las obras que expone en el palacio de Sástago.
"El lienzo es un espacio lleno de misterios y hay que definirlo"
L.G.B.

Martínez Tendero (Albacete, 1947) coloca su cámara digital sobre una escalera de tijera. Temporizador. Detrás, sus seis metros de paisaje de Zaragoza: 'Ciudad para un sueño'. Revisa el resultado de la foto. "Ha pasado el tiempo, eh!". ¿Y su pintura? También en el trabajo del pintor se nota el paso del tiempo. 'Espacios para un sueño', así ha titulado los 86 cuadros que expone en el palacio de Sástago.

¿Cuál era su sueño de niño pintor?

Ni soñaba ni pensaba en nada. Solo en pintar y pintar. Me fascinaba. Era mi pasión.

¿Y el resto de los estudios?

En matemáticas no iba mal. No era constante, pero sí, aprobaba todo con holgura. Comprendí que cualquier cosa que aprendiera, lo iba a reconvertir en pintura. ¿No ve números en mis cuadros?

Desde siempre, en su obra hay un orden. ¿Cómo se plantea exponer en Sástago?

Unos amigos me convencieron. Inicialmente quería traer solo la obra última, pero un lugar como este no es una galería. Y me atraía ver mi evolución. Casi 40 años dan para muchas cosas que conviene recordar y hacer que ellas mismas se encuentren. Nacieron en espacios y tiempos diferentes. Faltan obras que deberían estar pero?

¿Retrospectiva o antológica?

Retrospectiva. La antológica, si llega, será más tarde. En este momento me parecía útil una reflexión. De aquí están surgiendo ideas que cambian o ratifican otras que tenía. También el espectador puede entender mejor mi trabajo.

¿Qué pintores marcaron sus comienzos?

Barjola, Bacon y fundamental, Rauschenberg. Pero bueno, influencias o estímulos llegan desde muchas partes.

La 'arquitectura' cobra ahora otro protagonismo, al igual que la línea o la mancha en sí misma.

El lienzo es un espacio lleno de misterios y hay que definirlo. Trabajar en él y desde él. Al comienzo era más bien un encuadre: las paredes de una caja de 'sorpresas' de donde salían volúmenes que recordaban o no, formas de la realidad. Allí nacieron y allí viven. La evolución o la estancia en distintos lugares con otra luz y otras vivencias, influyeron en el cromatismo. Y de una narración muy enigmática, irreal, he pasado a contar cosas.

Su trayectoria tiene lugares que han dejado impronta, ¿cuáles serían los principales?

Primero, Castilla. Tiempos de soledad. ¡Mi primera exposición fue en la prisión de Cervantes! Luego llego, y me quedo en Zaragoza. Es mi ciudad y Aragón entero, con todo lo que supone: geografía, historia, carácter. África fue una experiencia terrible en lo físico pero muy trascendente en lo pictórico: nuevos colores; técnicas que llevaba en mi mente y que usé con rabia. Rumanía es la presencia de los primeros grises, de las transparencias que luego, en Viena, más asentado, uso en las perspectivas de sus calles y plazas para construir y destruir. Y, Zaragoza, fue como volver de un viaje largo con una operación de corazón de por medio.

¿Una ciudad para vivir?

Zaragoza. Lo digo convencido, muy convencido.

¿Quién le trajo aquí?

Fue Virgilio Albiac. En una cena, durante uno de los concursos de Valdepeñas, me dijo que debería venirme, que mi trabajo iba a ser valorado. Le hice caso y mira?

El ambiente artístico de los 70 ya no es el de hoy.

No, claro. Ni aquí ni en Barcelona ni en Madrid ni en Berlín. Y elijo estas ciudades por que debemos fijarnos en ellas para aprender de sus errores o de sus aciertos. El patrimonio de un pueblo es su seña de identidad. No debe perderse ni ser olvidado. Hay que dejarse la piel para que sea lo mejor posible.

¿Qué le pide a la obra de otro artista para que llame su atención?

Corazón.