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El 'síndrome' de los escritores precoces

Tres jóvenes aragoneses que publicaron con apenas 18 años relatan cómo su vocación ha evolucionado con el tiempo.

El 'síndrome' de los escritores precoces
El 'síndrome' de los escritores precoces

ZARAGOZA. "Para publicar hay que ser pesado y un poco sinvergüenza, aunque suene duro". La frase pertenece al turolense Alejandro Nolasco que, con 18 años, presentó ayer en el Museo Provincial de Teruel su primera novela 'El último perdón de Dios' (Atlantis). Una historia de ficción futurista, incluso de teología ficción, donde las sociedades secretas se quieren aprovechar de la decadencia de El Vaticano, la plaza de San Pedro se llama de la Alianza Italoamericana y la Unión Europea es un único país.

Él vive estos días ese "torbellino" que la zaragozana Irene Vallejo recuerda a sus 31 años y del que decidió alejarse por un tiempo. "Estaba dentro de un huracán y sentí que necesitaba madurar, adquirir ese poso de experiencia que considero imprescindible para la literatura. En la narrativa hace falta haber entendido mejor el mundo, a los demás, haber observado, conocer distintos medios y situaciones. Entonces es cuando eres capaz de transmitir una imagen que sea al mismo tiempo sencilla y certera de la realidad". Un caso bien diferente es el de David Vila Viñas que cortó de forma tajante con su afición escribir.

Alejandro Nolasco está lanzado. Sus estudios de 1º de Derecho en Madrid los compatibiliza con las entrevistas, presentaciones y firmas que le esperan. Al otro lado del teléfono suena pletórico cuando comenta que tiene otros dos libros terminados, 'Demasiados días de sol' y 'Latinajos' de relatos, y otros dos en fase de producción.

Para él, que escribe desde crío, la literatura hay que entenderla como un "medio didáctico y de ocio que tiene que enviar un mensaje". 'El último perdón de Dios' pretende ser "una crítica al individualismo y la deshumanización'. Le molestan las comparaciones que se han hecho de esta novela con 'El código Da Vinci' de Dan Brown. Otro de sus proyectos en estos momentos pasa, precisamente, por poner en marcha una asociación nacional de jóvenes escritores de entre 18 y 25 años que "se convierta en un foro desde el que nos dejemos oír y hacer fuerza".

No dejar nunca la vocación

Con 19 años Irene Vallejo, que iniciaba sus estudios de Filología Clásica, se había convertido en una promesa de las letras aragonesas tras la obtención de más de media docena de reconocimientos a su labor literaria, como el premio Los Jóvenes de Alfaguara (1997).

"Llamarme a mí escritora todavía me parece algo prematuro, aún no tengo una obra consolidada y le tengo mucho respeto a la palabra. Fue muy estimulante y tuve momentos de euforia, posiblemente entonces hubiera hablado de mí misma como escritora, pero me di cuenta a tiempo", contesta cuando se le pregunta si se veía como una escritora precoz.

Nunca ha dejado esa vocación "que recuerdo desde que tenía uso de razón, porque la necesito y es parte indisoluble de mi personalidad", confiesa.

Ahora, con el bagaje del paso del tiempo y doctora en Filología Clásica por la Universidad de Zaragoza y Florencia con mención especial Doctorado Europeo en 2007, ya tiene una novela 'La luz sepultada' con la que intenta algo tan complicado como que una editorial apueste por ella. Una trama de suspense, situada a principios de la Guerra Civil en Zaragoza, en la que a través de una familia "explora esa frontera que se produce en los primeros días de la guerra, cómo cambia la vida cotidiana de la gente en una ciudad que no estaba precisamente en el frente, sino algo alejada". No ceja en su empeño.

A la vez que imparte cursos y charlas divulgando el mundo clásico, también se da a conocer a través de la columna semanal que desde principios de 2009 publica en HERALDO DE ARAGÓN sobre la vigencia de los clásicos y de la sección propia que acaba de estrenar en la revista 'Aragón En Portada'. Tiene listos un cuento y un libro de relatos con los que intenta abrirse camino y quiere "sobre todo seguir aprendiendo, aún no sé exactamente lo que puedo dar de mí misma y necesito escribir, explorar mis propias limitaciones y capacidades", concluye.

Cortar de forma radical

El jaqués David Vila dejó "completamente" de escribir cuando empezó a vivir y estudiar Derecho en Zaragoza. En los años 2000 y 2001 ganó el certamen regional de narrativa corta Mariano de Pano y prácticamente allí donde presentaba uno de sus cuentos salía laureado.

Aquel adolescente siempre contestaba en las entrevistas que ponerse delante de un folio en blanco era para él "una terapia". Quizás llegó un momento en que ya no la necesitaba. "Me encontré que con 18 y 19 años no tenía ni estilo ni nada, a lo mejor la gente que se dedicara con más disciplina que yo podía seguir adelante, pero para mí llegó un momento en que no conseguía hacer lo que quería ni nada interesante", reconoce. El cambio de "contexto" considera que también influyó.

La cita con David Vila discurre en el laboratorio de Sociología Jurídica de la Facultad de Derecho. A sus 26 años está terminando la tesis 'Análisis de política social y criminal sobre infancia" y en el último año de una beca pre-doctoral de formación de personal investigador. Y escribir, lo que se dice escribir, no para, como bromea él "porque voy por las 600 hojas". "Lo que ocurre es que la rareza está vinculada con la belleza de la literatura - se explaya -. Un lenguaje literario suena siempre como un lenguaje extranjero, la belleza no puede provenir de un lenguaje puramente técnico, cotidiano y eficaz".

Hace ahora un año dijo adiós a una colaboración con el semanario jaqués 'El Pirineo Aragonés' que, sobre todo, le permitía "mantener el vínculo con el medio local. Desde hace unos meses le vuelve a picar el gusanillo. "En la tesis estoy encontrándome con cosas que pueden tratarse en ensayos y contarse de una forma más libre que el registro académico, codificado y formal", comenta sobre esa idea que le ronda la cabeza. En la línea, asegura, de la metaliteratura y de autores como Vilas Matas y Agustín Fernández Mallo con su proyecto Nocilla.