ESCRITOR BRITÁNICO

David Lodge: "Escribo y asumo la muerte"

Joaquín Berges, premiado en Francia, conversa con su amigo el escritor británico David Lodge, que acaba de publicar su décimocuarta novela titulada ¿La Vida en sordina¿.

David Lodge (Londres, 1935) conserva el gesto pícaro de ese compañero ingenioso pero cauto que todos hemos tenido alguna vez en el colegio. Ése que planeaba las bromas y provocaba las risas de los demás mientras él se libraba invariablemente del castigo que venía después. En sus ojos hay un brillo de ironía perpetua, un reflejo travieso y juguetón que contrasta con la bondad de su boca y la rectitud de sus cejas. David Lodge es un reconocido escritor inglés que, después de hacer una interesante incursión en la novela histórico literaria en ‘El autor, el autor’ (Anagrama, 2004), acaba de publicar su décimocuarta novela titulada ‘La Vida en sordina’, (Anagrama, 2010), un ejercicio de audacia para alguien que se está quedando sordo, como es su caso.


Vaya juego de palabras que ha usado como título de tu última novela ‘Deaf Sentence’, que ha sido traducido al español como ‘La vida en sordina’. No me extraña que haya incluido una dedicatoria a tus sufridos traductores, en el caso español Jaime Zulaika.

El título en ingles es, en efecto, un juego de palabras intraducible que juega con la similaridad entre “deaf” (sordera) y “death” (muerte). Una “death sentence” es una condena de muerte. Mi protagonista, Desmond, es sentenciado a una condena menos dramática, una irreversible pérdida gradual de oído, pero la muerte es también uno de los temas de la novela. El título español sigue la pauta de la traducción francesa (‘La vie en sourdine’) y creo que es una solución muy elegante, aunque por supuesto el título en francés tiene un eco irónico que recuerda a ‘la vie en rose’. Hay otros muchos juegos de palabras en la novela que hacen muy difícil su traducción y considero que ésta es una buena oportunidad para agradecer la labor de mis traductores, a los que he dado permiso para adaptar mis juegos de palabras a sus propias lenguas según su criterio.


Con ‘La vida en sordina’ vuelves a lo que se conoce como “la novela de campus”, de la que eres un maestro junto con Malcolm Bradbury. ¿Tanto echa de menos la vida universitaria?

No tanto. Disfruté mucho durante mis años como profesor en la Universidad de Birmingham desde 1960 hasta 1986, pero me alegro de haber tenido la oportunidad de retirarme y dedicarme a la creación literaria. Los años sesenta y setenta fueron los mejores para ser un profesor universitario en Inglaterra, justo cuando el sistema se estaba implantando poco a poco, dejando un rastro de experimentación e innovación en el aire. Después de eso nuestras universidades se han convertido en instituciones burocráticas que se gestionan como negocios empresariales, los ratios de los estudiantes han bajado y la vida laboral de los profesores ha empeorado. Además, ya estaba cansado de las inevitables repeticiones que se producen al cabo de los años al impartir siempre las mismas asignaturas y, por último, mi incipiente sordera estaba haciendo más difícil mi labor.


‘La vida en sordina’ está protagonizada por un profesor de Lingüística retirado que se está quedando sordo. Me recuerda a alguien…

La sordera es ciertamente autobiográfica, pero mi jubilación no se parece en nada a la de Desmond. Él creía que iba a disfrutar de la rutina diaria pero descubre que era la rutina académica la que daba sentido a su vida. Yo he estado continuamente ocupado con mi labor creativa desde que me retiré y no hay suficientes horas en el día para hacer todo lo que me gustaría. Además yo no soy viudo con una segunda esposa más joven. Y tampoco me he relacionado con una peligrosa estudiante americana medio loca…


Supongo que hablar de los problemas personales, como en esta caso tu sordera, es un buen remedio para comenzar a resolverlos. En este sentido, el libro tiene algo de terapia psicológica, de exorcismo…

El epígrafe de mi novela ‘Terapia’ (Anagrama, 1995) es una frase de Graham Green que dice: “escribir es una forma de terapia”, y luego continúa: “a veces me pregunto cómo hacen los que no escriben, no componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía y el miedo inherentes a la condición humana”. La realidad es que la mayoría de las personan sobreviven sin ser artistas, así que quizá los artistas sean inevitablemente neuróticos o maníaco depresivos (hay suficientes evidencias para sostener algo así) que tienen el privilegio de convertir una experiencia negativa, como quedarse sordo, en algo positivo, una obra de arte que puede proporcionar placer a otros semejantes y aumentar su autoestima. Eso si la obra triunfa, porque si fracasa sólo servirá para empeorar la situación inicial del autor, lo cual explica la ansiedad que sentí cuando comencé a escribir los primeros capítulos del libro.


¿Por qué razón crees que la ceguera se considera trágica mientras que la sordera nos parece cómica?

Personalmente creo que la ceguera es mucho peor que la sordera, pero algunos ciegos no están de acuerdo conmigo. Históricamente los personajes ciegos, desde Edipo en adelante, han sido figuras trágicas en la literatura, mientras que los personajes sordos han tenido un tratamiento cómico en comedias, por cierto, bastante crueles. Normalmente los sordos no son tan vulnerables como las personas que llevan un bastón y un perro guía. Y con frecuencia suelen esconder o incluso negar su sordera, lo que provoca en el prójimo más irritación que lástima. Además, pueden ser víctimas de absurdos malentendidos y situaciones embarazosas en una conversación, lo que por supuesto no tiene nada de cómico para una persona sorda. Lo que yo he querido hacer es mostrar la comedia de la sordera desde el punto de vista de la víctima.


Francisco de Goya y Lucientes fue un sordo genial. Pintó sus mejores cuadros cuando perdió el oído, como si esa sordera le concediera el privilegio de ver con claridad la locura y la confusión del ser humano. Tú conoces bien al pintor aragonés. ¿Es el silencio una fuente de inspiración?

En teoría un artista visual estaría menos afectado que un escritor porque la pintura y la escultura son artes silenciosas. Quizá la sordera ayudó a Goya a concentrarse en su arte privándole de distracciones sonoras. Su trabajo se volvió en efecto más poderoso e innovador después de su sordera profunda, pero también se hizo más oscuro y pesimista. Esto pudo suceder por la depresión que le causó la pérdida de uno de los sentidos del cuerpo o quizá porque la contemplación del comportamiento humano sin la dimensión de los sonidos convierte al hombre en un ser grotesco, inquietante, perverso, tal como lo vio Goya.


Desmond, el protagonista, comienza a sentir el deterioro físico en su cuerpo mientras que su mujer, Fred, se siente mejor que nunca, ilusionada con su aspecto físico y su nuevo proyecto laboral. ¿Tiene este contraste algo de metáfora sobre el papel del hombre y la mujer en nuestro recién comenzado siglo XXI?

Sí, así es, aunque yo retrotraería el asunto a los años setenta y el movimiento de liberación de la mujer. Pese a estar viviendo la etapa post feminista, no queda claro si las mujeres han ganado la batalla por la igualdad y no necesitan seguir protestando o si han transigido hasta cierto punto y han abandonado la lucha. Personalmente no me cabe duda de que la mujer ha ganado seguridad y reconocimiento en la sociedad británica en las últimas décadas. El éxito profesional de la esposa de Desmond es un ejemplo que contribuye a su propio declive personal.


Y entonces aparece la estudiante americana Alex Loom, una experta manipuladora de los instintos masculinos y lo pone en un serio compromiso. Me imagino que para un profesor universitario la tentación siempre procede de los estudiantes, de su universo de juventud…

De nuevo deberíamos hablar de un cambio de actitud en las últimas décadas. En los años sesenta y setenta se produjo una revolución sexual en Occidente. El sistema universitario, especialmente en Gran Bretaña y los EE.UU., ofreció la ocasión perfecta para que los alumnos explorasen su sexualidad unos con otros, e incluso a veces con sus profesores. Este tipo de relaciones constituyó un elemento esencial en “la novela de campus”. Pero siempre fue un asunto transgresor, porque los profesores mantenían tradicionalmente una relación paternal con sus alumnos. El clima ideológico de corrección política que dominó la universidad anglo-americana en los años ochenta hizo que la relación sexual entre un profesor y un alumno conllevara muchos riesgos para el profesor y pudiera ser explotada por alumnos sin escrúpulos como Alex.


Hablemos ahora del tema principal de la novela, que pese a su comicidad y sentido del humor es la muerte, presente ya en el título original, así como en la tesis doctoral de Alex sobre el estilo literario de las cartas que dejan los suicidas y alrededor de Desmond, tanto en lo referente a su primera mujer como en lo que le sucede a su padre. ¿Escribir sobre la muerte también es un modo de exorcismo para aceptarla?

Desde el principio pensé en combinar la experiencia de mi sordera con la del cuidado de mi padre durante los últimos años de su vida. Esto hizo que la novela fuera más seria. De alguna manera pasó gradualmente del tono de una comedia al de una elegía. Como la mayoría de los escritores, compruebo que pienso más en el misterio de la muerte conforme me hago mayor, y supongo que escribir sobre ello es una forma de asumir la mortalidad, pero creo que el verdadero motivo de escribir -y quizá de toda manifestación artística, tenga que ver o no con el tema de la muerte-, es desafiarla dejando en la Tierra algo que nos sobreviva. Es la misma motivación que lleva a mucha gente a tener hijos y los libros son los hijos de los escritores.

¿Cómo se siente un autor cuando comprueba que es capaz de volver a escribir una gran novela una vez cumplidos los setenta años de edad? David Lodge camina hacia 75 años...

No estoy seguro de que sea una “gran” novela, pero seguramente sí es una buena novela y me ha proporcionado mucha satisfacción haberla escrito siendo ya un septuagenario. Escribir puede convertirse en una adicción, además de en una terapia, y soy consciente del peligro que entraña seguir escribiendo cuando uno no tiene nada nuevo que decir, o ninguna manera novedosa de hacerlo. Sólo espero que si alcanzo ese punto tenga la sensatez de retirarme por segunda vez en mi vida, pero no deseo en absoluto que eso suceda.