POESÍA

"El lenguaje es el sustituto más potente de lo real"

"Escribo casi siempre a mano y en distintas cafeterías", dice Olga Bernard (Zaragoza, 1969), que empezó publicando en Internet y atrajo al editor sevillano de la Fundación Ecoem con 'Caricias perplejas', un libro que está suscitando unánimes elogios

La escritora zaragozana Olga Bernard.
"El lenguaje es el sustituto más potente de lo real"
HA

¿De dónde sale la escritora Olga Bernad? ¿Cuál es su prehistoria?

Yo llevo escribiendo casi desde que tengo memoria. A los ocho años (quizá ya intuyendo que los temas son cuatro: sota, caballo, rey y otro que no sabemos concretar) comencé una historia de mi vida. Acabé pronto, pero la intención estaba ahí. La lectura y la escritura fueron siempre una auténtica pasión para mí.

¿Cómo nació este libro, 'Caricias perplejas', cuál es su origen?

A los treinta y ocho años me di cuenta de que nunca me había dado permiso para la poesía por miedo y prejuicios. Me encontré por sorpresa ante un serio problema de salud y supe que me arrepentía de no haberme dado esa íntima libertad de hacer exactamente lo que quería, aquello para lo que crees que sirves. Quería algo que solo podía venir a través de la poesía.

¿Por qué ese título: 'Caricias perplejas'?

Forma parte de un verso de uno de mis primeros poemas. Empecé escribiendo sobre la belleza, qué menos, ya que había tardado tanto. Simplemente me gustó y fue el nombre que le di a mi blog. Define bien mi poesía. Creo que en una época tan poco inocente como la nuestra, estamos inmunizados contra el asombro. La única bofetada eficaz para mantener la perplejidad por un momento tal vez sea la de la belleza. En esos pocos segundos de perplejidad se mantiene viva una cierta inocencia, una limpieza que ya no es del todo nuestra, y ese es un buen territorio para la poesía

Arranca con una cita de Luis Cernuda. ¿Es un aviso a navegantes, a propósito de gustos o influjos?

Admiro a Cernuda, pero también a otros muchos. Soy una apasionada del Siglo de Oro, de algunos románticos, de muchos de la nómina oficial -y no tan oficial- del veintisiete. Pero también de los Panero (me gustan todos, hasta la madre), de ciertos poemas de Pere Gimferrer, de Gil de Biedma, de César Vallejo, de Miguel Labordeta, de Julio Martínez Mesanza, de todos, mezclados con Auden, Keats y Yeats, Catulo, Safo y Arquíloco

Dice al final que 'Caricias perplejas' puede "leerse como la crónica de un asombro" y también lo define como una historia de amor. ¿En qué medida lo es y cómo debe leerse?

Es una historia de amor ficticia, lo que no quiere decir que no sea cierta, una autoficción donde el tú es una mezcla de cosas, un tú tradicional y perfecto: la figura del amado. Ese tú perfecto como interlocutor poético es imposible de encontrar en la realidad. Tal vez es cada lector, al que solo puedo dirigirme a través del lenguaje amoroso. En cualquier caso, la literatura es construcción y, cada poema, un acto de nuestra inteligencia. Debe leerse como cualquier otro poemario: con la incredulidad suspendida, y dispuestos más a sentir que a juzgar.

¿Cuál es el tema del libro: el sueño, la fugacidad de la vida, la exaltación de la pasión, el erotismo más o menos aplazado?

Todos están en algún momento. En esa especie de trozo de camino compartido, el libro funciona como una novela río, y arrastra con él la amistad (en 'Los niños perdidos'), la indefensión ('Sin ángel de la guarda en esta noche'), lo perdido ('Pequeña para siempre'), los dolores de cabeza ('Pájaros crueles'), un intento de poética ('La dureza') y algún arrebato incendiario, de índole más sensual que destructiva ('Miliciana'). Pero el hilo sigue, del "todo" -primera palabra del libro- hacia la "nada" -palabra con la que termina.

El libro tiene un carácter metafórico y simbólico, casi visionario, y a la vez es un libro sereno.

Uso todo lo que hay: metáforas, símbolos e intuiciones. Serenidad es una palabra que muchos de mis lectores me repiten. Es una sensación que me acompañaba al escribir, junto con la pasión.

¿Cuál es su relación con el lenguaje?

Mi idioma es mi riqueza: lo respeto, lo cuido, lo disfruto, y me peleo con él, aunque esas peleas no las muestro nunca en los poemas. El lenguaje es el sustituto de la realidad más potente que hay.