CRÍTICA DEL CONCIERTO

Que nos quiten lo 'bailao'

YA está, ya se pasó. El huracán Madonna nos tuvo en vilo durante meses y, total, para dos horas. Pero menudas dos horas. La reina del pop la llaman por algo. Y, además de reina, curranta del pop. No tiene rival en escena. Con 50 tacos va de un lado a otro (y eso que el escenario no es precisamente pequeño), baila, toca la guitarra, se cambia de ropa, provoca y, sí, hace disfrutar al respetable. Al fin y al cabo, es el único objetivo de un concierto.

Ella no es boba, sabe de su fama, se la ha construido ella misma con esmero y, así, aparece directamente en un trono mientras suenan los primeros compases de 'Candy shop'. ¿Que la canción no es de las más conocidas? Lo mismo da. La masa ya está enfervorecida y ella, enseñando cacha, ya ha conseguido su golpe de efecto. Sigue con una de sus últimas composiciones, 'Beat goes on'. Como su último disco no ha sido de los más celebrados, algo tiene que inventar para captar la atención. Baile frenético, luces, Pharrel Williams en vídeo… y, por sin fuera poco, cochazo en escena, solo para unos pocos minutos. No ahorra en nada.

Pero es que lo cierto es que, hasta cuando no hay nadie en escena, como en la siguiente 'Human nature', ella, con su apenas 1,60 de estatura, lo llena todo. Mientras canta, o trata de hacerlo -nadie, supongo, fue anoche a la Feria de Muestras a encontrar a Ainhoa Arteta o Montserrat Caballé-, las pantallas muestran a Britney Spears. Después llega uno de esos momentos en los que no es necesario tanto fuego de artificio, cuando la canción es tan famosa que no serían necesarios -aunque los hay- números coreográficos y bailarines. Suena 'Vogue' y es la apoteosis.

Tras un vídeo en el que aparece como insinuante y combativa boxeadora a ritmo de una frenética versión de 'Die another day', llega el segundo bloque. Ropa deportiva, saltos a la comba y una Madonna que ataca sus clásicos más antiguos con DJ y efectos de fondo. Coloristas pantallazos y contoneos en la barra americana para su animada versión de 'Into the groove' para la que pide colaboración de la audiencia. Y los allí congregados, más contentos que chupito. Después vendrán su primer éxito, 'Holiday', y su homenaje a Michael Jackson -solo faltaba que la reina no se acordara del rey-, con uno de sus bailarines improvisando los pasos de Jacko. Tras su guitarrera versión de 'Dress you up', 'She's not me', ese tema de reafirmación de divaza y que pone en cuestión a todas aquellas que pretenden imitarla. Como tampoco es de las más coreadas, proyecta cientos de imágenes de su carrera en pantalla. Nada más efectivo para que nadie se baje del tren del 'Sticky & Sweet'. Pero ¿cómo bajarse? Llega 'Music' y, de nuevo, la locura generalizada.

Quizá la siguiente sea la peor parte del 'show'. Encadena tres de sus nuevos temas, como el horrible 'Spanish lesson', en el que recita unas frases en español ante unos monjes que bailan, y una bonita 'Miles away' que, en directo, pierde parte de su atractivo. Menos mal que remata la faena con esa versión rumana de 'La isla bonita', a la que le sientan bien los violines, y para la que convoca en escena más de 20 personas. Todo muy medido, todo muy calculado. Todo muy ella. Le salva de este bloque su entrega, que es innegable, hasta cuando se arranca con ese 'You must love me' que ganó el Óscar como mejor canción por 'Evita' y que suena muy desnuda y acústica. Y lo guapa que está, la muy Madonna.

Nuevo cambio de vestuario para afrontar el último tramo, el del paroxismo madonniano, que empieza con ese '4 minutes' en el que canta y baila a dúo con un holograma de Justin Timberlake, y prosigue con el lavado de cara discotequero de 'Like a prayer' -que, efectivamente, ya es "como una oración"- y 'Frozen', dos clásicos de su discografía que suenan sorpresivamente - o sospechosamente- afinados. Qué más da, hay que moverse, y aquí la música es solo un vehículo más para el espectáculo. Un espectáculo que toca a su fin, pero que aún quema dos últimos cartuchos: vuelta a la guitarra en 'Ray of light' y locura generalizada con el fin de fiesta, el espídico 'Give it to me' que convierte el concierto en una 'rave' antes de colgar el mensaje de 'Game over'. Sí, el juego se ha acabado. Y la partida se ha hecho corta. Pero, oye, que Madonna ha estado en Zaragoza. Y que nos quiten lo bailado, nunca mejor dicho.