ARTE

Levitar en el Museo Reina Sofía

A Leandro Erlich (Buenos Aires, 1973) le fascina la idea de seducir con sus trampantojos y juegos de espejos y cree que su 'Torre', un edificio de 11 metros que se expone en el Reina Sofía, lo hará a la perfección, tanto es así que "lo mismo" se queda de forma "más o menos" permanente en el museo.


El director del museo, Manuel Borja-Villel, entiende que el primer paso ha sido traer la instalación y que lo que es "seguro" es que permanecerá en el lugar que ocupa más allá de la fecha prevista para su exposición, el 23 de febrero, según ha explicado a un grupo de periodistas tras la presentación de la exposición.


La muestra pertenece al programa Producciones del museo, en el que distintos artistas realizan un proyecto específico para cada ocasión, y que suele quebrantar la forma tradicional de exposición, por eso en esta ocasión se ha elegido una esquina muerta del patio de la ampliación, "escondida" para mayor juego con el espectador.


"Traté de encontrar un lugar para la obra que se incorporara en diálogo con algo ya existente. No era fácil y el que esté un poco escondida es un plus porque el espectador se encontrará algo sin voluntad de hacerlo", ha explicado el artista.


Le gustan, revela, los espacios "mínimos", hasta "periféricos", en los que la atención está desplazada de la importancia que tienen las cosas.


Al último piso de la torre, que actúa como un periscopio, se accede por una escalera que desemboca en un espacio con un cristal en el que se invita al espectador a tumbarse, aunque, advierte Elrich, "quizá no más de dos o tres a la vez".


Los asistentes que permanezcan abajo, y que tendrán una visión totalmente inesperada, "chocante y mágica", del interior de la torre, verán "volar" a los que estén tumbados arriba.


Elrich, uno de los artistas jóvenes hispanoamericanos con mayor proyección internacional, lleva 15 años ideando juegos para desconcertar al espectador con el propósito de involucrarle en el descubrimiento de una realidad que ha sido alterada.


Son, dice, engaños y artificios cuya importancia reside precisamente en que se revelen, tal y como hacía en La Pileta, de 1999, una piscina que en realidad no tenía agua pero que producía la sensación al visitante de que el público que accedía a la sala estaba en el fondo de ella.


Borja-Villel, que juzga a Elrich como el "más representativo" de su generación, matiza que la idea del equívoco con la que juega el argentino "no nace de la nada" porque Michelangelo Pistoletto o Dan Graham ya han explorado esa relación entre lo objetivo y lo subjetivo.


Lo que Elrich aporta, precisa el director del museo, es teatralidad, juego entre el objeto y el sujeto con elementos figurativos no abstractos, como pueden ser las piscinas o los edificios, así como la narración, que remite a Borges, Bioy Casares o Kafka.


El argentino introduce, además, humor, ironía y burla pero siempre con un elemento "de desazón" que hace cuestionarse al espectador su percepción del mundo.


"No es una obra impositiva, sino que ocupa espacios menores, de una levedad muy representativa de su generación", añade Borja-Villel, para quien "tiene mucho sentido" que se presente ahora su obra, "que encaja en el museo mejor que ninguna otra de él".