PINTURA

Memoria de la ciudad de la alegría

El pintor zaragozano Eduardo Laborda publica 'Zaragoza. La ciudad sumergida', un inventario íntimo de su impresionante colección personal de cuadros, fotos, carteles, postales y juguetes, recopilada a lo largo de treinta años de entusiasta dedicación.

Eduardo Laborda (Zaragoza, 1952), pintor, realizador de cine y coleccionista de mil y un objetos, quiere dejar las cosas claras desde el principio. "No hay amor sin dolor -señala-. He sufrido Zaragoza, que es una ciudad destructiva con los que estamos aquí, y a la vez siento una atracción especial, un inmenso cariño por ella, por eso la pinto tanto. En mi relación con Zaragoza hay una porción de dolor y placer, pero es mi ciudad. Es más, cuando empiezas en la pintura sueñas con ser famoso, alcanzar un prestigio nacional, rebasar fronteras con tu obra, pero ahora solo deseo pasar a la historia como un pintor local, de Zaragoza. Sería mi mayor triunfo".


Eduardo Laborda acaba de publicar 'Zaragoza. La ciudad sumergida' (Onagro ediciones, 2008), un homenaje personalísimo a la ciudad a través de los objetos, los carteles, las fotografías, los juguetes, los carteles, las postales y los cuadros que ha ido acumulando a lo largo del tiempo.


"Siempre me ha preocupado la destrucción y la desaparición de edificios, elementos, calles y personas que han conformado tu vida, el universo de tus afectos. La ciudad a menudo se transforma vertiginosamente y quieres retener lo que desaparece, lo que se vuelve efímero, lo que cae en el olvido. Con 'Zaragoza. La ciudad sumergida' yo quise hacer como un guión cinematográfico, un tebeo, cuyo 'storyboard' son las fotos, las ilustraciones, todo el universo visual que se ve aquí".


Referencias


El pintor aún matiza más sus intenciones: ha querido rescatar un conjunto de figuras de primer orden, como el pintor Francisco Marín Bagüés, los ilustradores Guillermo y Bayo Marín, a los cuales dedica capítulos completos, pero también a personajes "necesarios, que han trabajado mucho sin darse importancia alguna, y que forman parte de la historia no escrita de esa segunda línea decisiva para todo. Pienso en artistas como los dibujantes Luis Germán o Marcial Buj 'Chas', el pintor Ángel Rael, los escenógrafos Codín o el escultor Armando Ruiz Lorda".


Bayo Marín y Marín Bagüés son dos mitos de Laborda: de Bayo Marín, cuya obra ha recuperado en buena parte, le encanta su vitalidad, la convicción de que "la vida es para vivirla y para quemarla, era un cachondo que cerró una sala de fiestas completa para sus amigos", y recuerda que dejó una gran cantidad de obra. De Marín Bagüés dice que "es un personaje que nos fascina a casi todos los pintores. Era auténtico, no quiso vender su obra, era un fundamentalista del arte que llegó a sacrificar por ello su prestigio y sus estatus económico, y eso me parece admirable". En el libro se exhibe un autorretrato de Marín, fechado en 1927, un año en el que apenas pintó debido a sus depresiones, una obra que tiene un paralelismo con el último autorretrato del creador, hecho poco antes de su muerte en 1961.


La pasión por el coleccionismo de Laborda se remonta a la niñez: empezó con las cajas de cerillas con caricaturas de futbolistas, luego pasó a los ciclistas de las chapas de las botellas de gaseosa y de ahí a los cromos de animales. Ese afán por atesorar cosas sufrió un parón cuando se dedicó al deporte; fue corredor de medio fondo y de velocidad, hasta que descubrió la pintura y las casas y los estudios de los pintores, entre ellos el del olvidado Alfonso Ribero. "Me gustaban mucho los estudios de artistas, rodeados de la belleza de su tiempo y de la del pasado, y de la que ellos mismos podían generar". Al poco tiempo, empezó a buscar en almonedas, rastros, chalamerías, librerías de viejo y anticuarios. De todo ese rastreo de casi treinta años ha nacido este libro repleto de imágenes inéditas, sorpresas y novedades.


Una de las aportaciones más singulares es la de la fotografía. Eduardo posee formidables colecciones de los pioneros de la fotografía en la ciudad, entre ellos la obra de estudio de Gustavo Freudenthal, el cónsul alemán que recibió a Einstein, o instantáneas de Lucas Escolá, autor de un delicado retrato de María Portolés, la madre de Luis Buñuel, que encontraron Eduardo y su mujer Iris Lázaro, también pintora, en la basura en la calle Costa. En Sagasta hallaron un formidable álbum militar. También hay piezas de Juan Mora Insa, Carrato, Justo Kortés, Skogler, Mariano Pescador, los Coyné, Júdez o Jalón Ángel, que retrató a Irene López de Heredia.


Entre las colecciones más insólitas figuran dos grupos de postales, uno de Berlín y otro con proyectos y edificios del arquitecto de Hitler Albert Speer. Junto a ese lote, Laborda adquirió "varios muñequitos de proporciones clásicas de diferentes tamaño, con el sello del fabricante: la imagen de una tortuga y la inscripción 'Shutz Marque Germany'. A Zaragoza vinieron muchos alemanes, a consecuencia de las dos guerras, y yo creo que pertenecían a alguien que pasó la niñez en Alemania".


'Zaragoza. La ciudad sumergida' está repleto de curiosidades, de historias menudas y pasión por la vida. Se recuerdan las aventuras de la bohemia artística de los 70; se evoca la llegada de los gramolas y la música enlatada con los americanos; se recuerdan grupos como Los Napoli y su vocalista Lola Laborda, hermana del pintor y fallecida demasiado pronto; se recrean los gloriosos días del Casino Mercantil. Todo ese pasado reciente le lleva a decir a Eduardo Laborda: "Zaragoza ha sido una ciudad de ocio, de alegría, una ciudad de creación, y el libro lo reivindica".