ARQUITECTURA

Una Bienal sin arquitectura

La cita de este año en Venecia olvida los edificios y se centra en la experimentación.

La undécima edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia, que se desarrolla hasta el 23 de noviembre aspira a ir 'Más allá de la arquitectura', ése es su título. El comisario de este año, el norteamericano Aaron Betsky, director durante cinco años del NAI de Rotterdam, el Netherland Architecture Institute, opina, sin rodeos, que "la arquitectura no es edificar". "Es algo más, es el modo en que pensamos y hablamos sobre los edificios, cómo los representamos, cómo los construimos", ha explicado. Betsky se lamenta de que el arte de idear edificios está irremediablemente encorsetado por el hecho práctico de que sirve para hacer casas, oficinas o supermercados, y sólo brilla con su luz originaria "cuando un rico quiere una casa o un museo un artefacto cultural".


Por eso propone recuperar "espacios fabulosos".


Se ve de inmediato en la instalación de bienvenida del Arsenale, 'Hall of fragments', de Rockwell, Jones y Kroloff, que con monitores en la oscuridad ofrece cien películas que han inventado o recreado espacios arquitectónicos, desde 'Metrópolis' a 'Blade runner'. Luego se abre la puerta a la experimentación con los 23 estudios seleccionados por Betsky. La segunda zona expositiva, en los Jardines, es aún más radical y se llama directamente 'Arquitectura experimental'.


En la selección oficial hay nombres consagrados como Frank O.


Gehry y Zaha Hadid, pero también otros desconocidos y un español, el valenciano Vicente Guallart, ya presente en 2006 en la muestra de arquitectura española del MOMA. El paseo por las salas ofrece sugerencias sin una sola maqueta ni plano. Las propuestas se hacen con nuevas tecnologías y otras disciplinas fronterizas, como el diseño de interiores, paisajismo, instalaciones y 'performance'. O Internet, en el caso de Guallart.


Los resultados, naturalmente, son desiguales. Destaca por su memez la sala de un suizo, Philippe Rahm, que crea espacios fríos y calientes con capas de aire, sensación reforzada por el convite a caramelos de eucalipto y guindillas junto a unos tipos desnudos tocando el xilófono. Esto no es nuevo en Venecia. En los últimos años muchos pabellones tiraban a lo filosófico y se llenaban de palabrería, con vídeos, dibujos fluctuantes y espacios imaginarios.


Además salía más barato. Al final, de lo que se trata en cada edición es de inventar una idea-contenedor para luego meter dentro lo que hay por el mundo, los nuevos caminos de la arquitectura. De hecho, algunos pabellones nacionales están en total contraste con el tema general y resultan más académicos, constructivos. Como ejemplo está el propio pabellón de España, una visión amplia de lo que se hace ahora mismo, y el italiano, que se llama 'Italia busca casa', basado en la necesidad ciudadana de un piso decente.


Al margen de la Bienal y sus 56 pabellones nacionales, los acontecimientos paralelos se multiplican. Destaca el binomio de Zaha Hadid y Andrea Palladio, en el 500 aniversario del nacimiento del arquitecto renacentista. La creadora iraquí ha instalado dos obras de curvas y colores en la Villa Foscari de Palladio. En la isla de San Giorgio, la Fundación Cini expone los trabajos premiados en el prestigioso Tokyo Type Directors Club (TDC), vanguardia del diseño y la tipografía. Pero la misma Venecia se halla metida en obras importantes. En la torre de San Marcos están colocando unos cimientos metálicos. Está ya en marcha la remodelación de la Punta della Dogana, futura pinacoteca de lujo y motivo de pique entre Guggenheim y Pinault por su adjudicación. Al final se la llevó este último y el proyecto de Tadao Ando toma forma. Por último sigue el misterio sobre la polémica pasarela de Calatrava, sin fecha de apertura tras ser anulada la inauguración por las críticas.