HISTORIA

El día en que Zaragoza se levantó en armas contra el invasor

La Asociación Voluntarios de Aragón conmemoró ayer el 200 aniversario del levantamiento popular de los zaragozanos, que exigieron armas para hacer frente a los franceses tras la abdicación de Carlos IV en Bonaparte.

Todo comenzó un día como ayer, en torno al mediodía, cuando cientos de zaragozanos, preocupados por las noticias que llegaban desde Madrid sobre la abdicación del rey Carlos IV en favor de Napoleón Bonaparte, decidieron levantarse en armas para defender la ciudad de lo que ellos consideraban una inminente ocupación francesa. Con nada más en sus manos que sus horcas y azadas, se concentraron ante la Capitanía General de Aragón para exigir al capitán general Jorge Juan Guillelmi que les entregara los fusiles y cañones que se guardaban en el arsenal de la Aljafería. Una acción heroica de un pueblo decidido a vender cara su piel de la que ayer se cumplieron 200 años. El germen de los Sitios de Zaragoza estaba en marcha.


La plaza de España fue el punto de encuentro. Un centenar de zaragozanos vestidos a la usanza de la época se mezclaban con ciudadanos de a pie que no querían perderse la oportunidad de revivir un momento trascendental para la historia de la ciudad, en un acto organizado por la Asociación Voluntarios de Aragón. Rosa Lasierra, perteneciente al grupo, reconocía que toda su familia y alguna amiga estaban entre los "exaltados" que pedían fusiles a gritos. "Me parece una oportunidad preciosa para dar a conocer nuestra historia", aseguraba.


El gentío, mientras, vociferaba negando a un Bonaparte como rey de España. "¡Zaragoza ha despertado y pide armas!", clamaba. La ciudad, hace 200 años, solamente tenía una pequeña guarnición militar, ni remotamente parecida a un ejército, liderada por Guillelmi. Este residía en la Capitanía General de Aragón, la actual Audiencia Territorial de la calle Coso. Allí se dirigieron los revolucionarios agitando con las manos palos y bastones y, con sus voces, a los asombrados viandantes. "¡Muerte al invasor!", "¡Están conquistando el país!", avisaban.


"¡Fuera los gabachos!"


Un retén de soldados, bayoneta en ristre, intentaba contener a la turba a la entrada de la Capitanía/Audiencia. "¡Armas, armas!", les exigían, exaltados. Y no solamente los que vestían faldas de vuelo y cachirulos en la cabeza, no. "¡Fuera los gabachos!", se desgañitaba una señora de mediana edad, enfundada en unos más actuales pantalones vaqueros. Tanto gritaba que, pese a la eficaz megafonía, a su alrededor apenas se escuchaba al coronel de la guarnición, Antonio Torres, quien fuera el encargado de avisar a Guillelmi de la que se le venía encima.


El 24 de mayo de 1808, el entonces capitán general de Aragón se negó a armar al pueblo, aduciendo que era "gente inexperta que, con un fusil en la mano, solamente representaría un peligro para sí misma". Aseguraba, además, no ser consciente de ninguna acción invasora por parte del ejército de Napoleón y haber remitido una carta al mariscal Joaquín Murat indicándole que la plaza estaba tranquila y no era necesario que los franceses intervinieran. Aun así, no pudo apaciguar a los sublevados, a los que no le quedó más remedio que acompañar hasta la Aljafería para entregarles las anheladas armas.


Ni un segundo callaron los gritos durante el trayecto hasta el entonces cuartel. La calle Boggiero, larga, estrecha y de aspecto decimonónico, se estremecía bajo las consignas de guerra lanzadas por Agustina, Casta, el Tío Jorge y demás futuros héroes del levantamiento popular. "Laura, calla un poquito", le decía una chica a su amiga, que, exaltada, exigía la marcha de los invasores del país, en un barrio cuajado de inmigrantes.


En el camino, el propio Tío Jorge enervaba aún más a la plebe "improvisando" unas coplillas. Así, sobre la marcha, iba cantando: "La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa". Los gritos, a su alrededor, aumentaban su intensidad.


Al frente de los marchadores, Guillelmi, Torres y varios soldados armados. Cuentan las crónicas que aquel día hacía un calor sofocante, por lo que el coronel de la guarnición debió apropiarse de una sombrilla en una tienda de la calle Coso para cubrir con ella al capitán general, que por aquel entonces tenía 71 años. "Ahora entiendo yo que lleve ese paraguas de mujer tan cursi", sonreía Marta Sampériz, asfixiada bajo sus recias ropas de campesina.


Salva de honor en la Aljafería


Hasta la Aljafería llegaron los cientos de "sublevados" después de realizar la "heroica hazaña" de no morir atropellados por el denso tráfico del paseo de María Agustín, a quien no le habría hecho demasiada gracia que alguien acabara bajo las ruedas de un autobús 200 años después de que ella se dejara la vida por defender que Zaragoza siguiera siendo una ciudad libre. "Circulen por la acera, por Dios", pedía en vano una agente de la Policía Local.


En el patio de lo que hoy son las Cortes de Aragón se puso punto y final a la conmemoración histórica. Guillelmi entregó las armas, 25.000 fusiles y cañones tapiados tras un muro de ladrillos que los zaragozanos hubieron de derribar. El capitán general fue confinado en el cuartel, del que no salió hasta el final de los Sitios. "Fue por su propia seguridad", aseguró el comisario del Bicentenario, José Antonio Armillas, quien recordó la "gesta heroica" de miles de españoles "que se alzaron contra las autoridades paniaguadas afines a Godoy". Una salva de honor recordó a aquellos valientes personajes y puso fin al acto. Hoy, una marcha a pie hasta la Alfranca conmemora la que los zaragozanos hicieron el 25 de mayo para recoger al brigadier José Palafox, allí escondido, y colocarle al mando de la revolución. Fue hace 200 años, pero la historia hoy es actual.