EXPOSICIÓN

La pesadilla de trabajar con Goya

Una docena de personas trabajan estos días en el Museo de Zaragoza para preparar la segunda muestra dedicada al genio de Fuedentodos. El comisario Joan Sureda asegura que manipular joyas del patrimonio artístico y disponerlas "para que luzcan" es difícil y delicado.

Todo esto es terriblemente complicado", dice Joan Sureda, comisario de la exposición "Goya e Italia", que estos días ha empezado a montarse en el Museo de Zaragoza. En estos momentos, Sureda espera, de pie, a que la restauradora Patrocinio Jimeno acabe de revisar "La caída de los gigantes", un Bayeu realizado como boceto para unos techos del Palacio Real de Madrid.


Ella va repasando la ficha del óleo y comprobando cuidadosamente que el "estado de conservación" de la pintura sea exactamente el que está descrito en esa ficha. "Se le hace una fotografía general y se anota cualquier incidencia", indica Jimeno, que lleva 18 años trabajando como restauradora y medio en broma dice estar "harta de santos". Pero alaba el trabajo de Bayeu: "Este cuadro es precioso, imponente", dice.


A continuación, Bárbara Boned, del estudio de arquitectura y diseño Jesús Moneo & Asociados, repasa sus papeles e indica a los operarios el lugar donde está previsto colgar la obra. Una vez puesta, Sureda la contempla de frente, les pide que corrijan la inclinación y pasa a otra cosa.


Esta pequeña rutina se repetirá más de trescientas veces en unas pocas semanas, con cada una de las piezas que irán llegando desde instituciones como el Museo del Prado (Madrid), el Museo di Roma, el Hermitage (San Petersburgo), la Galleria degli Uffizi (Florencia), la National Gallery or Ireland (Dublín), o la Royal Academy of Arts (Londres), entre otras.


Joan Sureda, que estuvo a punto de llevar a cabo hace años una exposición sobre Goya e Italia para el palacio Zabarella de Padua, explica que montar una gran muestra como esta en Zaragoza ha sido tan arduo "como subir una montaña". El comisario explica que "generalmente, este tipo de exposiciones solo se pueden hacer en museos que estén en la red internacional y tengan obras que puedan prestar. Eso, el Museo de Zaragoza no lo puede hacer, porque lo que tiene es arqueología y obras de pintura medieval, no está en ese circuito. Y, aunque tiene algún Goya, no son los del Prado...".


Eso supone un inconveniente porque lo que funciona cuando un museo solicita a otro una obra importante, es que se comprometa a ceder a su vez en el futuro una contrapartida "en especie", es decir, otra obra interesante para llevarse temporalmente. Además, está el hecho de que "sin una buena idea, tampoco te prestan", según Sureda.


Al Museo de Zaragoza lo han salvado dos cuestiones fundamentales. Por un lado, que "Zaragoza es la patria de Goya y además a los museos que nos han prestado obras les ha parecido que el proyecto de esta exposición hace una aportación fundamental" a la difusión de la obra del maestro de Fuendetodos.


Y por otro, que ha habido museos, como el del Prado, dispuestos a colaborar. Un ejemplo: para conseguir que la Fundación Magnani-Rocca permitiese la venida del gran retrato de Goya "La familia del infante Don Luis", el Prado ha cedido alguno de sus lienzos añadiéndolo a otros ofrecidos por el Museo de Zaragoza.


Sustos e inquietudes


Una vez que se ha logrado convencer a todas las instituciones para obtener las piezas requeridas, viene el problema del transporte. La mayor parte de las obras que vienen a Zaragoza lo hacen por carretera, aunque alguna procedente de EE. UU. lo hará en avión. Joan Sureda comenta que "del Hermitage viene una inmensa, traer algo así es un peligro". Porque nunca existe la certeza absoluta de que no ocurrirá ninguna desgracia mientras una pintura así cruza Europa de punta a punta. "Yo he sido director de museo, y cuando se te va una obra así, te preguntas: ¿qué me habrá hecho permitir esto? Siempre piensas que no volverá", dice Sureda.


De hecho, gran parte del dinero que cuesta montar una gran exposición se va en pagar seguros para el indeseable caso de que ocurra un imprevisto. Pero Sureda sabe bien que "un seguro no sirve para nada si le pasa algo a una obra de arte", puesto que se trata de joyas únicas e irrepetibles. Por eso, aunque la entidad propietaria de la obra dañada cobraría una fuerte suma como indemnización, en el mejor de los casos solo le serviría para tratar de restaurar los desperfectos causados.


Para evitar todo ello, cada pieza viaja perfectamente embalada, dentro de sólidas cajas y acolchada en el interior con telas y rellenos para que no se mueva durante el transporte. Además, las instituciones propietarias envían a personas llamadas "correos" cuyo cometido es estar presentes durante el desembalaje y colocación de la obra en la exposición de turno, para asegurarse de que está intacta o, al menos, en las mismas condiciones en que salió de su lugar de origen.


En casos excepcionales, son los máximos responsables de las entidades propietarias quienes se desplazan, como ha ocurrido con "La familia del infante Don Luis", pintura que vino a Zaragoza acompañada por la directora de Fundación Magnani-Rocca, Simona Tosini.


Uno de los mayores sustos que puede llevarse un comisario es que, al llegar el camión, dentro no esté lo esperado. Sureda recuerda que para una exposición en Sevilla habían solicitado a la Academia de Venecia un díptico de la Anunciación pintado por Giovanni Bellini. Pero lo que llegó fue "solo una caja, con el cuadro de la Virgen, faltaba el ángel de la Anunciación. Inquietos, llamamos a la Academia y, después de buscar, resulta que habían entendido que queríamos solo la Virgen y no habían enviado el ángel. Pero, de momento, todo el mundo se pega un susto y se pregunta ¿qué habrá pasado?, ¿lo habrán robado...?".


Contar bien la historia


Tener buenas obras no garantiza de por sí que la exposición esté bien. Hay que disponerlas con cabeza, para que el espectador contemple algo bello y a la vez aprenda cosas. "Una exposición es una historia, tiene que combinar un análisis historiográfico con el hecho de que a la gente le guste, que sea hermosa y las obras luzcan bien", dice Sureda. Por esta cuestión, el visitante que vaya a ver "Goya e Italia" se encontrará con que el Museo de Zaragoza "está cambiado". Sureda ha planteado un recorrido temporal y geográfico tras los pasos de Goya que se plasma en fondos de distintos colores -gris para Zaragoza, rojo pompeyano para Italia, ocre para Madrid...- y que ha requerido la partición de las salas del museo con nuevos muros desmontables y una esmerada iluminación.


Pero ni siquiera cuando todo está en su sitio acaban los desvelos. Sureda afirma que "casi lo más difícil es desmontar la exposición, porque, si no controlas que no haya prisas, tiene más peligro quitar que poner. Hay que tener el mismo cuidado". Y no se respira tranquilo hasta que cada obra esté intacta, de nuevo, en su casa.