ARTE

Arte en el límite

La idea del alemán Gergor Sneider de exponer a un moribundo en un museo como si fuera una obra más ha provocado la polémica sobre las fronteras éticas que ha de respetar el artista

¿Merece la consideración de arte un excremento humano enlatado o una eyaculación enmarcada? ¿Es artístico llevar a un enfermo terminal a morir a una sala de exposiciones? Esto último afirma el alemán Gregor Sneider, un artista obsesionado con la muerte que el lunes anunció en la prensa alemana su intención de convertir un museo en el lecho de muerte de un enfermo voluntario. Su intención: derrumbar el tabú de la muerte en la sociedad contemporánea, transgrediendo la intimidad de la enfermedad. Su idea ha provocado un revuelo enorme en la prensa de su país y las quejas de las oenegés que trabajan con enfermos terminales.


Pero Sneider no es el único artista que camina en el filo de lo ético. La última semana, la Universidad de Yale vivió una polémica similar, que ha corrido como la pólvora por la blogosfera.


La estudiante de arte Aliza Shvarts aseguraba en la presentación de su proyecto de fin de carrera que, durante nueve meses, se había inseminado de forma artificial y después, se había provocado varios abortos. El resultado final de su intervención son varios vídeos tomados durante los abortos, y sangre de estos procesos conservada en recipientes.


Al desatarse la controversia, las autoridades de la universidad norteamericana se apresuraron a señalar que los abortos eran falsos, pero Shvarts insiste en que todo es real, y que su intención es "promover el debate sobre la relación entre el arte y el cuerpo humano".


Cuando parecía que nada podía ya sorprender en el terreno del arte, cobró fuerza un tipo de "performance" que, en la búsqueda de la interacción con el público, recurre a menudo al sexo o la violencia. Un ejemplo de estas obras son las "performances" de la checa Marina Avramovic, uno de cuyos trabajos más famosos consistió en dibujarse en el vientre una estrella de cinco puntas con una cuchilla de afeitar.


Caminado en el límite siempre hay quien se cae al otro lado: el costarricense Guillermo Vargas expuso el año pasado en una galería un perro famélico, al que supuestamente dejó morir de hambre ante los ojos del público. La galerista encargada de la muestra desmintió este extremo, pero defensores de los animales han recogido ya un millón de firmas para impedir que Vargas participe en la Bienal de Arte que se celebrará en noviembre en Tegucigalpa, Honduras.


Parece difícil que la obra de Vargas llegue a verse nunca en las salas de un museo serio, pero otras manipulaciones que en su día hicieron a los más puritanos llevarse las manos a la cabeza, hoy en día tienen el reconocimiento del público: véase "Bodies", una colección de cadáveres plastificados que puede verse en Madrid: ha recibido ya 100.000 visitas y ha sido prorrogada hasta el próximo 13 de julio.