ARTE

La muerte interrumpe la aventura de creación de María Pilar Burges

Fallece a los 80 años esta reconocida pintora zaragozana que, durante su dilatada carrera, alternó la enseñanza, la pintura, el muralismo, la ilustración y el figurinismo.

"Me deterioro deprisa y cuidarme para seguir viva (es decir, activa) requiere todo mi tiempo en el día a día", escribía el pasado 7 de julio María Pilar Burges Aznar (Zaragoza, 1928), y agregaba con su redonda y pulcra caligrafía: "Ésa que pinta". Pocos meses antes, para estas mismas páginas, había confesado: "Para mí la pintura ha sido una aventura en la que te podías estozolar o desgraciar porque siempre he pintado de verdad, pintaba toda yo, entregada y de cuerpo entero. He sido una profesional. Soy pintora por realización y he querido aprender, investigar, conocer las técnicas".


María Pilar Burges fallecía el pasado viernes con alguna cuenta pendiente, como la publicación de su tesis doctoral sobre el proceso creador que leyó en 1996 y el sueño de una antológica, y con muchas satisfacciones. El motivo mayor de última felicidad era haber dirigido un nuevo proyecto de pintura de dos nuevos frescos para la ermita del Pilar de Fayón, realizados por José Baldellou entre junio y octubre de 2006, medio siglo después de que ella y José Gumí hicieran lo propio.


María Pilar Burges ya debió nacer con un lápiz o un pincel entre las manos. Su padre, fundador del legendario Iberia, era protector de boxeadores y mecenas de José Oto, y solía llevarla a oír joteros y a ver funciones de ballet. Un día, aquella niña que manchaba cuartillas sin parar reprodujo con exactitud los movimientos y los bailarines de "El lago de los cisnes". Poco después, conoció a Manuel Bayo Marín, que le "enseñó el trabajo con la herramienta y el cuidado académico, y a rotular y a tener sentido del espacio en la composición". Acudió durante tres años al taller de Joaquina Zamora, que le transmitió la idea y la pasión por la enseñanza. De tarde en tarde, se cruzaba por la calle con el maestro Marín Bagüés ("me dio una peseta para que la tirase en la fontana de Trevi", confesaría) e iba a perfeccionar su técnica al Museo de Zaragoza, donde copiaba todo tipo de obras.


A principios de los años 50, recibió la beca Francisco Pradilla de la Diputación de Zaragoza y se trasladó a la Escuela San Jorge de Barcelona. Allí vivió una fascinante época de bohemia, ópera, arte y primeros amores; la propia María Pilar revelaba: "Todos nuestros compañeros de entonces estaban convencidos de que José Gumí y yo nos casaríamos, pero no fue así. Siempre me han interesado mucho la ópera y el teatro, y he trabajado mucho en figurinismo. En Barcelona aprendí a valorar el color, la irisación de los colores madreperla del cielo. Allí, donde el aire es húmedo, encontré las vibraciones intermedias del cromatismo". Tras la estancia en Barcelona y la experiencia de los frescos de Fayón, se trasladó a la Academia de Bellas Artes de Roma, donde realizó cuadros inspirados en "Poeta en Nueva York" y en el "Diván del Tamarit" de García Lorca. París también fue otra de sus ciudades fetiche: visitaba museos, pintaba, trasnochaba, y acudía a la ópera y a los espectáculos de Marcel Marceau.


Dirigió su propia academia, Escuela de Arte Aplicado Burges, entre 1957 y 1971, y desarrolló una obra pictórica expresionista de atmósfera goyesca, figurativa, que pasó por diversos acercamientos al esquematismo, al neocubismo, al numen libresco y teatral, a la nueva figuración, etc. "Represento a una generación -señalaba- y eso también es porque hice todos los pasos. Me parece que he tenido la interioridad necesaria para captar el alma de los retratados. Quizá mi mejor época sea la del hiperrealismo situacional. También me siento ilustradora".


Poco antes de despedirse, María Pilar Burges decía estar deslumbrada por el presente y preocupada por el futuro. Quizá por ello, había adoptado desde hacía años este lema de Borges: "No hay otra virtud que ser valiente".


Su funeral tendrá lugar hoy a las 12.00 en Torrero.