EL RELEVO DE ZAPATERO

Zapatero aprende de Aznar sobre la sucesión

Como su antecesor, pospone el debate de su relevo hasta estar más cerca de los comicios

madrid. "El gran error de Aznar fue comprometerse a limitar su mandato a ocho años". Es una reflexión de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo ha dicho siempre y lo reiteró el 22 de diciembre en una conversación informal con periodistas durante el cóctel que habitualmente se ofrece en la Moncloa por Navidad. El secretario general de los socialistas creyó que, al no caer en la trampa de poner límites a su estadía en el Gobierno, se ahorraría el tortuoso camino que transitó el PP durante los dos últimos años de su segunda legislatura con la carrera por la sucesión como telón de fondo. Pero, en cierto modo, la historia se repite.

Zapatero no ha dicho nunca que no pretenda estar 12 años en la Moncloa, aunque tampoco lo contrario. Y esa falta de definición ha terminado por despertar cierta inquietud interna en un partido que ve claramente cómo la imagen de su líder cae a marchas forzadas en las encuestas, pero también es consciente de lo difícil que resultaría encontrarle un relevo. Nunca un dirigente socialista había tenido tan poca contestación interna como el actual jefe del Ejecutivo. En el último Congreso obtuvo un respaldo abrumador de más del 98%. Y, además, hace tiempo que se acabaron las 'baronías', desde las que antaño se movían importantes hilos.

Hay quien asegura, entre aquellos que acompañaron a Zapatero en su rápido ascenso al poder, que José Blanco "está tomando posiciones para la sucesión", pero no necesariamente de cara a la próxima legislatura. Este afirmaba, por su parte, que nunca ha contemplado otro escenario distinto al de la reelección aunque esta semana prefirió no mojarse y se limitó a decir en la Ser que, "cuando llegue la hora de la verdad, se decidirá". Esa hora está fijada por el propio jefe del Ejecutivo y corresponde a algún momento de 2011.

Es la misma jugada que intentó Aznar: posponer el debate sobre su relevo hasta estar más cerca de los comicios para evitar que una sensación de provisionalidad hiciera mella en su liderazgo o lastrara la acción de Gobierno. El caso es que por más que el líder de los socialistas haya pretendido evitar los males que acosaron a su predecesor, ha acabado topándose con situaciones muy similares a las que ese vivió a estas alturas de su segundo mandato.

Las quinielas

Las conversaciones sobre la candidatura a las generales de 2012 bullen entre los socialistas como bullían entre los populares las quinielas sobre quién sería el 'elegido' para suceder a su líder. Y en ambos casos, todo sucede durante los prolegómenos de la Presidencia europea, justo cuando menos conviene. Siempre ha sido una creencia entre los jefes de Gobierno de la UE que este acontecimiento supone una buena ocasión para asentar el liderazgo y aunque no faltan analistas que ponen este efecto en cuestión, los gobernantes españoles parecen darle crédito.

El caso de Zapatero será diferente. Está muy condicionado por la aplicación del Tratado de Lisboa, que entró en vigor el 1 de diciembre. El nombramiento del presidente de turno, el belga Herman Van Rompuy, y la alto representante para la política Exterior y de Seguridad, la británica Caherine Ashton, ha activado todo un cambio institucional que el presidente del Gobierno español debe ayudar a desarrollar con éxito pero que, sin duda alguna, le privará del protagonismo de que antaño gozaban quienes asumían la Presidencia rotatoria.

Suele darse por cierto que tanto Felipe González, en 1989, como Aznar, 13 años después, se consolidaron como hombres de Estado tras haber dirigido sendos semestres europeos calificados de exitosos tanto fuera como dentro de nuestras fronteras.

Los contras de la Presidencia

Sin embargo, Zapatero no disfrutará de las mieles de sentarse en el G-8, porque el puesto de la UE lo ocupará ya Van Rompuy; tampoco presidirá los Consejos y deberá tener mucho cuidado en sus intervenciones para no incurrir en el debate sobre la orientación general de la UE o su política exterior, lo que podría interpretarse como un intento de arrogarse un protagonismo que ya no le corresponde.

Pero tendrá, como tuvo Aznar en su día, ese ansiado encuentro privado con el presidente de los Estados Unidos. O eso pretenden en su Gabinete.