addición al ordenador

Un búnker cibernético en el dormitorio

El primer caso de 'hikikomori' o síndrome del aislamiento descrito en Occidente fue el de un joven zaragozano que pasó casi un año recluido en su habitación, sin apenas salir, enganchado a internet y a su propia ciberrealidad. El psiquiatra García-Campayo lo sacó de su autoencierro.

Un búnker cibernético en el dormitorio
Un búnker cibernético en el dormitorio
POL

Jesús (nombre ficticio) es hijo único y huérfano de padre desde los 12 años. A los 17 años comenzó a recluirse en su habitación, como absorbido por internet. Abandonó sus estudios, dejó de llamar a sus escasos amigos y se sumió en una especie de suicidio social. A través del ordenador, su único lazo con el mundo, creó su propia ciberrealidad. Su madre le dejaba la comida en la puerta del dormitorio. En casi un año apenas salió de casa, siempre de noche, a comprar material informático y alguna chocolatina en los comercios abiertos 24 horas. Con el paso de los meses ni siquiera eso: compraba por internet y así no tenía que salir de su búnker cibernético.

Casos como este inundan desde los años noventa Japón, cuna del fenómeno bautizado como 'hikikomori' (aislamiento, reclusión). Una especie de harakiri social que afecta a más de un millón de jóvenes japoneses de entre 16 y 22 años, el 10% de la población de esta franja de edad. Pero Jesús nació y vive en Zaragoza. Y su caso es el primer 'hikikomori' descrito en Occidente, el segundo del mundo después de uno publicado en Omán. En 2008, Javier García-Campayo, psiquiatra del Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza, y las doctoras Natalia Sobradiel, del mismo centro, Marta Alda, del Hospital de Alcañiz, y Beatriz Sanz, del Hospital de la Defensa de Zaragoza, publicaron por primera vez en nuestro país y en occidente, en la revista 'Medicina clínica', la historia de Jesús, bajo el título 'Un caso de 'hikikomori' en España'.

Al rebufo de las nuevas tecnologías, las redes sociales y la cultura digital, este trastorno comienza a extenderse también por Occidente como una mancha de aceite. Sus víctimas favoritas son jóvenes introvertidos, con baja autoestima y escasas habilidades para las relaciones sociales, aunque sin ninguna patología psiquiátrica previa. Les separa de sus padres una enorme brecha cultural y disfrutan de una holgada posición económica que les permite tener una habitación propia y acceder a los últimos avances tecnológicos, además de colgar los estudios y vivir sin oficio ni beneficio durante una larga temporada.

El caso de Jesús respondía a este perfil. El doctor García-Campayo supo de su situación porque trataba a su madre, afectada por depresión. "Tuve que ir a su casa porque el paciente no quiso venir al hospital. Hablé con él, le expliqué que no podía seguir así, que estaba fuera de la realidad. Llevaba casi un año sin salir, estaba a punto de iniciar una carrera universitaria cuando cayó en el aislamiento.

El detonante fue un malentendido con un profesor, le dio un mínimo toque de atención y Jesús, como era muy sensible, se quedó en casa. Le llamaron algunos amigos, pero él se mostró decepcionado con ellos porque consideraba que deberían haberlo defendido ante la crítica del profesor". La madre pensó que se le pasaría pronto, pero no fue así.

El tratamiento

"Cuando fui a verle -explica el doctor- estaba pálido porque no pisaba la calle, su aspecto era enfermizo". García-Campayo le explicó cual debía ser el proceso de deshabituación: salir todos los días media hora a la calle e ir aumentando la 'dosis' de contacto con el exterior progresivamente. Pero él se negó, aun a sabiendas de que si no cumplía ese requisito se tomaría la medida que más le podía doler: cortarle el acceso a internet. "Después de hacer un cálculo de riesgo por si el chico pudiera volverse agresivo o bien autolesionarse, lo tuvimos que hacer. No había otra solución, salvo el ingreso en Psiquiatría".

Así fue saliendo poco a poco de su retiro cibernético, ayudado con una pequeña dosis de antidepresivos. "Aceptó el tratamiento y se fue encontrando mejor, su reacción conmigo fue muy buena. Era un problema complejo porque quería mucho a su padre, que murió de un infarto, y se negaba a seguir sus pasos y trabajar como él porque pensaba que le pasaría lo mismo". Recuperó internet, pero con tiempo marcado, una hora al día. "Poco ha poco ha salido adelante, es un encanto de chico. Tras dos años de tratamiento, ya está dado de alta, tiene novia y está estudiando una carrera. Hubo suerte", reconoce García-Campayo. Porque no todos los casos acaban tan bien.