«Quien se subleve estará dispuesto a provocar una guerra civil y será responsable de ello»

El rey Juan Carlos I de Borbón envío un rotundo mensaje por télex a al capitán general Jaime Milans.

«Juro que ni abdicaré de la Corona ni abandonaré España. Quien se subleve estará dispuesto a provocar una guerra civil y será responsable de ello». Este fue el rotundo ultimátum que el Rey dio por télex en la madrugada del 24 de febrero de 1981 al capitán general Jaime Milans del Bosch para liquidar en Valencia el último bastión golpista que quedaba en España junto con el Congreso, secuestrado aún por el grupo de Antonio Tejero.


Don Juan Carlos reiteraba en el cable, enviado sobre las 2.30, lo que ya le había dicho a Milans por teléfono hacía unas horas y lo que, hacía solo unos minutos, había expresado en su mensaje por televisión a todos los españoles. La Corona se colocaba sin duda ninguna a favor del orden constitucional y contra cualquier sublevación, por lo que «cualquier golpe de Estado no podrá escudarse en el Rey, es contra el Rey».


El télex, recogido en la trascripción de la comparecencia secreta que el ministro de Defensa, Alberto Oliart, realizó el 17 de marzo de 1981 ante el pleno del Congreso, ordenaba al capitán general retirar las tropas de la calle, levantar el estado de sitio en la región y ordenar a Tejero que liberase el Congreso. Según la narración del actual presidente de RTVE, Milans obedeció las órdenes, aunque no de inmediato. Antes del amanecer se fue a la cama y dejó recado de que, si llamaba el teniente coronel de la Guardia Civil, le dijesen que todo había acabado.

 

Parar en seco a Armada

La intervención de Oliart, que el Congreso permitió ayer consultar por primera vez, que no copiar ni fotografiar, deja claro que la clave principal del fracaso del golpe, según el ministro, fue la actitud «decisiva», «firme», «enérgica» de don Juan Carlos, que, con su actuar «inequívoco», paró en seco a quienes como Alfonso Armada o Milans trataron de engañar y arrastrar a las principales autoridades civiles y militares con el argumento de que el rey estaba con los sublevados y evitó que las regiones militares decisivas desestabilizasen la balanza.


El titular de Defensa justificó aquel día la no detección del golpe por los servicios de Inteligencia porque los implicados, escarmentados por conspiraciones previas fracasadas, como la Operación Galaxia, eran muy pocos, ya que prefirieron organizar una estructura mínima y discreta antes que una gran organización, aunque la segunda diese más opciones de victoria. Fiaron toda su estrategia al efecto en cadena que estaban convencidos que provocarían en el Ejército y en las fuerzas de seguridad la toma del Congreso y el secuestro del Gobierno y de todos los líderes de los partidos políticos. Reconoció que el espionaje gubernamental sí tenía «indicios» de conspiraciones, pero no de planes concretos.


Oliart señaló también entre los hitos que frustraron el golpe, además del decisivo papel del Rey y el exceso de confianza en sus planes de los conspiradores, la obstinación de Tejero, que se negó a aceptar a Armada como presidente de un Gobierno golpista con participación de los partidos, y dijo que no respaldaría otra fórmula que un gabinete militar presidido por Milans. Ni siquiera la intercesión del propio capitán general de Levante en favor de la opción Armada le hizo cambiar de opinión.