política

Yolanda Díaz, la vicepresidenta sale del descansillo

La hora de la verdad: tras meses sin terminar de subir ni de bajar, la dirigente gallega enfila las generales devolviendo el órdago a Podemos.

Yolanda Díaz durante el debate de la moción de censura de Vox contra el presidente del Gobierno Pedro Sánchez
Yolanda Díaz durante el debate de la moción de censura de Vox contra el presidente del Gobierno Pedro Sánchez
J.J.Guillen

¿Quién es Yolanda Díaz? ¿Quién es, en realidad, la vicepresidenta segunda para la que, enfilada ya por fin su candidatura a la presidencia del Gobierno, no parecen caber las medidas tintas? El 'galleguismo' no hace viaje de ida y vuelta, la ambigüedad no opera con aquellos que evalúan a la política nacida hace casi 52 años -los cumple el 6 de mayo- en el ecosistema obrero de Fene, en La Coruña.

Despierta fervores africanos y animadversiones gélidas. Quienes la adoran traducen la melodía de sus discursos con la letra de la calidez, la empatía, el compromiso genuino, el brillo de la diferencia. "Es de verdad", definen quienes ven en ella una esperanza contra el descreimiento. Quienes no la soportan interpretan esos mismos mensajes, cuajados de apelaciones a quererse, a cuidarse las unas a los otros y a levantar un "país feliz", como un ejercicio de hiperglucemia retórica vacío de contenido tangible. "Una cosa es que lo que dice pueda sonar naif y otra, que ella lo sea", avisa alguien que ha tenido que negociar con la también ministra de Trabajo y capaz de deconstruir, con matices desapasionados, "la mucha inteligencia política" que cree que atesora.

¿Talento, intuición, instinto para leer con tino el momento de la política española? ¿Ese que la vicepresidenta ha llegado a calificar de "histórico" para presionar a Podemos intentando que cediera y le otorgara hoy, en su gran estreno tras los ensayos de Sumar, la medalla de la unidad de las izquierdas a la izquierda del PSOE? ¿O, por el contrario, la alabada habilidad ideológica no es más que "ambición desmedida" travestida de "'política chuli'", con la que habría traicionado a dos animales de la escena pública como el histórico nacionalista gallego Xosé Manuel Beiras y el fundador de Podemos, Pablo Iglesias, su asesor, su amigo, el hombre que la ungió para sucederle? "Iglesias habla ya como el protagonista de 'El sexto sentido', a título póstumo. Sumar es a Podemos lo que Ciudadanos fue a UPyD", malician en el entorno de Alberto Núñez Feijóo, gallego frente a gallega en aquel Parlamento autonómico de hace una década en el que -cuentan sus críticos- la vicepresidenta lucía mayor aspereza dialéctica y estética que ahora.

Ramón Tamames supo lo que puede ser la Díaz inclemente, vestida de impoluto blanco, en la moción de censura de Vox estrepitosamente fallida pero no para ella, que aprovechó el 'ticket electoral' alentado por el presidente Sánchez para asentar sus reales en el escaparate nacional y frente a las orilladas Irene Montero y Ione Belarra.

La hija de Suso Díaz, emblema del sindicalismo antifranquista gallego; la heredera de Carmela Pérez, la madre ya fallecida y siempre recordada a la que debe su nombre la única hija de la vicepresidenta; la comunista de carné -el único que tiene es el del PCE- abroncó largo y tendido al antiguo camarada Tamames. Un ajuste de cuentas ideológico transformado en programa electoral año y medio después de que Sumar -entonces aún sin DNI- echara a andar con una 'mesa de políticas' en Valencia a la que no fueron invitadas ni Montero ni Belarra. El agravio fundacional.

El desgarro con Iglesias

Lejos quedan los días en los que Iglesias y Díaz hicieron piña en torno a la arriesgada pirueta que hermanó en Galicia, con éxito en las urnas, a la Esquerda Unida que encabezaba ella con la Anova soberanista de Beiras. Aunque el experimento acabó como acabó, Pablo y Yolanda -uno formado en las aulas universitarias, otra curtida en el municipalismo ferrolano- habían descubierto, qué ironía, lo que podían sumar juntos.

Pero uno de los lastres de Podemos siempre ha sido esa suerte de endogamia sentimental que confunde la amistad con la política. En el partido que hizo de las primarias un ariete más contra el bipartidismo, Iglesias invistió a Díaz y ella acabó asumiendo el 'dedazo'. Cuando ha querido liberarse de la tutela y la bilis, el fundador de Podemos ha estallado. Y ya no se hablan, envueltos en una toxicidad contagiosa.

La vicepresidenta, concreta el interlocutor citado al principio, "no se ha quedado en la estrategia de impugnación de Podemos". Aplicó el diálogo y el pacto como pararrayos de la pandemia -la singular complicidad con el líder de la CEOE, Antonio Garamendi, ha trocado en feroz disenso con la inflación desbocada-; se trabajó la reforma laboral, dejando una herida abierta con una ERC que desconfía de ella; y descubrió que, con estilo y buenas maneras, llegaba a un electorado potencial más amplio, un "'target' que alcanza a las peluquerías".

Concibió Sumar a riesgo de restar a Podemos, cuya dirección se ha ido desesperando conforme pasaban los meses con Díaz recorriendo el país pero sin terminar de subir ni de bajar sobre su candidatura. "Nunca remata", describe alguien ajeno que la conoce en el ámbito institucional. Hoy, la política gallega abandona el descansillo. Y devolviendo con órdago el órdago de Podemos.

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