El pescador confundido con un narco: la historia de un inocente que acabó en prisión

Tomás Martínez estuvo un año entre rejas tras confundirlo con un narco en Marbella y ahora vive enclaustrado en un pueblo de Badajoz; 13 años después nadie le ha pedido perdón

Playa de Cabopino, en Marbella
Playa de Cabopino, en Marbella
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"El pescador es tuyo". "No, mío no es. Pensé que era tuyo". Tomás Martínez Duarte tenía 40 años, dos hijas pequeñas y una mujer que lo quería. Se ganaba la vida como técnico frigorista, aunque su verdadera pasión era el mar. Ir a echar la caña a una playa cualquiera de Málaga con su padre o su cuñado, pero sobre todo con su hermano Juan, que era y es mucho más que eso. Porque cuando a Tomás lo arrasó el tsunami, Juan siempre estuvo ahí para sostenerlo.

Tomás es malagueño, pero ahora vive a 500 kilómetros del mar. Se ha refugiado en una casa de campo en mitad de la nada en un pequeño pueblo de Badajoz, cerca ya de la frontera con Portugal. Hasta allí se fue hace cuatro años con Lorena, la madre de sus hijas, buscando la soledad. Pero las cicatrices de esta historia son tan profundas que ni un amor como el suyo, que aguantó el peor temporal, ha podido coserlas.

Aquel fin de semana había ido a pescar con su hermano y su cuñado. Como les sobró carnada, Tomás les propuso repetir el domingo. Ellos tenían que trabajar al día siguiente y decidió ir solo. Eligió la playa de Cabopino, en Marbella. Llegó sobre las cinco de la tarde. Jamás olvidará la fecha: el 21 de febrero del año 2010.

Faltaban unos minutos para las diez cuando un grupo de "marroquíes y subsaharianos" salieron de un cañaveral cercano e irrumpieron en la playa. "Usted tranquilo, no se mueva de la silla", le advirtieron. Vio una mancha oscura acercarse a la costa y escuchó el sonido del motor. La neumática llegó hasta la misma orilla y apareció más gente. "Ya llevaban mucho bulto descargado cuando escuché 'alto, Guardia Civil'. Entraron pegando tiros en la playa y todo el mundo empezó a correr. Aquello era la guerra".

Tomás se quedó en su silla. "Un guardia de paisano se puso a mi lado y le dije: 'Mire usted, yo no tengo nada que ver en esto'. Él me respondió: 'No se preocupe, lo sé'". Tomás se relajó y creyó que todo había terminado, pero la pesadilla de verdad estaba a punto de empezar. "Total, que vienen y dicen de detenerme a mí también". No volvió a saber nada del guardia de paisano. Tras pasar por los calabozos, lo trasladaron a los juzgados de Marbella. "Yo pensé: 'En cuanto hable con el juez me voy a casa'. Y cuando fui a abrir la boca, me miró por encima de las gafas y me dijo: 'No me cuente historias'. Y me envió a prisión. Se me vino el mundo encima".

Expediente

Si la cárcel fuese para él un sonido, sería el de la puerta cerrándose a sus espaldas. Si fuese un olor, sería el de las letrinas que tuvo que limpiar para tener la cabeza ocupada. Si fuese una imagen, la cárcel es hormigón y hierro. "Pierdes la visión de lejos. Yo fui al médico de allí y le dije que ya no veía a las personas. Me dijo que era normal, que allí se perdía la visión de lejos. Como uno no ve más que una pared.".

Fuera, Lorena trataba de mantenerse a flote con dos niñas de 8 y 9 años a las que les dijeron que su padre se había ido de viaje. Las niñas, cuenta la madre, dormían con ropa del padre y se echaban su colonia para recordarlo. El tsunami había arrasado el proyecto de familia que habían construido. Primero se quedó sin coche, intervenido por la Guardia Civil; luego sin trabajo y por último sin casa. El dinero de la hipoteca era para abogados y peculio.

En esas, hubo un nombre que lo cambió todo. Un amigo de su hermano les habló "muy bien" de la abogada María Jesús Yáñez. Y allí que fueron a verla y a contarle el caso de Tomás. "Examiné el expediente y fui a verlo a prisión. Era la antítesis del delito que le imputaba", explica.

Mientras trabajaba en la defensa de Tomás, María Jesús se encontró con un sumario de otro caso en el que ella estaba personada porque asistía a otro cliente. Cuando se levantó el secreto, se topó con unos pinchazos telefónicos donde unos narcos conversaban sobre un alijo en una playa de Marbella. Según explica la abogada, comprador y vendedor de la droga mencionaban casualmente a un pescador. María Jesús se quedó de piedra con la conversación. Acababa de encontrar la llave que podía sacar a Tomás de la celda.

-¿El pescador es tuyo?

-No, mío no es. Pensé que era tuyo.

-No, mío tampoco es. Entonces no es de nadie.

"Yo vi salir a un zombi"

Tomás Martínez Duarte abandonó la prisión de Alhaurín de la Torre el 4 de febrero de 2011, 345 días después. "Era un zombi. Totalmente. Yo vi salir un zombi. Fue como abrazar una farola", recuerda Juan. Porque Tomás abandonó la cárcel, pero llevaba la celda a cuestas.

Juan sostiene que su hermano no estuvo preso un año, sino seis. "Uno dentro y otros cinco fuera, los que tuvo que esperar para el juicio firmando cada 15 días en el juzgado". Y sin poder superar la ruina económica que pesaba sobre ellos como una losa. "Mi mujer tuvo que estar un montón de tiempo yendo a Cáritas porque no tenía ni para comer. Hasta hasta la alianza de casados se vendió para poder pagar a los abogados", cuenta el hermano de Tomás.

El juicio comenzó el 9 de noviembre de 2015. En el banquillo se sentaron 35 acusados en varias tramas de narcotráfico que tenía como nudo un grupo de guardias civiles corruptos. En sus conclusiones definitivas, el Ministerio Público rebajó la petición a cuatro años y medio de cárcel y otros cuatro millones de multa. Tomás fue absuelto. En 2019, el Supremo confirmó la sentencia, pero nadie le ha pedido perdón, ni ha reconocido el error cometido con él.

En enero de 2020, presentó una reclamación patrimonial al Ministerio de Justicia en la que solicita una indemnización de 220.102 euros. Han pasado tres años y sigue sin recibir respuesta. "Encontraré algo de paz cuando la justicia me devuelva por lo menos lo que estoy pidiendo a nivel material, porque a nivel psicológico no pueden. Por lo menos que devuelvan lo que nos quitaron". Entre tanto, sobrevive con una pensión no contributiva de 446 euros.

Tomás no ha vuelto a pescar desde hace cuatro años, los mismos que lleva en Badajoz. Juan y Nuria se escapan a verlo cada vez que tienen vacaciones. "Mi hermano es mi mejor amigo, mi compañero, mi confidente. He vuelto a tener un equipito de pesca actualmente porque mi hermano me lo ha ido regalando". Es el modo que tiene Juan de alimentar el mismo anhelo: "Yo ahora mismo dejo todo y me voy a buscarlo si mi hermano Tomás me dice: 'Vámonos de pesca'. Me planto en Extremadura y me lo traigo. Pero hasta eso se lo han quitado".

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