Roldán, corrupción a la española

Luis Roldán, en Zaragoza en 2004.
Luis Roldán, en Zaragoza en 2004.
EFE

Inmersos en los numerosos conflictos y el virulento clima político que la sociedad española arrastra desde la crisis financiera de 2008, alguien con poca memoria o demasiado joven podría pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor (gran falsedad), que España se estropeó entrado ya el siglo XXI y que los años anteriores, desde nuestra idolatrada Transición, fueron un remanso de convivencia política y prosperidad. Nada más lejos de la realidad. Y para demostrarlo ahí estaba hasta ayer un personaje como Luis Roldán Ibáñez.

A finales de los años 80 y en los primeros años 90 del siglo pasado, la democracia española vivió una pequeña era infernal de confrontación política agudizada y de continuados escándalos de corrupción a los que se sumaron las revelaciones sobre las actividades pasadas de terrorismo de Estado de los GAL. El clima se enrareció tanto que el desgaste del Gobierno de Felipe González llegó a ser intenso. Pues bien, el epítome de aquella época, la cumbre y resumen de aquella sucesión de infamias que sacudió la política española, bien podría ser la historia de Luis Roldán, este zaragozano de escasos estudios, corta vida profesional y más larga trayectoría política. Roldán pasó de ser concejal en el Ayuntamiento de Zaragoza a asumir la Delegación del Gobierno en Navarra, en un momento, no se olvide, en el que ese cargo no solo era incómodo, sino que implicaba un serio riesgo personal ante el continuo machacar de los atentados de ETA. De allí pasó a la Dirección General de la Guardia Civil, donde sus impresentables tejemanejes con el dinero público, incluso el destinado a los huérfanos del Cuerpo, le aportaron una fortuna más que mediana. El descubrimiento en los medios de comunicación de sus prácticas corruptas convirtió a Roldán en el símbolo por antonomasia de todas las corrupciones: nada menos que el director general de la Guardia Civil aprovechándose de su puesto para enriquecerse ilícitamente. ¡Qué más y qué peor podía ver la sociedad española en su clase política!

La rocambolesca fuga y la extraña captura en un país del sureste asiático de Roldán fueron de novela, o de serie entre dramática y cómica. Con la intervención del entonces biministro Juan Alberto Belloch consiguiendo traerle a España para ser juzgado, mediante trampa en la que jugó su parte la traición de ese curioso intermediario para todo, novelesco también, agente doble o triple, que fue Francisco Paesa.

Roldán fue juzgado y condenado. Cumplió su pena y vivió sus últimos años en su casa de Zaragoza, de manera modesta. El dinero obtenido con sus malas artes se había esfumado. Casi treinta años después de aquella peripecia, Roldán ha fallecido más bien en el olvido de todos. Fue durante un tiempo el villano por antonomasia de la corrupción a la española, pero quizás hoy haya que mirarlo con más misericordia que desprecio. Y cayendo en la cuenta de que no, cualquier tiempo pasado no fue mejor.

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