Casado nunca encontró la tecla para convertir al PP en alternativa al PSOE

Una sucesión de malos resultados electorales, un discurso errático y un equipo sin relevancia política le dejaron sin crédito ante los barones

Pablo Casado, leader of Popular Party (PP) is applauded during a session at the Parliament, in Madrid, Spain, Februray 23, 2022. REUTERS/Juan Medina SPAIN-POLITICS/OPPOSITION
Pablo Casado, un "camaleón sentimental", según Cayetano Álvares de Toledo
JUAN MEDINA

Los barones territoriales han abierto la puerta de salida a Pablo Casado porque "no tira", según el rotundo diagnóstico de un dirigente regional. Tienen la convicción de que no es el líder capaz de convertir al PP en la alternativa al PSOE. Le han enseñado la puerta de salida no tanto por la desastrosa gestión de su guerra con Isabel Díaz Ayuso, que también, si no por el temor a que la travesía por el desierto de la oposición se prolongue aún más.

El presunto espionaje a Díaz Ayuso y las supuestas corruptelas de la presidenta madrileña con su hermano han sido el catalizador en el momento oportuno para que los barones dieran la estocada al líder del partido. Casado, a tenor de la sorpresa con que ha encajado su defenestración, nunca reparó, y si lo hizo lo calibró mal, en que no gozaba del respeto político de los responsables del partido en los territorios y que tampoco era una figura popular entre las bases.

Una desafección que es fruto de una estrategia de oposición con bandazos constantes y sin un discurso conductor que no se ha plasmado en la prometida resurrección del PP. Casado fue elegido presidente del partido un 21 de julio de 2018 en un congreso extraordinario tras derrotar a Soraya Sáenz de Santamaría con el apoyo del aparato del partido pero sin el calor de la militancia. Los afiliados dieron el triunfo a la ex vicepresidenta en la primera vuelta de las primarias, pero en la segunda, reservada a los dirigentes y cuadros medios del PP, pesó más el temor al 'sorayismo' y a la continuidad del 'marianismo', aunque la alternativa fuera un joven dirigente sin apenas credenciales.

Con un ramalazo adanista se rodeó de un equipo tan inexperto como él y prescindió de todo lo que oliera a vieja guardia. Su primer test fue las elecciones generales de abril de 2019, y obtuvo los peores resultados en la historia del PP con 66 escaños, por el camino se dejó 71 de los que había heredado de Rajoy. Tuvo una nueva oportunidad siete meses después y algo mejoró, 88 diputados, los segundos peores resultados en la historia del PP.

Las citas electorales autonómicas fueron su víacrucis. Tras perpetrar una escabechina en el PP vasco en 2020 se quedó en seis escaños y relegado a quinta fuerza. En Galicia ganó el PP pero la victoria hay que apuntarla en el haber de Alberto Núñez Feijóo, que sumó su cuarta mayoría absoluta. En Cataluña, el revés de febrero del año pasado fue épico (tres diputados). Los populares tomaron aire en Madrid con un triunfo arrollador en mayo pasado, pero nadie se atrevió a discutir la maternidad de Díaz Ayuso. Hasta que llegaron las de Castilla y León hace quince días. Como el tirón del candidato no era homologable al de Galicia o Madrid, y Casado trató ocupar ese papel. El resultado fue un triunfo amargo e insuficiente para gobernar en solitario.

Camaleón sentimental

"El problema de Pablo es de discurso. Nadie sabe cuál es", se lamentaba ya hace varios meses un experimentado dirigente popular. "Es un bien queda", apuntaba con el colmillo más retorcido un dirigente territorial. Con más salero literario, Cayetana Álvarez de Toledo lo definió en su libro como "un camaleón sentimental. Lo que castizamente se llama un veleta".

No tenía reparo en definir a Vox como "la derecha más nueva" y al día siguiente situarlo en "la extrema derecha". Invitar a los de Santiago Abascal a gobernar, oferta lanzada antes de las elecciones de abril de 2019 -"para qué vamos a andar pisándonos la manguera"- y romper todos los puentes políticos y personales en la moción de censura contra Sánchez. También podía demonizar al independentismo catalán y a la vez reprochar la gestión del 'procés' de Rajoy. Podía agotar el catálogo de descalificaciones al presidente del Gobierno y plantearse una coalición gubernamental con los socialistas.

Casado nunca dio con la tecla para hacer una oposición eficaz. No supo como atraer al votante de Vox que prometió devolver al redil popular, fue más bien al revés, pero tampoco encontró la fórmula para ensanchar su base electoral por el centro. Limitó su confrontación con el Gobierno al rechazo a todo, el bloqueo institucional y a endosar a Pedro Sánchez una variada retahíla de calificaciones despectivas con el sanbenito de presidente ilegítimo en el frontispicio.

En el PP se han conencido de que su líder hasta hace dos días no fue capaz de rodearse de un equipo ganador ni de articular un discurso proactivo e ilusionante, carencias que en la oposición se pagan caro. Casado estaba desnudo sin saberlo. Las lisonjas de una camarilla le cegaron. Pero en cuanto vinieron mal dadas comprobó su soledad y sufrió una de las desbandadas más humillantes que se han visto.

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