entrevista 

Manuel Avilés: "Los presos de ETA han sido rehenes de la organización"

Manuel Avilés, exdirector de la prisión Nanclares de Oca, desvela en un libro cómo grabaron a dos etarras en 1991 para mostrar la disensión de los presos con la banda terrorista

Manuel Avilés, exdirector de la prisión de Nanclares de Oca, en su visita a Zaragoza para presentrar su libro 'De prisiones, putas y pistolas' (Sinficción).
Manuel Avilés, exdirector de la prisión de Nanclares de Oca, en su visita a Zaragoza para presentrar su libro 'De prisiones, putas y pistolas' (Sinficción).
Oliver Duch

Siendo director de la prisión de Nanclares, en 1991 Manuel Avilés grabó conversaciones de varios etarras que ponían en evidencia las disensiones de algunos presos de ETA con la banda terrorista. Lo cuenta en un libro titulado 'De prisiones, putas y pistolas' (Sinficción), que fue presentado la semana pasada en Zaragoza por el magistrado Francisco Picazo y el exministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, en la Cámara de Comercio. Nacido en Granada hace 65 años, te juibilé con 62, después de haber sido director de la prisión de Nanclares de Oca, donde lo nombró Antonio Asunción, y Palma de Mallorca. 

Como director de la prisión de Nanclares, ¿le amenazó ETA?

Tuve escoltas unos años porque ETA me intentó matar tres veces. Guardo una carta de la Guardia Civil que dice que la banda me tenía etiquetado como objetivo fundamental. Cuando grabamos las cintas de Nanclares, el CNI me dijo que era hombre muerto y el delegado de Gobierno me pasó un revólver. Este libro no tiene ni un gramo de ficción.

¿Ha pasado el tiempo necesario para contarlo?

Me ofrecieron el oro y el moro por escribirlo entonces, pero he pasado treinta años callado. Estas cintas se grabaron el 17 de noviembre de 1991, siendo Antonio Asunción director de Instituciones Penitenciarias. Cuando Asunción se estaba muriendo, me dijo que tenía que contar lo que pasó en Nanclares. La motivación para escribir el libro ha sido, en un 70%, rendirle homenaje y cumplir mi palabra.

¿Le mandó Asunción para dinamizar la prisión de Nanclares?

Llegué al País Vasco sin conocer nada. Nunca fui un director al uso, me metía por el módulo de los etarras –había 40 o 50– a ver el ambiente entre ellos. Asunción me dijo que yo daba el perfil para el puesto, sin explicar por qué.

Detectó las debilidades de ETA…

Me quedé enganchado con la historia porque veía que los etarras mataban en la calle pero en el comedor eran serios y dignos. No veía monstruos y pensé en captarles algunas conversaciones.

A través de otro etarra que estaba en reinserción.

Sí, con Federico Fernández de Jáuregui, que fue ertzaina y estaba preso por colaboración. Quería caerme bien y yo le dije que contara a sus compañeros que las cosas no podían seguir igual en la calle.

¿Cuál fue el detonante de las disensiones dentro de ETA en la prisión?

Cuando ETA mató al niño Fabio Moreno (un gemelo de 2 años) e hirió a Irene Villa (de 12 años, que perdió las dos piernas) en 1991. Yo fui provocador, entré muy rebotado a su módulo, porque yo también tenía gemelos, y dije que olía a hijo de puta. Un portavoz pidió hablar conmigo. Yo veía que los presos de ETA eran rehenes de la organización.

Y entonces decidió grabar una conversación de los etarras.

Sí, era una irregularidad que cuento hoy porque prescribió. Preparamos dos locutorios para grabarlos, hasta acertar con Jon Urrutia Aurteneche e Isidro Etxabe. Los expulsaron de la organización. Luego grabamos a abogados amenazando a Etxabe para que no rompiera ETA.

Salieron otras cintas en las que hablaban de matarle a usted…

Fueron las cintas de Alcalá Meco, donde De Juana Chaos, Esteban Nieto y Artola Ibarreche hablan con dos abogados para decir que eso no se arreglaba con una cartita, porque les habíamos provocado en la cárcel de Nanclares. Me pusieron el doble de escoltas.

En Zaragoza presentaron su libro el magistrado Francisco Picazo y el exministro Belloch.

Picazo tuvo que venir a Nanclares durante el secuestro del joyero Venero porque lo pidieron los presos. Y Belloch fue mi ministro. Aquellos años se vivieron los motines de Daroca, que secuestraron a un juez, y de Huesca, donde se fueron con el coche del director. Después se creó el FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), porque 80 presos tenían al Estado contra la pared.

Se creó después la ‘vía Nanclares’ para reinsertar a etarras.

El hallazgo de 1991 sirvió para abrir la vía Nanclares, con etarras como Urrusolo y la Tigresa. Luego no se aprovechó; el PP hizo tabla rasa. La dispersión de los etarras fue un arma contra ETA.

¿Era necesario contarlo para entender el final de ETA?

Yo paso del protagonismo, que lo tuvo Antonio Asunción, aunque me jugué la vida. En los años de Belloch visité a muchos etarras en prisiones como Torrero o Teruel. Hice más de 2.000 folios de informes en caliente. Y algunos subieron a Nanclares.

Antoni Asunción dimitió como ministro del Interior en 1994 con el asunto de Luis Roldán…

Estaba con él cuando ocurrió. Roldán no tenía ninguna medida cautelar, ni procesado y se fue a Portugal tras pasar un fin de semana en Zamora. Creo que no debería haber dimitido porque no fue culpable, pero él se fue porque era muy cabezón.

¿El regreso de los etarras al Pais Vasco ahora es algo natural?

Sí. Bildu no me cae bien, ni tengo el síndrome de Estocolmo porque me perdí la adolescencia de mis hijos gemelos en León, aunque me intentaran matar.

¿Qué tanto de la derrota ETA se fraguó en las prisiones?

Fue muy importante. El director general de la Policía Vasca me decía que tenían fila apuntándose a ETA para cometer atentados, pero se cortó el relevo con la disidencia de los presos para combatir la capacidad de regenerarse.

En Aragón hemos vivido tremendos dramas con la banda terrorista…

Lo sé, desde Giménez Abad al atentado de la Casa Cuartel, de aquel comando itinerante de los Parot, Esnal y Arambur.

Y estuvieron también los conocidos José Luis Urrusolo y la Tigresa (Idoya López Riaño)… que fallaron en un atentado en Delicias.

Que ahora están en tercer grado porque son de la vía Nanclares, eran del comando Barcelona y el terror de España. Ya no conviví con Urrusolo y la Tigresa, porque yo viví los antecedentes.

¿Tuvo miedo mucho a ETA tiempo después?

Pedí a Margarita Robles (secretaria de Estado de Interior de 1994 a 1996) que me quitara los escoltas porque era muy pesado. La Guardia Civil hacía contravigilancia de vez en cuando. Tenía mi revólver, pero luego lo devolví. Tengo dos o tres amigos en el País Vasco y he ido a verlos algún año como turista pasando por Guetaria.

¿Qué es eso de psicopatizar a los etarras?

No lo sé si lo volvería a hacer, pero me hice el psicólogo de los etarras. Al irme en 1996, el PP lo frenó y Alvarez Cascos hizo una pregunta parlamentaria sobre mi intervención en las prisiones. Le contestó Paz Fernández que yo era funcionario de las cárceles, no un espontáneo.

Alguna víctima de Aragón se reunió con un etarra de Nanclares sin lograr éxito…

Ese proceso lo puso en marcha Maisabel Lasa. Mi último acto antes de irme de Nanclares fue con su marido Juan María Jauregui, que lo mató ETA. Estuvimos en la cárcel de Martutene, en una concentración por la liberación de Ortega Lara. Aquel día de mayo de 1996, éramos cuatro personas con la pancarta: Jauregui. Consuelo Ordóñez, yo y Ana Iribar. Había más funcionarios de prisiones, pero estaban de espaldas para que no los reconocieran.

Aun quedan casi 300 casos sin resolver, ¿habría alguna esperanza para esas familias? 

El Estado de derecho debe de seguir trabajando y no puede dejar de investigar un asesinato, saltándose la ley. Los casos se cierran cuando se resuelven. El terrorismo no prescribe. Hice un libro que se llama “Criminalidad organizada. Los movimientos terroristas” y ya dije que ETA estaba acabada en 2003 y ha dejado de ser una prioridad. Sabía la desbandada de los presos y ahora llega el yihadismo, cuya solución no veremos porque el tiempo islámico es muy largo.

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