El último golpe de efecto de Pablo Iglesias

El movimiento del líder de Unidas Podemos intenta salvar a su partido pero deja en el aire su futuro fuera del Gobierno.

Pablo Iglesias, esta semana en el Congreso
Pablo Iglesias, esta semana en el Congreso
Efe

Las alarmas saltaron en la sede de Unidas Podemos cuando el pasado 10 de marzo Isabel Díaz Ayuso convocó elecciones en la Comunidad de Madrid con el argumento de que así evitaba una moción de censura como la que PSOE y Ciudadanos acababan de registrar en Murcia. Sin candidatos de peso, con unas encuestas internas que auguraban resultados próximos al 5% de los votos -cifra mínima para obtener representación parlamentaria- y con un historial de "derrotas sin paliativos" en casi todas los recientes comicios autonómicos (a excepción de Cataluña, donde en Comú Podem resistió el 14-F igualando su representación de ocho diputados), Pablo Iglesias decidió protagonizar una de las semanas más infartantes que recuerda la política española al renunciar a ser vicepresidente en el Gobierno y postularse como cabeza de lista de su formación en la Comunidad.

El inesperado movimiento sorprendió a militantes y dirigentes de Podemos -"estamos en 'shock'", aseguraban aquel día en el partido-, y también dejó "chocados", como reconoció el viernes la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, al ala socialista del Gobierno. Solo Pedro Sánchez había sido informado por el propio Iglesias poco antes de que este comunicara su decisión a través de un vídeo en las redes sociales.

La estrategia se había fraguado en solo 72 horas y, en un principio, parecía una pirueta más del líder morado, pero en juego había mucho más: la supervivencia de Unidas Podemos. En medio de un "silencio estratégico", Iglesias y su núcleo duro se afanaron en buscar un candidato a la altura de las graves circunstancias. Fueron horas frenéticas entre el 10 y el 13 de marzo. Isa Serra, el rostro más conocido de la formación en Madrid y coportavoz del partido, está condenada por participar en los altercados de un desahucio en 2014. No tardó en llamar al líder morado para alertarle sobre su situación, que este ya conocía de sobra. "Tío, me van a inhabilitar", le comunicó con amargura. En ese momento, Iglesias ya había sondeado al ministro de Consumo, Alberto Garzón, y al diputado y secretario general del PCE, Enrique Santiago, pero no obtuvo el sí de ninguno.

Solo quedaba una opción, la más audaz, para salvar los muebles. El nuevo candidato revistió su decisión en un aura de cruzada contra "la ultraderecha" que se materializará, según sus cálculos, en un pacto entre PP y Vox en la Comunidad tras el desplome de Ciudadanos. Pero hay razones más prosaicas. Madrid es la comunidad que vio nacer a Podemos en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, cantera de la que salieron casi todos sus fundadores. "Perder la representación en Madrid supondría un golpe casi inasumible", reconocen en el partido. Una debilidad de la que, de producirse, tomarían nota en el PSOE, su socio de coalición, para lo que resta de legislatura.

Otro de los frentes abiertos es la pugna con Más Madrid, partido liderado por el otrora mano derecha de Iglesias, Íñigo Errejón, cuya relación se enturbió en la tormentosa asamblea de Vistalegre 2, en 2017, por sus visiones distintas del rumbo del partido. En Madrid, los 'errejonistas' superan a Podemos, aunque las encuestas más recientes ya reflejan el impacto de la decisión del líder morado y las distancias se han acortado y hasta igualado en algún sondeo.

En las autonómicas del 26 de mayo de 2019, el PSOE fue la fuerza más votada con 37 escaños (aunque no pudo sumar para gobernar), Más Madrid obtuvo 20 parlamentarios mientras que Podemos quedó en siete y con un partido fuera de combate.

Lo primero que hizo esta vez el líder de Podemos, tras soltar el bombazo, fue proponer una candidatura unitaria, oferta que fue rechazada de plano por Más Madrid. La izquierda concurrirá, una vez más, dividida en tres listas. Una fractura que, según los expertos, puede salir rentable.

Relevo en el partido

Sin embargo, la decisión más transcendente que tomó Iglesias el pasado fin de semana no fue la de ser candidato en Madrid, sino la de salir del Gobierno de coalición apenas un año después de haberse convertido en vicepresidente y preparar su sucesión con la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que no milita en Podemos y tiene carné del PCE.

Con todo lo que está en juego, Iglesias inicia esta escalada con un cable de seguridad: mientras se produzca el relevo, que condicionó a unas primarias antes de las próximas generales, seguirá siendo el líder de Podemos y diputado en el Congreso, aunque ha dicho que también renunciara a ese escaño. En el PSOE están convencidos de que no tomará posesión de su acta como parlamentario en la Asamblea de Madrid a no ser que se produzca la monumental sorpresa de que gane las elecciones. Circunstancia sobre la que no se pronuncian en la formación morada. Desde la bancada de parlamentario raso, y sin las ataduras del cargo, podría dar rienda suelta a una oposición frontal contra el Gobierno.

Un colaborador cercano a Iglesias recuerda que los golpes de efecto son parte de su forma de entender la política. "Puso a disposición de los inscritos su cargo y el de Irene Montero cuando compraron la casa en Galapagar. Eso fue brutal", señala a este periódico. También se mostró dispuesto a renunciar a la vicepresidencia durante las negociaciones con el PSOE en el verano de 2019 para formar Gobierno tras el 28-A. El órdago continúa.

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