Salvador Illa, el filósofo de mirada triste y que casi nunca sonríe

Su estilo calmado y el talante negociador han sido el trampolín de una operación bendecida por Sánchez en noviembre.

Illa, tras la Interterritorial de Salud de este miércoles.
Illa, tras la Interterritorial de Salud de este miércoles.
Kiko Huesca/EFE

Salvador Illa entró en el Gobierno para engrasar las relaciones con las fuerzas independentistas de Cataluña. Su destacado papel en las negociaciones con Esquerra Republicana para que posibilitara la investidura de Pedro Sánchez le abrió la puerta del Ministerio de Sanidad. Una cartera 'maría' para que pudiera dedicarse a restañar las heridas con los de Oriol Junqueras y encauzar el conflicto catalán. Pero llegó la pandemia y cambió todo.

Hay pocas fotos suyas con una sonrisa desde que es ministro. Según quienes conocen de cerca, el nuevo candidato del PSC no es la alegría de la huerta. Es "soso", "muy educado" y "dialogante y convincente". De esto último dan fe la mayoría de los consejeros autonómicos de Sanidad, salvo el de Madrid. "No voy a entrar en los reproches", es una de sus muletillas favoritas.

Cara seria, mirada triste tras sus gafas de pasta, y tono monocorde han sido los rasgos de su imagen en los nueve meses largos de gestión de la crisis. De ser un desconocido ha pasado a ser uno más en el sofá a la hora de los informativos. Esa omnipresencia le ha llevado a ser denostado por la derecha, que ha ridiculizado su titulación de filósofo, y a recibir los halagos de la izquierda.

A pesar de su interminable exposición pública, pocas veces ha perdido los papeles. Cuando se ha desmelenado, ha sido por la demagogia en el debate. Nada extraño en un enamorado de la exactitud en los datos. "Un poco de rigor y seriedad porque hablar de todo y mezclar todo es la mejor forma de no hablar de nada", reprochó enfadado a la diputada del PP Rosa Romero. Pero para cabreo el que se agarró con otro popular, José Luis Echaniz, que le acusó de ser "un ariete de la madrileñofobia". Illa reivindicó alzando la voz a los que "somos españoles siendo catalanes".

Son excepciones en el tono calmado, incluso seco, que ha caracterizado sus intervenciones. Un estilo que ha sido un trampolín para ser la apuesta socialista en Cataluña y relevar a su jefe y amigo Miquel Iceta.

Un terreno que no es extraño para el también secretario de Organización, y con una dilatada carrera en las procelosas aguas del socialismo catalán y en las negociaciones con otras fuerzas.

Ahora tendrá que mudarse de la Moncloa, donde se instaló con la declaración del estado de alarma, a Barcelona. Un cambio cocinado en silencio y con mentiras. Solo 24 horas antes de hacerse pública, dijo que el candidato era Iceta. El relevo se empezó a cocinar hace dos años entre el relevado y su sustituto, Pedro Sánchez bendijo la operación en noviembre durante una reunión en la Moncloa, y se presentó en sociedad con la operación vacuna en marcha. Con razón dijo que era "el principio del fin", era el colofón de la andadura ministerial y el comienzo de su carrera electoral.

Con la personalidad del candidato, que nadie espere bailoteos estilo Iceta en los mítines. Será más aburrido, pero el PSC espera que sea más efectivo, al menos eso apuntan las encuestas.

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