Cruz Roja busca familias para acoger a 22.000 niños este verano

Son menores de edad que viven en residencias bajo programas de protección de la infancia y que se han quedado sin campamento estival por el Covid-19.

El trabajo de los voluntarios de Cruz Roja se ha intensificado.
Un vehículo de la Cruz Roja.
Rafael Gobantes/Heraldo

En España hay 48.000 niños bajo programas de protección de la infancia. Casi todos arrastran una dramática situación a sus espaldas. El desamparo es muy heterogéneo. Hay hijos de inmigrantes que llegaron a España con la ilusión de un futuro mejor y por las penurias laborales se han visto abocados a recurrir a la administración al no poder mantener a sus vástagos. Hay hijos de padres y madres con serios problemas de salud mental que comprometen su capacidad de atender y cuidar a los pequeños. Hay hijos de hombres alcoholizados y de mujeres drogodependientes; o de familias con denuncias por violencia de género. Hijos de madres doblemente condenadas por sufrir las agresiones de sus parejas y tener que ceder la custodia por el bloqueo emocional que les deja esa terrible situación de maltrato. También hay niños de progenitores muy jóvenes, apenas adolescentes, con conductas de riesgo. Son, en definitiva, menores de 0 a 18 años, que tampoco han conseguido encontrar el calor de una familia en los abuelos, los tíos o en cualquier otro familiar cercano. Algunos padres han delegado voluntariamente en las administraciones la custodia de los chavales. A otros, directamente se la ha retirado un juez.

La mitad de esos cerca de 50.000 niños han tenido su pizca de fortuna y viven temporalmente con familias de acogida. La otra mitad, unos 22.000, pasan sus días en centros residenciales tutelados por las comunidades autónomas, que tienen transferidas estas competencias.

Cruz Roja presta ayuda a estos muchachos, entre otras cosas, buscándoles un hogar. Hoy por hoy, estos chicos carecen de alternativas para pasar el verano. Hasta ahora tenían una vía de escape en los campamentos estivales. Había niños que iban saltando de campamento en campamento hasta apurar el mes de agosto y regresar en septiembre al colegio y a sus rutinas en la residencia. Unas semanas en la naturaleza, en la playa... un pequeño respiro en sus vidas.

Pero este año, el coronavirus se ha llevado los campamentos por delante. El miedo al contagio, los problemas para manejar las distancias de seguridad y los imperativos administrativos para garantizar las medidas sanitarias han retraído a los organizadores de este tipo de ofertas estivales. No hay, o hay muy pocos.

El resultado es que miles de críos se van a ver forzados a pasar julio y agosto recluidos en su residencia de siempre, sin posibilidad de gozar de una vía de escape tan importante en menores de edad que necesitan más que otros desconectar de su día a día. Un panorama gris para el que Cruz Roja busca una solución urgente, pues las vacaciones ya están aquí. Sencillamente, se necesitan familias para el verano. Y también para el resto del año, porque, como detalla Carlos Chana, responsable del programa de infancia de Cruz Roja, «lo ideal es que los niños y niñas puedan disfrutar del cariño de una familia durante los doce meses y no sólo en el periodo estival. Este puede ser una buena puerta para acogidas más largas».

La suspensión por el Covid del programa de acogida de niños saharauis que por estas fechas venían a España desde los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia, ha 'puesto en el mercado' a un buen número de familias dispuestas a abrir sus hogares, pero aún así no son suficientes. Chana apela «al compromiso ciudadano» para dar un paso adelante. Las familias que ya lo han hecho hablan de una «experiencia gratificante». «A nosotros, Isabel nos ha hecho mejores», ilustra Ana, una madre madrileña de acogida, que se declara «feliz» por compartir su vida con esta adolescente. Precisamente, son «los más mayorcitos», según Chana, los que tienen más difícil acomodo.

Sin familias como la de Ana, el ocio y el tiempo libre de estos niños se reduce al de una anodina residencia urbana, sin piscinas y sin posibilidad de disfrutar del mar o la montaña. Un verano triste para una vida triste.

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