Uno de los mayores logros de la medicina (humana y veterinaria) ha sido la prevención de muchas enfermedades infecciosas gracias a las vacunas, y en apenas 200 años la salud de personas y animales ha mejorado espectacularmente. La vacunación ha permitido la erradicación de la viruela humana y la peste bovina, y reducido el impacto de muchas otras, como la polio, el sarampión y la rabia. Tuvimos que esperar a la segunda mitad del siglo XX para que se desarrollaran los primeros antibióticos para tratar las enfermedades bacterianas, y unas cuantas décadas más para disponer de los primeros (y escasos) tratamientos antivirales.

Tecnológicamente se han producido grandes avances en inmunología y biotecnología que han aumentado nuestro arsenal para prevenir y tratar estas enfermedades. Sin embargo, los microorganismos evolucionan, se recombinan y mutan para evadir nuestras defensas, volverse resistentes a los antibióticos, y continuar infectando a nuevos hospedadores. Nuestras armas se quedan obsoletas y necesitamos vacunas más eficaces (y con menos efectos secundarios) y nuevos antibióticos. Son dos claros ejemplos de la hipótesis de la Reina Roja basada en una premisa enunciada en el siglo XIX por el matemático Charles Lutwidge Dodgson (quizás lo conozcan por su pseudónimo, Lewis Carroll): “Para quedarte donde estás tienes que correr lo más rápido que puedas. Si quieres ir a otro sitio, deberás correr, por lo menos, dos veces más rápido”.

La investigación médica no puede estancarse y se necesita una inversión continua para no quedarnos atrás. Esta vez un coronavirus nos ha adelantado y ahora tenemos que pisar el acelerador para volver a donde estábamos hace unos meses.