Por
  • Alberto Díaz Rueda, escritor y periodista

El desafío ético del covid-19

Mercazaragoza, este lunes a primera hora.
Mercazaragoza, este lunes a primera hora.
Ayuntamiento de Zaragoza

En medicina, sociología, historia, ecología, física, economía o psicología, la palabra ‘crisis’ es polivalente. Tanto designa el momento en que una enfermedad comienza a ceder, como la necesidad de un cambio íntimo para afrontar los problemas que obstaculizan el crecimiento personal, los cambios sociales y económicos súbitos o el conjunto de elementos que afectan de forma esencial el proceso histórico de una nación, de un continente o del planeta en su conjunto.

No hay que dar en principio un significado negativo a esa palabra que hoy nos agobia con el pseudónimo de covid-19. Quizá está designando una llamada de atención al mundo: la demoledora rutina con la que lleváis vuestros asuntos, seres presuntamente racionales, no es la adecuada y hay que optar por un camino distinto; y para ello hay que renunciar y reconocer nuestros errores, planear de forma realista y crítica (del ‘criticós’, el capacitado para juzgar) las opciones que se nos presentan y tomar las decisiones de cambio con inteligencia y… ética.

Quizá esta pandemia esté provocando el advenimiento del ‘kairós’, el momento adecuado, para la renovación, el cambio de percepción de la vida pública y la privada: establecer un criterio de vida basado en la solidaridad, las relaciones personales, la racionalización del trabajo y el tiempo libre, la conciencia de la igualdad básica entre los seres humanos, la conciencia de que el planeta es un Todo al que pertenecemos y esquilmamos, que bien tratado y cuidado nos da la vida y la salud.

La ética tiene un papel esencial, directa o indirectamente, en los cambios que exige la lucha contra el Covid-19 y en los modos de comportamiento y actitudes involucrados en ellos, de una forma activa o carencial. El estilo de vida capitalista, el consumo descontrolado, la economía basada en la explotación generalizada, desde el planeta y sus recursos a los individuos y sociedades, todo esto lo ha bloqueado la pandemia. Pero también, con una sutileza asombrosa, nuestras ‘convicciones’ racistas de la supremacía de unas razas sobre otras, de unos individuos sobre sus vecinos han sido barridas por la guadaña del Covid-19. Las fronteras ya no existen para el virus, aunque existen para todos los humanos, los que navegan en balsas y son encerrados en campos o rechazados y los prósperos ciudadanos a los que no se les permite la entrada en determinados países, a pesar de sus cuentas corrientes y el orgullo de su bandera.

Y no acaban en esto los desafíos éticos de la pandemia: se dirigen contra el seno mismo de un estilo de vida marcado por la dedicación absoluta a unos objetivos materiales y el abandono de relaciones sanas con la familia, los amigos, los hijos. Ella nos dice: todos a casa, descubrid cuáles son las necesidades auténticas de los que os rodean… y las vuestras; y aprended a valorar, por carencia obligada, los pequeños gestos amables de unas relaciones que se habían convertidos en virtuales, como todo lo que entraña la comunicación humana, desde la ternura de un abrazo a la belleza de la amistad.

La lógica del desarrollo capitalista avanzado es profundamente contraria a la salud colectiva y la homeostasis con el planeta. El frenazo del covid-19, que tendrá duras consecuencias económicas, debería cambiar de alguna manera la percepción de nuestro estilo de vida y promover cambios y cautelas. Siempre que el pánico o la histeria de supervivencia, magnificados por los medios de comunicación y las ‘fake news’ de las redes sociales (la desinformación es más peligrosa que el virus) no agraven la situación generando fobias racistas y xenófobas o minen la democracia con autoritarismos excesivos en lugar de trasmitir un diagnóstico mesurado y sistémico. Y, por supuesto, la manipulación de la pandemia para ocultar los desastres de los que se ha dejado de hablar: desde las otras enfermedades en activo y mas letales que el Covid-19, las crisis de refugiados, las guerras locales, el terrorismo, el cambio climático, las corrupciones económicas oficiales, la precarización laboral y la debacle económica del capitalismo que será atribuida al virus, aunque estaba anunciándose desde 2017. En suma, una ocasión efectiva y radical (quizá utópica) para convertir la ética en una de las claves del progreso humano.

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