Las anginas de Iglesias y un protocolo excepcional para la ocasión

"Buen ambiente" y gestos cómplices en la sala Tapies de la Moncloa en la primera reunión entre el Gobierno y la Generalitat.

La ministra portavoz del Gobierno, María Jesús Montero (2i), el conseller de Acción Exterior, Alfred Bosch (c), la vicesecretaria general de ERC, Marta Vilalta, el exjefe de Gabinete de Puigdemont, Josep Rius (2d), y el ministro de Sanidad, Salvador, Illa
María Jesús Montero (2i), el conseller de Acción Exterior, Alfred Bosch (c), la vicesecretaria general de ERC, Marta Vilalta, el exjefe de Gabinete de Puigdemont, Josep Rius (2d), y el ministro de Sanidad, Salvador, Illa
Chema Moya/EFE

Cómo estarán los ánimos que Podemos envió un mensaje para explicar que la ausencia de Pablo Iglesias de la mesa de diálogo obedecía a una fuerte amigdalitis que lo había postrado en cama. Cualquier gesto, cualquier mirada, y no digamos una ausencia, engorda las susceptibilidades y se calibra en términos políticos. Así que mejor aclarar las cosas antes de nada.

El vicepresidente segundo fue el único ausente y dejó coja la mesa porque la alineación gubernamental se quedó con siete, y al otro lado, los ocho de la Generalitat. La baja no influyó en el resultado.

La Moncloa preparó con esmero la puesta en escena y diseñó un protocolo excepcional. Pedro Sánchez y sus seis ministros esperaron de pie a la delegación catalana en los jardines del recinto. Primero, a eso de las 16.25, llegaron los consejeros y dirigentes de JxCat y ERC, que saludaron con besos y apretones de manos a los anfitriones. Por la cordialidad que rezumaba la escena parecía el encuentro de la cuadrilla de Barcelona con la de Madrid para un fin de semana de casa rural.

Para marcar jerarquía, Pedro Sánchez tuvo que esperar a Quim Torra en una tarde soleada pero fresca. Mientras, los 13 dialogantes se fueron por un paseo de plátanos podados hacia el edificio del Consejo de Ministros. Por el camino enseguida se formaron parejas y tríos, María Jesús Montero charlaba con Alfred Bosch y Marta Vilalta; Carmen Calvo con Pere Aragonès; Salvador Illa con Josep Rius; José Luis Ábalos con Josep María Jové, que llevaba una moleskine similar a la que le encontró la Policía con los planes para el 1-O, causa en la que está imputado; Elsa Artadi, la más joven, iba con Manuel Castells, el más veterano. En un pis pas llegaron, y dos minutos después lo hicieron Sánchez y Torra, también en animada charla. El presidente catalán saludó uno a uno a los ministros y se abrazó con la vicepresidenta. "El ambiente era bueno", confesó el ministro de Transportes, el primero en salir porque tenía cita en el Congreso.

Entre banderas españolas y catalanas en la fachada y en el interior del edificio, los 15 se acomodaron en la amplia sala Tapies, con los cuadros del autor en sus paredes. Sentados alrededor de una larga mesa rectangular de acero y cristal, era el momento de observar al de enfrente. La mayoría de la delegación catalana, Torra por supuesto, llevaba lazos amarillos en sus solapas, y Vilalta sacó el boli morado en solidaridad con Carme Forcadell. La simbología por la parte monclovita se limitó a algún pin, Sánchez llevaba uno, recordatorio de la Agenda 2030 de desarrollo sostenible. A las 16.45 comenzó el diálogo a puerta cerrada y un funcionario cerró el ventanal abierto que daba al jardín. A lo lejos se escuchaban los gritos del sindicato policial Jusapol que reclamaba equiparación salarial con los cuerpos autonómicos.

Pero para deferencia, la de ceder a Torra la sala de conferencias de prensa reservada al Gobierno y a los presidentes extranjeros. También se harán lecturas.

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