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Sánchez se estrena con una exhibición de poder

El líder del PSOE ha tomado en sus primeros días de Gobierno decisiones destinadas a marcar el terreno a Podemos y a la oposición y en las que poco ha tenido que decir su partido.

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez, en directo en el Congreso
Efe

Lo que no te mata te hace más fuerte. Pedro Sánchez no solo es consciente de esa máxima sino que, desde que dio el salto a la primera línea política, ha hecho lo posible por convertirse en su ejemplo vivo. Y le gusta presumir de ello. El título del libro en el que relató sus vivencias desde que se enfrentó a Susana Díaz en las primarias de su partido hasta que llegó a la Moncloa gracias a la moción de censura contra Mariano Rajoy, 'Manual de resistencia', es, en sentido revelador. El secretario general del PSOE fracasó sin paliativos el pasado 10 de noviembre en su intento de ampliar el respaldo electoral que había obtenido en las elecciones generales de abril para desembarazarse de socios incómodos, pero su última reinvención (con giro radical del discurso incluido) no solo le ha permitido sacar la cabeza sino que le ha llevado hacer, ya desde la presidencia del Gobierno, una auténtica exhibición de su poder.

En sus dos primeras semanas en el Ejecutivo, Sánchez se ha esmerado en dejar claro ante sus socios de coalición, pero también ante su propio partido -convertido desde hace meses en un auténtico convidado de piedra frente a sus actuaciones- que es él quien lleva las riendas. De la noche a la mañana, encajonó a Pablo Iglesias entre otras tres vicepresidencias y le trasladó, al elevar a ese rango a su ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que aunque le hubiera cedido la Agenda 2030, la bandera de lo verde la seguirá enarbolando el PSOE; colocó en los ministerios económicos a perfiles muy defensores de la ortodoxia fiscal, como Nadia Calviño y José Luis Escrivá, y, para rematar, esta semana, anunció su polémica intención de hacer fiscal general a la exministra Dolores Delgado, a la que el líder de Podemos creía no apta para el desempeño de un cargo público y encumbró aún más con plenas competencias sobre la comunicación del Gobierno a su director de gabinete, Iván Redondo.

Esta última decisión, que en la práctica supone llevar al papel lo que ya era un hecho en el día a día, tiene implicaciones sobre el funcionamiento de todo el Ejecutivo, incluidos los ministerios de Podemos. Pero también lleva 'recado' para los socialistas. No fueron pocos los que creyeron que los resultados del 10-N dejaban tocado al hombre que, sin ser del partido, más determinante resultó para que Sánchez decidiera lanzarse a una repetición electoral que ni los más afines veían con buenos ojos y quien más tuvo que ver con el diseño de una campaña llamada a conquistar al votante desencantado de Ciudadanos (la "mayoría cautelosa", decía). Erraron.

En el PSOE no dudan ahora de que Redondo, un consultor político que antes trabajó para los populares Xavier García Albiol, al que ayudó a conquistar el Ayuntamiento de Badalona, y José Antonio Monago, en la Junta de Extremadura, ha sido cuanto menos conocedor de primera mano de muchas reflexiones y actuaciones de su líder hurtadas a la deliberación de los órganos internos de la organización e incluso al conocimiento de los dirigentes supuestamente más cercanos al propio Sánchez. La elección de Dolores Delgado como fiscal general se encuentra, según fuentes internas, entre ellas, pero no sería la más paradigmática.

Manos libres

Ya la semana previa, el jefe del Ejecutivo cogió por sorpresa ni más ni menos que a la vicepresidenta Carmen Calvo, a la nueva portavoz gubernamental, María Jesús Montero o al ministro de Fomento y secretario de Organización de los socialistas, José Luis Ábalos, al anunciar un día después de su investidura que se tomaría un tiempo antes de designar Gobierno y que el primer Consejo de Ministros no sería ese mismo viernes como ellos habían previsto. El único otro cargo en el ajo era el secretario general de la Presidencia, Félix Bolaños. Y a pocos socialistas les pareció ya sorprendente el episodio.

Nunca ningún secretario general ha dispuesto tanto margen de maniobra para tomar decisiones como Sánchez desde que venció al «PSOE clásico» en las primarias de 2017. Es algo de lo que a menudo se lamentan sus cada vez menos locuaces y más inermes críticos pero que también admiten muchos de quienes forman parte de la actual dirección. "Ni Comité Federal ni Consejo Territorial; el PSOE de la militancia era esto", ironizaba hace unos días un dirigente autonómico. El pacto con Unidas Podemos y el acuerdo de investidura con Esquerra se cerraron sin que hubieran sido discutidos no ya por esas instancias (según los estatutos, es al Comité Federal a quien corresponde "determinar la política de alianzas" atendiendo lo votado por la militancia) sino tampoco por la ejecutiva, que se limitó a analizarlos y a avalarlos 'a posteriori'.

Actituc "cesarista"

En realidad, tampoco el acuerdo de coalición en sí se sometió a la consulta de las bases. Estas solo conocieron antes de votar, el pasado 24 de noviembre, un decálogo con las que supuestamente iban a ser las líneas maestras del futuro Ejecutivo. Pero en eso el reglamento interno es poco específico y puede considerarse respetado. Más llamativo es, en cambio, que en la reunión de la dirección que se celebró el 11 de noviembre, horas después de los comicios, el líder del PSOE no dijera nada de sus planes de embarcarse en un Gobierno con Iglesias, con el que se reunió esa misma tarde.

No falta quien, pese a su lealtad al secretario general, califica de "cesarista" esta actitud. Los más veteranos no dudan en señalar a las primarias instaurada en 2014 como origen del "mal". "En definitiva -resume un socialista que durante años contribuyó a gestar programas e idearios- los partidos eligen (democráticamente) a su inmediato dictador".

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