La efímera vida de los partidos de centro

Ciudadanos es el último exponente de una sucesión de fuerzas políticas que nacieron con brío y desaparecieron a los pocos años.

Albert Rivera e Inés Arrimadas
Albert Rivera e Inés Arrimadas tras las elecciones del 10-N
EFE

Tras el descalabro de Ciudadanos del pasado domingo resucitó el debate sobre si en España hay espacio político y electoral para los partidos de centro. La reciente historia demuestra que existe, aunque su vida sea efímera. Ese espacio político ha sido para quien lo ha intentado ocupar un agujero negro, "un lugar invisible del espacio cósmico que absorbe por completo cualquier materia o energía situada en su campo gravitatorio", según la Real Academia.

Albert Rivera afirmó en su discurso de despedida que "el centro político existe. Muchos españoles necesitan votar centro". Por distintas razones, España es una excepción en el panorama europeo. Las fuerzas centristas aparecen y desaparecen y nunca han ejercido el papel de bisagra que cumplen en otros países del entorno. No han desempeñado esa tarea porque han tenido pretensiones hegemónicas o porque no han sido requeridas para jugar ese rol. En todo caso, tienen un denominador común, una vida efímera.

De todas maneras, sería imprudente dar ya por muerto a Ciudadanos. El pasado domingo obtuvo 1,6 millones de votos, tiene diez diputados, cogobierna en cuatro comunidades, cuenta con centenares de cargos institucionales y dispone de una estructura nacional, pero su provenir es problemático. Aunque si se observa la trayectoria de las fuerzas políticas que antes reivindicaron ese mismo espacio, su futuro parece sombrío. Existen similitudes y diferencias con sus antecesores, pero los puntos comunes deberían inquietar a los rectores del partido naranja.

El primer experimento fue el de la Unión de Centro Democrático, que no era un partido como tal, sino una amalgama de franquistas blanqueados, democristianos, liberales, socialdemócratas y arribistas de toda condición. Aunque se reivindicó como fuerza centrista, su ideología, por la diversidad de sus integrantes, siempre fue difícil de etiquetar, y si se mantuvo unido fue por el liderazgo del carismático y pragmático Adolfo Suárez. Mientras su líder mantuvo el ascendiente sobre el partido, todo fue sobre ruedas, pero las luchas intestinas liquidaron el proyecto en 1983. Después de haber vencido en las dos primeras elecciones de la democracia reciente, protagonizó sin Suárez el más espectacular de los derrumbes, de tener casi el 40% de los votos a la nada.

El fallecido expresidente, convencido de que había espacio entre la derecha y la izquierda, articuló el Centro Democrático y Social. De golpe y porrazo, se convirtió en 1986 en la tercera fuerza política, pero en siete años desapareció. A la par que el CDS otro proyecto centrista saltó a la arena política, el Partido Reformista Democrático, encabezado por el nacionalista Miquel Roca, que se estrelló a las primeras de cambio a pesar de su potencial económico y una gigantesca operación de 'marketing'.

Hubo que esperar hasta 2008 para que regresara una opción centrista con Unión Progreso y Democracia. El comienzo fue modesto, pero en 2011 se hizo un hueco en el Congreso hasta que en 2015 quedó reducido a una fuerza irrelevante, y ahí sigue instalado.

Liderazgos fuertes

Todos los proyectos de este corte ideológico se han caracterizado por girar en torno a liderazgos potentes. UCD y el CDS con Suárez; los reformistas con Roca; UPyD con Rosa Díez; y Ciudadanos con Albert Rivera. Aunque ninguno fue capaz de sobrevivir a la ausencia del líder, si bien en el caso de los liberales naranjas sería prematuro cerrar el ataúd.

La carencia de un liderazgo, con ser importante, no es la única razón de los fracasos. El presidente de la consultora GAD3, Narciso Michavila, apunta a causas electorales, porque desde la UCD hasta Ciudadanos han sido "víctimas de un sistema que castiga mucho no llegar al 10% de los votos". Además, añade, el votante de centro es "más pragmático que ideológico" y es "menos leal en circunstancias adversas". El catedrático de la Universidad Oberta de Catalunya Eduardo Pascual da por sentado que "el centro existe". A partir de esta premisa, considera que esos votantes aceptan que su partido asuma "algunas políticas de derechas", pero con lo que no transigen es con "giros ideológicos a la derecha". A su entender, eso es lo que ocurrió con UPyD y Ciudadanos, que 2cometieron el error de no saber leer eso".

La profesora de Ciencias Políticas Ana Sofía Cardenal subraya un tercer aspecto, el debate territorial. "No sé si es compatible en este país ser un partido de centro y escorarse en el eje territorial". Entiende que es lo que les ocurrió a las dos últimas formaciones centristas, "que defendieron posiciones tan cerradas territorialmente que fueron percibidos por los electores como partidos de derechas".

Cardenal considera que mientras el debate político gire en torno al conflicto de Cataluña no tienen cabida las posiciones templadas, porque en ese terreno las fuerzas centristas se mueven con más dificultad, a diferencia de lo que sucede cuando "el eje es ideológico". Pascual también incide en que en la dialéctica izquierda y derecha, un partido de centro "no puede establecer cordones sanitarios" ni a un lado ni a otro, que fue lo que hizo Ciudadanos con los socialistas. Esos vetos, añade, le hacen perder «su esencia» a ojos de los votantes. Es, recuerda el catedrático de la Universidad Oberta, lo que hicieron durante años CiU y el PNV.

La vocación de bisagra no ha existido, sin embargo, en las fuerzas de centro en España. La UCD de Suárez era un partido creado para gobernar; el CDS no se planteó desempeñar esa labor porque eran los años de mayorías absolutas socialistas y se escoró hacia la derecha de Alianza Popular y el PP; algo parecido le pasó a UPyD, que no tuvo que elegir bando porque los populares gozaron con Rajoy de mayoría absoluta en su primera etapa. Ciudadanos sí se encontró en esta tesitura, y en 2016 pactó la investidura de Pedro Sánchez con los socialistas, pero tras fracasar se alineó con el PP. En las elecciones de abril, lejos de plantearse el papel complementario, Albert Rivera pretendió disputar la hegemonía del centro derecha a Pablo Casado. Perdió, no corrigió el tiro, y fue rematado en noviembre.

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