La campaña que comenzó en 2015 entra en su última semana sin despejar la incertidumbre

La hipótesis de la gran coalición entre PSOE y PP para la investidura gana enteros en ambas formaciones.

Poco podía imaginar Mariano Rajoy en aquel otoño de 2015, cuando convocó las elecciones generales para el 20 de diciembre, que se iba a abrir un periodo de cuatro años de bloqueo político y de campaña permanente que dura hasta nuestros días. Este cuatrienio de incertidumbre entra mañana en su última semana sin nada resuelto. Se sabe, salvo sorpresa mayúscula, que tras el 10 de noviembre el PSOE volverá a ser la primera fuerza parlamentaria, pero no cómo va a gobernar Pedro Sánchez ni, lo que es peor, si podrá hacerlo.

Las elecciones de dentro de diez días son una segunda vuelta de las del 28 de abril, mas en absoluto son iguales. Los protagonistas son los mismos, pero las circunstancias muy distintas porque Cataluña y el desafío independentista lo han eclipsado todo. Los líderes de las principales fuerzas políticas coinciden en que se avecina una crisis, ralentización, desaceleración o como se quiera llamar, de la economía, pero apenas se habla de ello.

Arranca la campaña electoral
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Agencias

¿Qué hacer en el conflicto catalán? Es la pregunta que ha envenenado el debate político y ha abierto simas entre soberanistas y constitucionalistas. Y el 11 de noviembre todo seguirá igual, cuando no peor. En estas elecciones puede darse que las fuerzas secesionistas ganen por primera vez unas elecciones generales en Cataluña. Un escenario que, de materializarse, será aprovechado a buen seguro por los vencedores para reivindicar su hegemonía en Cataluña y ahondar el conflicto hasta dimensiones imprevisibles. Pero con ser un dato inquietante, no parece ser la principal preocupación de los candidatos ni de los partidos de ámbito nacional para el día después.

El cuadro postelectoral es el quebradero de cabeza por excelencia. Sánchez está convencido, es el único de los líderes que lo está, de que los datos proporcionados por el CIS son los que más se acercan a la realidad electoral de España. De ser así podría pactar la investidura con Unidas Podemos, aunque hace tiempo que ha dejado de referirse a Pablo Iglesias como socio preferente, e incluso con Ciudadanos. Pero en su fuero interno está lograr la complicidad en forma de abstención del PP para después gobernar en solitario y pactar a derecha o izquierda en función de los asuntos.

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Voto directo

Si las urnas no proporcionan el resultado aventurado por el instituto demoscópico que preside José Félix Tezanos, los socialistas tienen también todas las papeletas para ser la primera fuerza, al menos eso dicen todos los sondeos conocidos. Pero ya sería en un escenario similar al del 28 de abril. Una posibilidad que apunta a tener más visos de hacerse realidad que la dibujada por el CIS, cuyo sondeo mostró un escaparate envidiable para Sánchez aunque la trastienda escondía datos más inquietantes y que han pasado bastante desapercibidos. Por ejemplo, la intención directa de voto al PSOE, la expresión más sincera del encuestado y elemento fundamental para la posterior 'cocina', era del 19,9%. En septiembre, solo un mes antes, era del 27%, y hace dos o tres meses superaba el 30. El horizonte económico, un factor nada desdeñable a la hora de elegir la papeleta, también mostraba nubarrones porque el pesimismo ganó diez puntos de septiembre a octubre.

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Unos números que invitan a pensar que el PSOE ganará el 10 de noviembre, pero en términos similares a los de hace siete meses. Con escenarios parecidos los protagonistas necesitan cambiar de libreto para que el desenlace no sea igual de frustrante. Un cambio de actitud que, por ahora, no se vislumbra. Pero que tendrá que llevarse a efecto porque unas terceras elecciones no entran en los cálculos de ninguna fuerza política por muchas razones, pero por una sobre todo, Cataluña. Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias no quieren ni oír hablar de esa hipótesis. El problema es que para abortarla se requiere un cambio de estrategia postelectoral.

El acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos sigue atorado en el pantano de la mutua desconfianza. El entendimiento con Ciudadanos suena a política ficción porque aunque está por catarse el tamaño del descalabro de los liberales, el desplome parece cantado. La gran coalición de PSOE y PP, que Iglesias denuncia día tras día, permanece agazapada aunque en círculos socialistas y populares gana enteros. Hasta la portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, aludió esta semana a esa posibilidad si bien la condicionó a un pacto sobre Cataluña.

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