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El crimen casi perfecto que tuvo Zaragoza como coartada

María de los Ángeles Molina Fernández 'Angie' mató en 2008 a su supuesta amiga Ana María Páez para cobrar por su seguro de vida. Pensó el crimen concienzudamente pero cometió demasiados errores fatales que once años después la mantienen en prisión, donde permanecerá hasta marzo de 2027.

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Maria de los Ángeles Molina, alias Angie, la mujer acusada de matar a una amiga y dejar pistas falsas en Zaragoza durante el juicio el 20 de febrero de 2012.
EFE/Toni Garriga

La señora de la limpieza encontró el cadáver en febrero de 2008 tumbado en el sofá, desnudo, con semen de dos gigolós en su boca y genitales y una bolsa de plástico atada a la cabeza: un escenario diseñado con esmero por 'Angie' para hacer creer que se trató de un juego sexual que acabó mal. Casi lo logró.

Habría sido el crimen perfecto, planificado durante casi dos años para cobrar un millón de euros de una quincena de préstamos y seguros de vida que suscribió haciéndose pasar por la víctima. Pero María de los Ángeles Molina Fernández 'Angie', originaria del municipio zaragozano de Maluenda, cometió demasiados errores fatales que once años después la mantienen en prisión, donde permanecerá hasta marzo de 2027.

Tras la muerte de su marido en extrañas circunstancias en 1996 en Canarias -por la que también ha sido investigada, tras recibir una cuantiosa herencia-, Angie se fue a vivir a Barcelona y en 2001 empezó a trabajar como jefa de Relaciones Humanas en una empresa internacional con sede en Mataró (Barcelona), donde conoció a Ana María, la víctima.

Se hizo amiga suya. Y con sus datos del pasaporte y del DNI, que obtuvo fácilmente por su cargo en la empresa, y utilizando una peluca para hacerse pasar por ella, burló a los responsables de varias entidades bancarias para suscribir a su nombre, entre abril de 2006 y noviembre de 2007, seis pólizas de crédito por valor de 102.415 euros -que percibió- y diez seguros de vida por 840.000 euros -poniendo como beneficiaria a una tercera persona ajena a la trama-, que finalmente no pudo cobrar.

Una vez suscritos los contratos bancarios, sin apenas problemas pese a hacerlo a nombre de otra persona, Angie empezó a planificar el crimen con el objetivo de no levantar sospechas simulando que se trató de una muerte accidental en el marco de un juego sexual.

Y no escatimó en nada: días antes del crimen, cometido el 19 de febrero de 2008, acudió al local 'American Gigoló' de Barcelona, usando una peluca, y pagó a dos prostitutos de origen latinoamericano -cien euros a cada uno-, a cambio de un encargo muy extraño: que llenaran de semen unos frasquitos esterilizados.

Pese a que los dos gigolós no comparecieron en el juicio -celebrado en 2012- al estar en paradero desconocido, el ADN del semen hallado en el cadáver se correspondía con el de ambos -uno de ellos confirmó en fase de instrucción el inusual encargo que les hizo la mujer- y el responsable del burdel reconoció a la acusada ante el tribunal.

Siguiendo con su plan minuciosamente preconcebido, arrendó a nombre de Ana María -y pagando con una VISA de la víctima- un apartamento en la calle Camprodón de Barcelona, donde quedó con ella para cenar (y matarla) allí el 19 de febrero de 2008.

Una coartada a lo grande desde Zaragoza

Ya lo tenía todo a punto para cometer el crimen. Sólo le faltaba crearse una coartada. Y lo hizo también a lo grande: por la mañana acudió con su Porsche 911 a Zaragoza, pagando la autopista con Teletac para dejar rastro y se dirigió nada menos que a Pompas Fúnebres para recoger las cenizas de su madre... que había fallecido más de un año antes: el 22 de enero de 2007.

De regreso a Barcelona, para llegar a tiempo a la cita en la que iba a matar a su amiga, abonó los peajes de autopista en efectivo para que nadie supiera que había vuelto a la capital catalana. Llamó a Ana María a las 19.55 horas para confirmar la cena y llegó a Barcelona hacia las 20.30 horas, según se puede corroborar a partir de la triangulación de su teléfono móvil.

Creyendo que su coartada la blindaba, Angie se dirigió al apartamento, mató por asfixia a su amiga y dejó el escenario del crimen preparado a consciencia para simular un juego sexual.

Interrogantes sin respuesta

No se podrá saber nunca cómo logró ponerle la bolsa en la cabeza ni si la víctima se resistió: la Audiencia de Barcelona, con el voto en contra del presidente de la sección segunda, condenó a la mujer por asesinato, al concluir que la adormeció con una sustancia o producto "cuya naturaleza no ha logrado ser identificada" y que, con la víctima aturdida, le puso la bolsa de plástico en la cabeza y la cerró con varias vueltas de cinta aislante, matándola por asfixia.

Sin embargo, el Tribunal Supremo atendió el argumento del presidente de la sección segunda de la Audiencia, Pedro Martín -ya fallecido-, y determinó que no se la podía condenar por asesinato sino por homicidio, porque no había pruebas suficientes de que la aturdiera para que no opusiera resistencia: el cadáver no presentaba restos de ninguna sustancia para adormecerla y "de manera inexplicable" no se analizó si las muestras que se recogieron de sus uñas acreditaban algún tipo de reacción defensiva.

Varios errores

De lo que no dudan ni la Audiencia -que condenó a Angie a 22 años de cárcel- ni el Supremo -que rebajó la pena a 18 años- es de que fue ella la autora del crimen, debido a los errores que cometió en su plan preparado durante años, que la incriminan "con toda claridad", según el alto tribunal.

Para empezar, el mismo día del crimen, antes de dirigirse a Zaragoza, acudió a una entidad bancaria de Mataró -donde fue grabada por las cámaras de seguridad- y retiró 600 euros de una cuenta de la víctima, haciéndose pasar por ella valiéndose de una peluca: su imagen grabada en el banco fue el detonante que días después del homicidio permitió a los Mossos d'Esquadra empezar a sospechar de ella, según cuenta a Efe el subinspector Josep Porta, que dirigió la investigación.

También se halló una peluca, con restos de Angie, en el escenario del crimen: en el juicio, en el que mantuvo un relato frío y a veces desafiante, alegó que tenía muchas y que Ana María se la había pedido.

Pese a que en un principio los investigadores barajaron la hipótesis de un accidente sexual, elementos como que no hubiera ropa o pertenencias de la víctima en un escenario totalmente aséptico, limpio y ordenado, les hicieron pensar que nada era lo que parecía.

Otros fallos clave que cometió y que a la postre le valieron la condena fueron su historial de búsquedas en Internet sobre gigolós -lo que permitió abundar en la hipótesis del encargo que efectuó a los dos prostitutos-, y que guardara en su piso una botella de cloroformo, cerrada y precintada -alegó en el juicio que lo compró para reparar un candelabro de plata-.

Además, el novio de Angie, ajeno al crimen y que confirmó que la noche del homicidio la acusada regresó al domicilio muy alterada, descubrió oculto detrás de la cisterna de un inodoro de su casa varios de los contratos que ella había suscrito haciéndose pasar por la víctima.

En su casa también se localizó una tarjeta VISA a nombre de Ana María, con la que pagó el alquiler del apartamento en el que la mató...y además el propietario del inmueble también la identificó como la mujer que arrendó el piso de la calle Camprodón.

También se hallaron en su casa documentos de la mujer a la que puso como beneficiaria -sin que ella lo supiera, porque utilizó su pasaporte, que encontró en una copistería- de los seguros de vida a nombre de Ana María, y que pensaba apropiarse tras el crimen.

Cuando ya se sospechaba de ella al descubrirse el móvil económico, la división científica de los Mossos d'Esquadra acreditó a través de las pruebas grafológicas que la letra de las firmas de Ana María en las pólizas de vida y créditos que suscribió era en realidad la de Angie.

Demasiados errores, convertidos en pruebas que se encadenaron una detrás de otra en el juicio y que fueron clave para condenar a Angie, de quien el Supremo destacó su "crueldad y frialdad".

Angie permanece en la prisión barcelonesa de Brians, en régimen de segundo grado y sin expectativa inmediata de obtener el tercer grado o algún tipo de permiso, porque hasta el momento todos los informes de los servicios penitenciarios son desfavorables a ello.

Tras seguir en 2015 en prisión, sin grandes alardes, un programa de violencia contra las personas, María de los Ángeles Molina Fernández aguarda entre rejas a obtener la libertad definitiva en marzo de 2027, cuando habrá cumplido su condena por un crimen casi perfecto. 

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