El buque y el capitán

Uno puede construir lo que se proponga.
Uno puede construir lo que se proponga.
POL

A mi padre le fascinaban los barcos y el modelismo naval. Pese a ser montañés, de secano y tierra adentro le gustaba construir maquetas de distintos navíos. En casa, mi madre todavía conserva la del buque escuela Juan Sebastián Elcano. Recuerdo cómo fue construyéndolo con esmero, dedicando horas que no tenía y paciencia que le sobraba. Comenzó abriendo una caja que a mí me pareció enorme, llegada por paquete postal contra rembolso. En aquellos años, los pedidos tardaban su tiempo. Ahí estaban las piezas, los planos y un cuaderno de instrucciones dispuestas a conformar algo que era mayor que la simple suma de las partes. Antes de aquello, mi padre había construido otros modelos más sencillos.

De pequeño, jugué mucho tiempo con un ‘llaüt menorquí’ que terminó destrozado. Cuando ya tuve más edad, me regaló un drakar vikingo para que yo mismo lo montase, cosa que no supe terminar. De lo cual me resarcí hace unos quince años, cuando los Reyes Magos nos trajeron uno similar para montar con mis hijos. Ahora esta maqueta reposa sobre un conjunto de objetos en una estantería. No sé cuándo, pero un día de estos me pondré con el Galeón San Mateo, uno de los retos de mi padre. De él interioricé que uno puede construir lo que se proponga. Como la segunda televisión que tuvimos y varios aparatos de radio que todavía funcionan. Sólo hacen falta los planos, las instrucciones, los materiales adecuados y la voluntad firme de conseguirlo. Si uno no llega por sí mismo, seguro que encuentra a alguien de quien aprender. En cualquier caso, se necesita siempre tiempo, ganas y constancia.

Esa es la clave del éxito, al menos del íntimo. Otra cosa es el socialmente compartido. Ahí las circunstancias producen un sin fin de variaciones. Lo complicado es compartir el proyecto. Si no que se lo digan a los políticos profesionales. Las dificultades se multiplican cuando se apuesta por crear cambios duraderos. Hace falta el coraje y las ganas de entenderse. Pasa por renunciar a una parte del ego y de la posición personal. Asunto nada fácil y, en ocasiones, imposible. Quienes ocupan una posición dominante, no suelen ceder. Aunque sepan que en la dinámica de cualquier sistema social se alternan procesos de innovación y de sedimentación, más de una vez cargados de violencia. Cuanto más complejo es el sistema, más variedad se requiere para gestionar con acierto y largo alcance esos cambios. William R. Ashby (1903-1972) lo formuló como una de las leyes clave de la cibernética: «Sólo la variedad absorbe la variedad». Es decir, los sistemas complejos han de contar con suficiente variedad interna para funcionar y adaptarse. Así, cuanto mayor es la complejidad de una organización más variedad requiere.

Si esto lo llevamos al mundo de las embarcaciones, no es lo mismo ser el almirante de una tabla de surf, que capitán de un buque. Pero no sólo porque, obviamente, el desplazamiento de uno y otro sean diferentes, la clave está en las voluntades y perspectivas a combinar. La maniobrabilidad de un portacontenedores requiere de unos complementos que no precisa el surfista. Las cuestiones estructurales, los asuntos de fondo, las estrategias de gestión obligan a pensar de un modo distinto. Sea quien sea el capitán, hace falta saber a qué rumbo apunta su brújula y, lo más importante, conseguir que la tripulación del buque sea capaz de pensar y sumar. En esto, al igual que en la disputa entre Bóreas y el Sol, «es mucho más poderosa una suave persuasión que un acto de violencia». Pero por mucho que esto se sepa, de nada sirve si los intereses individuales priman por encima del bien común. No sirven líderes mesiánicos ni sus inquisidores, aunque los haya. Se ha de poner en la carta de navegación los intereses particulares de la marinería. Si lo que predomina es la desafección, la inercia llevará el buque a las mismas rutinas. Mientras que si unos y otros toman conciencia de dónde están, entonces será más factible sumarse a la empresa y soñar.

Desde la perspectiva de un aspirante a constructor de maquetas, quizá lo más estimulante sea reproducir ‘El Blandón’ o ‘El Clavel’ e imaginar que los tripulará de nuevo Amaro Pargo, repartiendo los beneficios entre los más débiles, como dice la leyenda.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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