La gran esperanza... frustrada

Manuel Valls durante la constitución del Ayuntamiento de Barcelona.
Manuel Valls durante la constitución del Ayuntamiento de Barcelona.
Quique García / Efe

No se sabe si el súbito interés de Manuel Valls por la patria de sus padres incluía la fiesta de los toros, pero el caso es que es maestro en espantadas. Nombrado primer ministro en 2014 por Hollande -protagonista en aquel entonces en la prensa del corazón por las escapadas a ver a su amante mientras los franceses también le buscaban recambio-, duró en el puesto 147 días exactos. Su relación con Ciudadanos, cortada por Rivera, 270 jornadas. Como los aventureros de las novelas de Stendhal, Valls juega a la seducción, busca la gloria... y no suele echar raíces. Desahuciado de la convulsa política de Francia, Valls fue acogido por Cs con la generosidad que se reserva aquí solo a los foráneos. Una mirada a la hemeroteca da muchas pistas sobre qué pasa con los fichajes estrella... El fulgor queda reducido a "humo y cenizas", esa meláncolico símil cervantino para resumir las decepciones. Hay que agradecer a Valls su defensa de la unidad de España y de los valores europeos. Más difícil es calibrar qué pasará en Barcelona tras su gesto quijotesco de salvar a la alcaldía de un líder independentista. Lo primero que hizo Ada Colau fue colocar el lazo amarillo junto a ERC. Cs rompió con Valls. El partido queda mermado. Y él estaría ya buscando otra vida, lejos de la rutinaria oposición... siempre en busca de la incierta gloria.

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