Por
  • José Tudela Aranda

México, el exilio, España

Muchos intelectuales españoles se exiliaron en México tras la Guerra Civil.
Muchos intelectuales españoles se exiliaron en México tras la Guerra Civil.
POL

Una frase sin autor cierto dice que un español no conoce España si no conoce América. Bien se puede aprovechar una expresión que entiendo afortunada para decir que, para comprender, y valorar, la España contemporánea, bueno sería pisar México y encontrarse con las huellas y palabras del exilio republicano. Cuando aún se encuentra cercana la polémica, débil al final, levantada por la carta del presidente López Obrador, México sigue ofreciendo al español que lo pisa la satisfacción del encuentro con un presente de complicidades y con un pasado intelectual compartido que forma parte de la mejor memoria de los dos países. Hoy es momento oportuno para recordar el legado de aquellos hombres y mujeres que abandonaron España para entregar su mejor bagaje a la tierra que con tanta generosidad les acogió. Dicen los propios mexicanos que el México contemporáneo no se entiende sin ese legado. Creo con firmeza que la España contemporánea se entendería mucho mejor si se hiciese el esfuerzo de realizar una lectura limpia de lo que en términos políticos implica ese legado.

El exilio español nos dejó algunas de las imágenes más emblemáticas de nuestra historia. Junto a la última fotografía de Antonio Machado en Collioure, reflejo de todas las tristezas que quedaban atrás y se proyectaban hacia delante, me quedaría con dos que tienen en común al gran territorio de nuestro exilio, México. La primera, esa bandera entregada por el Gobierno de Lázaro Cárdenas para cubrir el ataúd con el cuerpo de Manuel Azaña, cuando Francia negó en Montauban la posibilidad de hacerlo con la bandera de la República española. La segunda, el abrazo de Dolores Rivas Cherif con Juan Carlos I, en la recién inaugurada embajada de España en México, tras el extraordinariamente simbólico restablecimiento de relaciones entre los dos países. Si una imagen certificaba el final de las libertades de los españoles, la otra certificaba su recuperación. Una recuperación construida desde la reconciliación. Un final que no hubiese sido posible si ese exilio no hubiese tenido como acervo ideológico común un profundo sentido de España. Una comunidad ideológica construida tanto sobre la conciencia de que la historia no debía repetirse como sobre la necesidad de aprovechar la muerte del dictador para construir la España deseada. La esperanza de que ello era posible palió el daño de una espera demasiado larga, definitiva para demasiados.

Hoy, todavía, es posible encontrarse con rastros de esa esperanza en México. Así, aún se pueden rescatar de polvorientos estantes palabras como las que Álvaro de Albornoz dedicaba a Antonio Ros, en su primera publicación de exilio: «Tengo una fe inquebrantable en nuestra patria y en nuestro espíritu».

España vive un momento particular de su historia. Un momento en el que se necesita mirar a lo mejor de nuestro inmediato pasado porque en él se pueden encontrar criterios valiosos para la hoja de ruta que todo proyecto en común necesita. Una hoja de ruta que este país tuvo, precisamente, en el momento en el que se cumplió el sueño de esos exiliados, el regreso a su patria. Un tiempo que, de nuevo, regaló imágenes para la historia, como aquella de Claudio Sánchez Albornoz, presidente de la República en el exilio, descendiendo por la escalinata del avión de Iberia. Hoy es preciso llamar a las distintas fuerzas políticas para rehacer un proyecto común. Un proyecto que insertar en la construcción de una Europa capaz de afrontar los retos de una sociedad en transformación y de un mundo que ha sacudido con violencia las tradicionales coordenadas geopolíticas. El legado del exilio es generoso para construir esa hoja de ruta. Un legado de profundas convicciones patrióticas que nunca nacionalistas. Un legado profundamente liberal en el sentido más ético del término. Un legado en el que pueden encontrarse españoles de todas las ideologías para confluir en el deseo de construir un país mejor, más libre y más equitativo. Un país que siga haciendo justicia a todos aquellos que tuvieron que abandonarlo cuando las peores sombras se apoderaron de él.

José Tudela Aranda es profesor de Derecho constitucional en la Universidad de Zaragoza

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