Se vende sostenibilidad

Por todas partes aparece la palabra ‘sostenibilidad.
Por todas partes aparece la palabra ‘sostenibilidad.
Hillary Ramírez Cortez

La maraña publicitaria que nos mantiene enredados también nos informa de que quienes regulan las relaciones sociales andan preocupados por el asunto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) impulsados por la ONU. Desde las instituciones de la Unión Europea hasta los ayuntamientos intentan desentrañar el significado de semejantes objetivos para sentar las bases del futuro. De hecho, ya hay publicadas varias estrategias de desarrollo sostenible; en Aragón la formuló hace un tiempo el Gobierno. Con ellas se busca, entre otras metas de los ODS, luchar contra el cambio climático o la desigualdad y la pobreza en sus diversas dimensiones y ámbitos. Todo este esfuerzo colectivo forma parte de lo que se agrupa bajo la llamada Agenda 2030, que, más o menos, son los deberes que cada institución de cada país se impone para conseguir minimizar los efectos que la continuada mala gestión social y ambiental ha acarreado en el planeta y en sus moradores.

Venimos de un pasado en el que la explotación de los recursos contradice las prevenciones ambientales, como también hacen los vertidos industriales; qué decir del abandono del transporte público y las consecuencias que tiene para el cambio climático y la salud. Para dar verosimilitud a la Agenda 2030, hay ciertas ideas de sostenibilidad que deberían figurar en todo preámbulo legislativo; en cada ley o norma se debe apostar por un cambio de modelo vivencial y de desarrollo que asegure el futuro colectivo. A la vez, habrá que explicitar la coordinación entre departamentos, las fases de implementación, los criterios y momentos de valoración de las acciones. Además, el Gobierno ha de prever un órgano de vigilancia independiente, cuyas recomendaciones tengan carácter vinculante. En todo este proceso de cambios productivos y ambientales considerables, se necesitará una comprometida dotación presupuestaria.

En esta tendencia de sostenibilidad, la visión redentora surge por todos los lados. Las empresas también nos la venden, quieren su protagonismo. Incluso las comercializadoras eléctricas se publicitan como verdes. Nos trae a la memoria el olivo centenario, de aquella película de Icíar Bollaín, que acabó en el vestíbulo de una dañina energética alemana y le dio el toque ecológico. Después de haber provocado ‒o al menos ayudado por acción u omisión negando evidencias‒ tanto las empresas como los gobiernos una buena parte de los desastres del descabellado modelo de crecimiento, ahora dicen que nos van a salvar. Habrá que vencer, de una vez por todas, la encrucijada en la que nos han metido los ‘lobbies’ energéticos, manufactureros, alimentarios o comerciales, que son capaces de vendernos hasta el aire que respiramos. No actuaron bien hasta ahora, de ahí que creerlos cueste tanto -no solo a los ecologistas sino también a la sociedad-.

En este asunto, los gobiernos están presos del cortoplacismo. Llevamos treinta años de concienciación y es hora de pasar a la acción. Sin embargo, no se observan voluntades inequívocas: lo que el departamento encargado de la imprescindible transición ecológica propone es contradicho por las acciones del resto. Así no hay manera de que la gente -perezosa de por sí- se haga cómplice en el ejercicio continuado de la sostenibilidad. Venga de donde venga, la publicidad es insostenible si se queda en la domesticación de las preocupaciones ambientales, en un ejercicio de autosatisfacción y en un engaño a la ciudadanía; al final se convierte en un desfalco planetario.

Máxime ahora que a bastante gente el viejo progreso no le genera emoción, sin duda por las problemáticas globales, pero también por la escasez de ideas políticas o liderazgos razonados que nos rodean -la ley climática que todos los partidos dicen que quieren pero nadie aprueba podría servir de ejemplo-. Las limitadas acciones corren el riesgo de convertirse en una caricatura de esta época, tan plagada de posverdades. Lo que en un principio fue un compromiso minoritario con el medio ambiente es un reto de humanismo crítico en la actualidad. Entre todos, hay que saber combinar la manutención y el desarrollo con la consecución de un mundo saludable. Mañana 5 de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente. Ojo con la publicidad verdeada; mejor aproveche ese día para adoptar un serio desempeño ambiental, permanente.

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