El poso del 28-A: las ocho claves que nos ha dejado el desenlace electoral

Años después, hay que volver a hacer cola para votar

Hacía nada más y nada menos que tres lustros que la participación en unas elecciones generales no alcanzaba unos niveles tan elevados. El 75,75% de votos computados quedan muy por encima del entorno del 68% que se ha registrado en España en los últimos años. Hay que remontarse a 2004 para toparse con unos dígitos similares, y hacemos referencia además a unos comicios tan particulares como los derivados de los terribles atentados del 11-M. Solo en dos ocasiones con anterioridad ha habido una afluencia a las urnas claramente superior: en 1977 y 1982, cuando se rondó el 80%. ¿Por qué ha sucedido? Se trata de un fenómeno de acción-reacción: la aparición de un partido ultra y con gran tirón como Vox se ha complementado con la movilización desde la izquierda para frenarle.

Los debates marcan la campaña

La campaña electoral tenía un ingrediente claro para pasar desapercibida: una Semana Santa incrustada en medio y que redujo al mínimo el número de grandes actos. Pese a que el porcentaje de indecisos que aguardaban a los últimos días antes de la cita electoral para decidir el sentido de su voto era muy elevado, la cosa no se animó hasta que el equipo de Pedro Sánchez cometió un error táctico y se la jugó a un debate televisado que incluyese a Vox. La historia es conocida: la Junta Electoral Central vetó la inclusión del partido de extrema derecha en la cita -o más bien relegó su participación a la de formaciones con más votos en las anteriores elecciones, como ERC o el PNV- y obligó al candidato del PSOE -que no es ni mucho menos un experto en estas lides- a celebrar no un debate, sino dos y en días consecutivos. El vencedor a los puntos del duelo a ida y vuelta fue, según la mayoría de analistas, Pablo Iglesias; hasta qué punto eso se tradujo en votos, está por ver.

El centroderecha se fragmenta

Esta es quizás la principal clave de las elecciones generales. El centroderecha español, uno de los movimientos más monolíticos de las democracias europeas en las últimas décadas, ha saltado definitivamente por los aires. Esto ha dado lugar a muchas consecuencias, todas negativas para sus integrantes -ya son familia numerosa: el PP, Ciudadanos y Vox-. Hay algunas menos llamativas pero más trascendentales, como que populares y liberales adelantan en pocos representantes al PSOE pese a obtener un millón de votos más, y otras menos importantes pero más llamativas, como que el escaño de Cayetana Álvarez de Toledo por Barcelona haya sido el tercero más ‘caro’ (en el sentido de que precisa de más votos) de la historia, cuando populares y socialistas son tradicionalmente los que menos ‘esfuerzo’ necesitan para sumarlos.
Al final, el PP mira al abismo con su peor resultado electoral, Ciudadanos se acerca al sorpaso pero quizás haya perdido su gran oportunidad y Vox no ha logrado romper las costuras del sistema electoral español, que castiga en gran medida a los partidos pequeños por la proliferación de circunscripciones de menos de siete diputados.

El PSOE recupera su hegemonía y Podemos matiza su caída

El otro escenario electoral no resultaba menos interesante: comprobar hasta qué punto el PSOE de Pedro Sánchez engullía a un Unidas Podemos que en los últimos meses había permanecido en un estado catatónico, aturdido entre bandazos de sus líderes y líos internos. Al final, la formación morada ha salido mal parada del embate, aunque ha conseguido resistir en un contexto muy complicado. Y ha ganado en importancia estratégica cuando toque negociar la investidura del candidato socialista. Mientras, para el PSOE casi todo son buenas noticias: recupera la hegemonía en el panorama electoral patrio, casi dobla en escaños al PP y podrá gobernar con relativa tranquilidad, dado que puede buscar apoyos en distintos caladeros. Eso sí, los socialistas no se libran de tener que negociar con los partidos nacionalistas, lo que puede desestabilizar la travesía.

Los nacionalismos ganan más peso que nunca

El volumen de los partidos nacionalistas o regionalistas en la Cámara baja ha alcanzado unos niveles inéditos. De los 28 escaños que obtuvieron en las elecciones de 2016 (escaño arriba, escaño abajo, en función de cómo se contabilice el resultado de Compromís, que iba en coalición con Podemos) se ha pasado a 36. Un tamaño en el que ha tenido mucho que ver la campaña de polarización en este ámbito derivada del ‘procés’ independentista catalán. También ha jugado un papel importante la caída de la formación morada; en el País Vasco, sin ir más lejos, gran parte de sus votos han acabado en manos de Bildu.

Los sondeos aciertan

Vilipendiados en anteriores citas electorales, lo cierto es que en España los sondeos aciertan más de lo que tendemos a pensar. Y esta vez la diana ha sido incontestable, con pequeños matices: por lo general, las encuestas han sobrevalorado -dentro de unos márgenes aceptables- el resultado del PP y de Vox y han minusvalorado a Ciudadanos. Mención especial al barómetro del CIS, por el que su director, José Félix Tezanos, fue blanco de feroces críticas por su supuesto partidismo. Al final, el sondeo de Centro de Investigaciones Sociológicas fue el que más se acercó al resultado final, dentro de una buena tónica general.

Un escenario postelectoral abierto

Nunca había habido tantos partidos con representación en el Congreso de los Diputados (15) y nunca tantos con más de diez escaños (6). Esto hace que tengamos que acostumbrarnos a que de estrategias a dos bandas pasemos a acciones que implican a cinco o seis actores, con las dificultades que ello conlleva. Para el ganador, el PSOE, las opciones son varias. Probablemente siga todo abierto hasta después de las autonómicas y municipales del 26 de mayo. Los tres principales escenarios que se aventuran son un gobierno en solitario con apoyos puntuales a un lado u otro del arco parlamentario, un acuerdo con Ciudadanos o un pacto con Unidas Podemos. Pedro Sánchez no ha revelado aún sus cartas para no lastrar sus opciones electorales y solo ha mencionado la posibilidad de ejecutar la primera opción

El Senado cambia de manos

La Cámara alta sigue siendo un instrumento que los propios partidos se empeñan en relegar a un segundo plano. Pese a esto mantiene varias llaves fundamentales; entre ellas, la capacidad de veto a los presupuestos generales del Estado y el refrendo de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. En este contexto cobra más valor el vuelco que ha dado el PSOE con su mayoría absoluta, que obtiene por primera vez desde 1993. Una posibilidad -remota- es que los socialistas utilicen su primacía para impulsar la siempre postergada reforma del Senado, que la convierta en una auténtica cámara de representación territorial.