Por
  • Pedro Rújula

Electorado

Las elecciones tienen algo de procedimiento mecánico.
Las elecciones tienen algo de procedimiento mecánico.
Carlos Barba / Efe

Después de una intensa campaña electoral como la que hemos vivido, y de la lenta digestión de los resultados, siempre queda una extraña sensación. Los candidatos han estimulado su relación con los electores en términos de representación directa de sus intereses. Han orientado los mensajes a convencernos de que si son elegidos serán nuestra voz en las instituciones. Pero, en realidad, las cosas no son exactamente así.

Al votar a nuestros representantes los electores, sobre todo, estamos cumpliendo una función: seleccionar a la élite política que nos va a gobernar. Es lo que los politólogos franceses llaman ‘electorat fonction’, que no es otra cosa que asumir el componente de procedimiento mecánico que tiene el acto electoral. Despojado de sentimiento, de emoción, de pasión incluso, el acto electoral tiene, sobre todo, un mérito utilitario. Sirve para elegir, con una amplia participación, a quienes durante un tiempo limitado van a ocupar las instituciones y gestionar los intereses colectivos.

Tras las elecciones no hay una correlación directa entre electores y poder, y esto es lo que ocasiona cierto grado de insatisfacción. Los maximalismos de la campaña se ven severamente matizados por la realidad de la gestión cotidiana del poder. Y, sin embargo, esta es la base del sistema. Posiblemente la clave de que todo siga funcionando. Por eso, de vez en cuando, no está de más recordar aquello que Condorcet decía a sus electores: "Me habéis elegido para hacer mi voluntad, no la vuestra".

Pedro Rújula es profesor de Historia Contemporánea (Unizar)

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