Por
  • Octavio Gómez Milián

Torrijos

El Museo del Prado exhibe el cuadro 'Fusilamiento de Torrijos'.
El Museo del Prado exhibe el cuadro 'Fusilamiento de Torrijos'.
Javier Lizón / Efe

El hombre del cuadro de Antonio Gisbert mira sereno hacia la muerte. La muerte es España y el mar solo limpia los restos de la sangre. En el Museo del Prado se exhibe ‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’ y llevo a mi hijo, que duerme, porque su España no es la mía todavía. España amarillea en fotografías, sobre repisas que cuarenta años más tarde están llenas de polvo. Quedan horas para las elecciones y no puedo dejar de pensar en los ojos tapados, en los hombres que se abrazan, no puedo dejar de pensar que la democracia en España es una revuelta distraída por palomas compradas que anuncian la buena nueva con ramas de olivo envenenadas. Mi hijo me acompaña hasta otra sala, la de las pinturas negras de Goya. Me detengo frente a la ‘Romería de San Isidro’ y en los rostros mercuriales veo a los soldados del odio: los vecinos que asustan a otros vecinos en Rentería, los que justifican las patadas en el suelo en la Universidad de Barcelona, bien engrasados por el "algo habrán hecho" que tanto escuché de joven cuando el plomo todavía estaba fresco bajo mis pies, bajo los pies de todos los muertos. Un poco más allá, arrancada de una pared de pesadilla, el ‘Duelo a garrotazos’. Metáfora manoseada del gris de nuestro país. El día que yo nací había cuarenta poetas escribiendo en sus habitaciones la palabra libertad. Hoy no queda ninguno vivo. En el cuadro de Gisbert está claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Tanto como ahora. Españoles, españoles todos. Todos estamos en el lado adecuado, en el lado correcto, ¿o no?

Octavio Gómez Milián es profesor y escritor

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