Cansados, antes de empezar

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En otro tiempo se decía que las elecciones eran la fiesta de la democracia.
HERALDO

Hubo un tiempo, quienes tienen una cierta edad pueden recordarlo, en el que las campañas electorales se vivían con una cierta ilusión. O al menos despertaban algunas expectativas saludables, un poco de esperanza. Las calles se llenaban de carteles de colorines, de mesas informativas con reparto de propaganda y de coches con megáfono y banderolas. Y hasta cabía pensar que había un cierto ambiente festivo. Las elecciones podían considerarse como la ‘fiesta de la democracia’, un tópico benévolo que contenía algo de verdad. Hoy, en cambio, los electores estamos cansados de campaña aun antes de empezar. Nos sentimos incluso agobiados ante la que se nos viene encima durante las dos próximas semanas. Una lata, una monserga. ¡Cómo si no estuviéramos en campaña permanente! No es que a la gente no le interese la política. Le interesa quizás más que nunca o por lo menos tanto como siempre. Lo que ocurre es que se ha extendido, como un virus, la desconfianza hacia los procedimientos y hacia los agentes que construyen y protagonizan la vida política. El ‘business as usual’ de la política agota al ciudadano, lo aburre, lo exaspera y hasta lo desespera. Más que incitar a la participación, la saturación electoralista invita a muchos a desconectarse de la campaña. Otros piensan que a pesar de todo hay que hacer un esfuerzo, hay que ver y escuchar y hay que intentar separar el polvo de la paja, el ruido del mensaje. Es mucho lo que está en juego.

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