1º de abril

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Concluida la guerra, media España permaneció 'cautiva y desarmada'.
Francisco Martínez Gascón / HERALDO

Hoy se cumplen ochenta años del final de la guerra civil. Parece que hubieran pasado siglos, pero fue ayer como quien dice. Muchos de los que entonces eran niños o adolescentes aún están entre nosotros (mis padres, por ejemplo) y pueden contárnosla, así que casi llegamos a rozarla con los dedos. Media España continuó ‘cautiva y desarmada’ durante cuarenta años y la otra media disfrutó de su victoria. ¿Con qué lección deberíamos quedarnos de todo lo que pasó entonces? Con aquella que explica que tal vez la mejor de las Españas entonces posible era esa tercera España que también perdió la guerra, la de la tradición democrática y liberal, la que no levantaba el puño ni saludaba a la romana, la del republicanismo y el laicismo, la de Clara Campoamor y Chaves Nogales, la de Antonio Machado muriendo en Collioure, la de Sánchez Albornoz o Américo Castro en el exilio exterior y la de Vicente Aleixandre en el exilio interior, la que no se dejó arrastrar por la fuerza devastadora de los radicales de uno u otro signo, la que siempre luchó por respetar las libertades y los derechos humanos. Esa tercera España, tolerante, solidaria y culta, que fue aniquilada por la vorágine de la guerra, es la que deberíamos recuperar hoy. Por el bien de todos. Porque, aunque el colorido de los desfiles, los discursos inflamados y el ondear de banderas son mucho más llamativos y sugerentes que el respeto a las leyes y el tedioso parlamentarismo, son sin embargo estos últimos los que a la postre garantizan la libertad de desfilar, de arengar y de desplegar todas las banderas.

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