Por
  • Andrés García Inda

A vueltas con el patriotismo

Para muchos, el patriotismo comporta respeto por símbolos como la bandera.
Para muchos, el patriotismo comporta respeto por símbolos como la bandera.
Carlos Moncín / HERALDO

En general no nos gusta que nos etiqueten. O por lo menos querríamos elegir los criterios que usan los demás para etiquetarnos. Pero no está en nuestra mano. Son los otros quienes dicen cómo nos ven. Y en cierto modo la libertad personal consiste en soportar alegremente el peso de esas clasificaciones, sin condicionar excesivamente nuestras decisiones al qué dirán. Pero es inevitable que los demás ‘digan’ algo. Incluso podríamos decir que está en nuestra naturaleza humana: miramos el mundo a través de etiquetas acordes con nuestra identidad tribal. Esas "calificaciones estereotipadas y simplificadoras" -como las define el Diccionario de la RAE- nos ayudan a sobrellevar la complejidad de la realidad social. Son lentes con las que no solo miramos o interpretamos el mundo, sino con las que nos posicionamos y clasificamos en él: izquierda y derecha, legalistas o dialogantes, apocalípticos o integrados, con cebolla o sin cebolla… Ya saben eso de que «hay dos clases de personas…». Sí, los que piensan que hay dos clases de personas… y nosotros.

Sin embargo, profundizar en la realidad más allá de lo puramente emocional exige cierto esfuerzo por romper o superar esas clasificaciones que, aunque inevitables, en muchos casos no dan cuenta de la complejidad y diversidad de nuestra condición humana. O al menos reconocer que no somos seres unidimensionales. Más aún cuando en ocasiones tales estereotipos no son fruto de la propia experiencia sino deliberadamente creados o difundidos desde determinadas instancias de poder.

El campo político es un espacio especialmente proclive a esas simplificaciones y un ejemplo llamativo sería el necesario debate en torno al patriotismo: ¿Es el patriotismo una virtud?, ¿y qué implica? No es fácil responder a esas preguntas porque la sola mención de la palabra ya evoca posiciones y calificaciones en las que uno va a verse encasillado.

Ya se sabe que el patriotismo es una forma de amor, de amor a la patria. Y como en la amistad o la familia, la lealtad patriótica no tiene únicamente que ver con la gratitud por los beneficios recibidos, porque incluso en los momentos de dificultad uno permanece fiel a los suyos. Por eso el patriotismo no se opone al cosmopolitismo -del mismo modo que el vínculo familiar no niega la solidaridad con lo ajeno- e incluso cabe hablar de un ‘cosmopolitismo arraigado’ (como hace el filósofo anglo-ghanés Kwame Anthony Appiah). El patriotismo es una virtud indispensable en la vida de cualquier grupo social. Pero toda virtud es el equilibrio siempre inestable entre dos vicios. En este caso, entre el ‘patrioterismo’ excluyente y agresivo (propio del populismo nacionalista) y la indiferencia y la desafección. Ya decía C. S. Lewis que el amor a la patria, como todo amor, "cuando se convierte en un dios se vuelve un demonio".

En nuestro país actualmente hay quienes entienden que ese amor a la patria exige el respeto y la defensa de los símbolos, las instituciones y la unidad nacional. Y por otro lado hay quienes piensan que en lugar de eso el patriotismo implica la defensa de los derechos, los servicios y el bienestar de los ciudadanos. En el primer caso se subraya la pertenencia; en el segundo la justicia. La primera versión se identifica como conservadora mientras que la segunda se cataloga como progresista. Por definición. ¿Y por qué?, ¿es realmente posible lo uno sin lo otro?, ¿alguien piensa que el Estado de bienestar es sostenible en un contexto de fragmentación o ‘balcanización’ territorial, social y cultural?, ¿o que pueden realmente existir los derechos sin el Derecho?, ¿y este sin consenso o adhesión?

Como escribió Maurizio Viroli, "una retórica que dice a los ciudadanos que deben, por encima de todo, verse a sí mismos como individuos dotados de un número de derechos contra las intrusiones por parte de otros individuos o por parte del gobierno es muy difícil que genere el compromiso y la solidaridad que es necesaria para hacer que muchos trabajen juntos para regenerar a una nación". O como decía recientemente Gregorio Luri, no hay ciudad si no hay una fraternidad que permita a los ciudadanos sentirse afines entre sí, y de ahí la necesidad de contribuir a la creación de lazos de copertenencia.

Andrés García Inda es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza

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