Por
  • José Tudela Aranda

Quince años después

11M
Manifestación de repulsa en Zaragoza por los atentados del 11-M de 2004.
Guillermo Mestre

El 11 de marzo de 2004 todos los españoles nos levantamos sobresaltados. Los medios informaban de una noticia que no olvidaríamos. Varios trenes habían explotado en la madrileña estación de Atocha. La suma de muertos y heridos no parecía tener fin. El balance final, 193 muertos y 2.057 heridos, explica bien las sensaciones en aquel día aciago. El tiempo pasa. Hoy, 11 de marzo de 2019, llega una de esas fechas redondas que propician la mirada atrás y la búsqueda de balances. Quince años después es bueno que se pregunte y se recuerde, que se ponga un cortafuego al olvido.

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el mundo occidental sabía que se enfrentaba a una amenaza con gran capacidad destructiva. El terrorismo de Al Qaeda y organizaciones similares suponía un salto cualitativo imposible de obviar. Es preciso advertir que, frente a lo que en demasiadas ocasiones se puede leer, el mayor número de víctimas de ese terrorismo son musulmanes, al igual que el mayor número de atentados, con mucha diferencia, ha tenido lugar en países islámicos. Un dato esencial para comprender las raíces políticas e ideológicas del mismo. En todo caso, para Occidente suponía un reto novedoso y de singular gravedad. Para sus ciudadanos, una peligrosa fractura de los umbrales de seguridad en los que se habían acostumbrado a vivir. Desde esa fecha, la amenaza se fue asentando, culminando simbólicamente en los atentados de París del 16 de julio de 2016, con la discoteca Bataclan como epicentro desgraciado. Emblemáticas ciudades europeas como Londres, Berlín, Bruselas o, después, Barcelona, fueron también objeto del nuevo terror. Durante los veranos de 2016 y 2017, atentados de dimensiones más reducidas, pero con una cadencia casi constante, llenaron de incertidumbre a muchos europeos. En paralelo, el avance que parecía imparable del Estado Islámico propiciaba un nuevo fenómeno, el de una organización terrorista soberana de un gran territorio, de consecuencias imprevisibles. En conclusión, todo sumaba para provocar una tormenta perfecta. Los Estados y la sociedad occidentales en su conjunto se enfrentaban a un desafío de alcance desconocido.

Quince años después, ¿qué balance puede hacerse de la respuesta a semejante desafío? Creo que, con toda la prudencia necesaria, hay que decir que la respuesta tanto de los Estados como de los ciudadanos ha sido muy positiva. Aunque se sigan cometiendo atentados, aunque el ISIS siga manteniendo algunos reductos, la sensación generalizada es que se trata de un fenómeno esencialmente controlado. Al menos, no se tiene la percepción de vulnerabilidad generalizada que se llegó a tener. De alguna manera, se habría reconducido a los términos, siempre dramáticos, de un fenómeno terrorista ordinario. Sin duda, grave y peligroso, pero ya sin capacidad de poner en riesgo la vida cotidiana de la comunidad occidental.

Supongo que ello es causa de que muchos de quienes hoy lleguen en tren a la estación de Atocha no tengan en la cabeza la fecha. Incluso de que muchos de los más jóvenes ni siquiera sepan qué sucedió allí hace quince años. Como siempre, el olvido solo tendrá la resistencia infranqueable de aquellos que vivieron ese fatídico día en primera persona, de los familiares y amigos de las víctimas. Una sociedad exige una memoria colectiva y es necesario recordar a todos. Junto a ello, es preciso recordar a aquellos que han hecho posible revertir aquella sensación de inseguridad y que velan todos los días porque nada parecido pueda repetirse. Finalmente, y no menos importante, creo que es el momento de reivindicar tanto el éxito de unos Estados que de forma respetuosa con los derechos y libertades han sabido combatir un riesgo cierto para la convivencia como de una ciudadanía que ha respondido con mesura y prudencia. Un éxito que obliga a llamar a la reflexión cuando las señales de debilitamiento de los Estados y de radicalización de los comportamientos sociales no pueden omitirse. Enfrentar satisfactoriamente los retos más relevantes exige de unas condiciones que demasiados parecen desdeñar. Un día como el de hoy es oportuno recordarlo.

José Tudela Aranda es profesor de Derecho constitucional en la Universidad de Zaragoza

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