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Un tribunal independiente y justo.
HERALDO

Las entradas y salidas de los testigos nos tienen muy entretenido el invierno. El ‘juicio al procés’ que nos dibuja la prensa procesista se parece cada vez más al ‘juicio a los golpistas’ que nos da la prensa procesalista. Una mala noticia para los procesados. Platón también quiso fundar una República, o refundarla, que para el caso viene a ser lo mismo, y en la escena siguiente se le vio remando en el barco de los esclavos junto a otros esclavos. La República catalana es un monólogo represor y la República de Platón un diálogo utópico.

Los rigores formales de todo juicio ayudan a reconstruir los hechos, lo cual es especialmente útil cuando se juzgan días de ruido y furia, de ‘bots’ ametrallando ‘fake news’. Los fiscales y las acusaciones están ordenando bien las baldas de un armario que servirá también para amueblar una historia de España. Todo juicio tiene su retrato a carboncillo, su perfil dramático y romántico. El magistrado Marchena tiene interés en que el retrato salga nítido y sin borrones porque en Bruselas son muy de confundir los bocetos con las manchas. Desde el rigor formal y científico dirige las sesiones con el carácter que otorga tener detrás toda la legitimidad de uno de los poderes del Estado de una de las democracias más grandes de Europa. Se le nota.

A los acusados se les ve fuera de contexto. Ya no es que, como síntoma, Junqueras glose su amor por España, que también, es que están fuera de escena. No saben si es ahora o era antes cuando estaban ajenos a la realidad. Entraron siendo una masa, un pueblo afrentado que solo quiere votar, y están ante el espejo de sus propios actos, asistiendo atónitos a un ‘cómo puede ser que pasara todo esto si yo lo único que hice fue saltarme una docena de leyes’. El que va en dirección contraria siempre cree que los que van en dirección contraria son los demás. Si le dejaran intentaría convencer a todos de que circulan equivocados. Y del autoengaño y de la frustración sale el kamikaze que lleva dentro. Luego, en el banquillo, es cuando viene el lamento y un ‘cómo puede ser que pasara todo esto si yo lo único que hice fue saltarme la mediana’.

Todo juicio tiene su relato y el de este juicio no es el de la Fiscalía ni el de las defensas sino el de los testigos, el de los que vivieron de cerca esos días de rebelión institucional y callejera. La Cataluña silenciada, la que tiene miedo de salir de una Consejería rodeada por la turbamulta y pide un helicóptero para salvar los papeles y la vida. La Cataluña traicionada por sus propios representantes. La de los mandos policiales traicionados por otros mandos policiales. Lo que está saliendo al carboncillo es el amedrentamiento y la presión. La desobediencia y la violencia que existe en toda coacción. De fondo, la total desaparición del Estado de derecho en Cataluña y de los poderes centrales del Estado.

Nos estamos llevando la sorpresa de descubrir lo evidente porque cometimos el error de pensar que los que se sentaban en el banquillo eran políticos presos y no nos dimos cuenta de que son procesados a secas, porque en un banquillo cede el político, el médico, el fontanero y un autor teatral. No se juzga a fontaneros presos ni a presos fontaneros por darle en el cráneo a otro con una llave grifa de 36. La política, como la fontanería, cede ante el delito hasta desaparecer.

Llegados a este punto ya no sabemos de quién son los acusados. Se les ve solos aunque su soledad compartida les salve de estar solos del todo. Sospecho que saben que la única luz que les alumbra es saber que son del juez, de los jueces. Los jueces imparciales y justos que jamás tendrían en su República.

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