Los errores de Sánchez

Quizá el mayor error político cometido por Pedro Sánchez al encarar su mandato fue creer que la mayoría parlamentaria que lo llevó al poder se mantendría en el día a día. Sánchez en cualquier caso ha conseguido sobreponerse a anteriores fracasos.

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa del viernes 15 de febrero.
Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa del viernes 15 de febrero.
Juan Medina / Reuters

Hablar de Pedro Sánchez exige cierta prudencia teniendo en cuenta su insólita trayectoria política. Hubo muchos momentos en los que su carrera parecía haber encallado de forma irreversible, pero acabó sobreponiéndose a todos hasta alcanzar al final la presidencia del Gobierno, cuando pocos esperaban ya que pudiera conseguirlo. Si hubiera hecho caso a sus críticos la primera vez que lo animaron a tirar la toalla, está claro que jamás hubiera llegado tan lejos. Con estos antecedentes, es hasta cierto punto comprensible que Sánchez haya acabado desarrollando un exceso de confianza en sí mismo y que recele de los pronósticos ajenos, que tantas veces han errado con él. No obstante, da la impresión de que en esta ocasión Sánchez sí se ha equivocado al juzgar su posición en el tablero, precipitando con ello el final de su mandato.

En contra de lo que cree Sánchez, su vida no constituye en absoluto un manual de resistencia. Cada vez que ha intentado resistir, lo han derribado. Cuando intentó mantenerse al frente de la secretaría general ante el envite planteado desde el Comité Federal del PSOE, perdió la batalla. Lo mismo ha sucedido durante la tramitación de los Presupuestos, convertidos en un agónico y fallido intento de prolongar la legislatura. En sentido opuesto, tanto su victoria frente a Susana Díaz en las primarias como la moción de censura, sus dos mayores triunfos hasta la fecha, responden a acciones enérgicas y no pasivas. No ha sido pues la resistencia sino la resiliencia el atributo que define de verdad estos últimos años de Sánchez. Quien realmente hizo de la resistencia su forma de existencia política, y merecería encabezar sus memorias bajo el título escogido por Sánchez para las suyas, no es otro que su predecesor, Mariano Rajoy, que sin apenas moverse lo aguantó casi todo, desde derrotas electorales y luchas internas, pasando por las medidas de austeridad y el rescate bancario, hasta los escándalos de corrupción. Siendo que Sánchez debe su presidencia a la caída de Rajoy, debería haber aprendido de su ejemplo que en política no siempre se gana solo resistiendo.

Otro de los errores de Sánchez radica en haber confundido la suerte con el destino. Si Podemos no hubiera sufrido su propia crisis en paralelo a la del PSOE, probablemente los morados hubieran consumado el ‘sorpasso’. Vistalegre II proporcionó el balón de oxígeno que necesitaba el PSOE para recomponerse tras el duro periodo que habían vivido tanto en lo electoral como en clave interna. También Rajoy tuvo en su mano frustrar el ascenso de Sánchez convocando elecciones anticipadas antes de la moción de censura, pero, en vez de ello, aceptó resignado el resultado de la misma. Más allá de la pose electoral, Sánchez siempre creyó que llegaría a ser presidente. Resulta difícil recriminarle haber albergado esa convicción un tanto presuntuosa, cuando la ha visto cumplida; sin embargo, ha de tener presente de cara a los próximos comicios el 28 de abril que nunca tuvo garantizado el éxito como tampoco lo tiene ahora..

Con todo, probablemente, su mayor fallo al frente del Gobierno ha sido pensar que la mayoría parlamentaria que permitió la moción era replicable en el día a día. Su estrategia partía de un presupuesto equivocado desde el principio que la abocaba al mismo fracaso que sufrió la llamada operación dialogo encabezada por Soraya Sáenz de Santamaría. Aunque convenga destensar la situación en Cataluña, no se puede esperar la colaboración de los partidos independentistas, divididos entre sí y cuya supervivencia depende de no rebajar la crispación y, sobre todo, de que sus seguidores no den prioridad de nuevo a todos los asuntos postergados en favor del monotema ‘procesista’. Poco a poco, debe procurar atraerse a parte de los votantes independentistas demostrándoles que España no es un proyecto fallido sino un buen país donde vivir, que tiene más o menos los mismos defectos que cualquier otro Estado de nuestro entorno y que juntos podemos contribuir a mejorarlo en lo que haga falta. Puigdemont no quería apoyar la moción porque sabía que quebraría su relato. Es complicado transmitir al resto del mundo que el independentismo está oprimido en España cuando participa de decisiones tan relevantes como un cambio de gobierno o la aprobación de los Presupuestos Generales. A partir del 28 de abril conoceremos las repercusiones reales, positivas o negativas, de estos ocho meses de gobierno. ‘Alea iacta est’.